Jesús resucitado se le aparece a María Magdalena y le hace una pregunta cuya respuesta, obviamente, Él la sabe(cfr. Jn 20, 1-2. 11-18). María Magdalena, como todavía no ha reconocido a Jesús, lo sigue confundiendo con el cuidador de la huerta, y le pregunta dónde ha llevado el cuerpo de quien ella busca, Jesús. La situación en este evangelio entonces es la siguiente: María Magdalena no reconoce a Jesús resucitado, pese a que Jesús está en Persona, delante de ella.
Sin embargo, habrá un cambio radical en María Magdalena: cuando Jesús pronuncia su nombre personalmente –la llama “María”-, es en ese momento en el que María Magdalena reconoce a Jesús, llamándolo “Rabonní” o “Maestro”.
En este episodio del evangelio hay un significado oculto y misterioso, que involucra a toda la Iglesia. ¿Por qué María primero no lo reconoce y después sí? ¿Dónde hay que buscar la explicación a este cambio? ¿Podría ser que, psicológicamente, María se encontrara en un estado de tensión emocional y psíquica, al no encontrar el cadáver que buscaba, que le hace perder la noción de la realidad, y es ése el motivo por el cual, pese a tener a Jesús delante suyo, no lo reconoce? Esta bien podría ser una explicación desde un punto de vista racional, natural: un estado emocional intenso puede, y está comprobado, hacer perder la noción de la realidad. Esto explicaría el porqué del no-reconocimiento de María hacia Jesús.
Podría ser una explicación plausible, pero no es por esto por lo cual María reconoce a Jesús.
María reconoce a Jesús resucitado por la acción del Espíritu Santo en su interior, quien la ilumina acerca de la verdadera identidad de quien ella considera es el cuidador de la huerta: es el Señor resucitado; es Jesús, el mismo que la salvó de morir apedreada; es Jesús, el mismo que murió en la cruz y fue sepultado, y ahora está vivo y vive para siempre, y no muere más. Es Jesús, con su cuerpo cubierto de la gloria eterna de Dios Trino, de cuyas heridas no manan ya sangre, sino la luz eterna del ser divino que es Él mismo en Persona.
El cambio entonces en la actitud de María –primero no lo reconoce y después sí- no se debe a una razón natural –el estado emocional intenso que le impide captar la realidad tal como es- sino una razón sobrenatural: la acción del Espíritu Santo en su interior.
La actitud de María Magdalena en el evangelio es representativa y simbólica de lo que sucede en la Iglesia: muchos en la Iglesia se comportan –o nos comportamos- como María Magdalena: parecemos buscar un cadáver y no a Cristo resucitado, con lo cual se vuelve imperiosa la Presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine interiormente, para que veamos al altar no como a una piedra más, sino como al sepulcro vacío, y a la Eucaristía no como a un pan bendecido, sino como a Jesús resucitado.
Sin embargo, habrá un cambio radical en María Magdalena: cuando Jesús pronuncia su nombre personalmente –la llama “María”-, es en ese momento en el que María Magdalena reconoce a Jesús, llamándolo “Rabonní” o “Maestro”.
En este episodio del evangelio hay un significado oculto y misterioso, que involucra a toda la Iglesia. ¿Por qué María primero no lo reconoce y después sí? ¿Dónde hay que buscar la explicación a este cambio? ¿Podría ser que, psicológicamente, María se encontrara en un estado de tensión emocional y psíquica, al no encontrar el cadáver que buscaba, que le hace perder la noción de la realidad, y es ése el motivo por el cual, pese a tener a Jesús delante suyo, no lo reconoce? Esta bien podría ser una explicación desde un punto de vista racional, natural: un estado emocional intenso puede, y está comprobado, hacer perder la noción de la realidad. Esto explicaría el porqué del no-reconocimiento de María hacia Jesús.
Podría ser una explicación plausible, pero no es por esto por lo cual María reconoce a Jesús.
María reconoce a Jesús resucitado por la acción del Espíritu Santo en su interior, quien la ilumina acerca de la verdadera identidad de quien ella considera es el cuidador de la huerta: es el Señor resucitado; es Jesús, el mismo que la salvó de morir apedreada; es Jesús, el mismo que murió en la cruz y fue sepultado, y ahora está vivo y vive para siempre, y no muere más. Es Jesús, con su cuerpo cubierto de la gloria eterna de Dios Trino, de cuyas heridas no manan ya sangre, sino la luz eterna del ser divino que es Él mismo en Persona.
El cambio entonces en la actitud de María –primero no lo reconoce y después sí- no se debe a una razón natural –el estado emocional intenso que le impide captar la realidad tal como es- sino una razón sobrenatural: la acción del Espíritu Santo en su interior.
La actitud de María Magdalena en el evangelio es representativa y simbólica de lo que sucede en la Iglesia: muchos en la Iglesia se comportan –o nos comportamos- como María Magdalena: parecemos buscar un cadáver y no a Cristo resucitado, con lo cual se vuelve imperiosa la Presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine interiormente, para que veamos al altar no como a una piedra más, sino como al sepulcro vacío, y a la Eucaristía no como a un pan bendecido, sino como a Jesús resucitado.
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