"Quien no me ame más que a todos, no puede ser mi discípulo (...) quien no cargue su cruz y me siga, no puede ser mi discípulo" (cfr. Lc 14, 25-33). Jesús pone dos condiciones para seguirlo: amarlo y cargar su cruz. El amor y la cruz son entonces las dos cosas que todo discípulo de Cristo tiene que tener, para poder seguirlo.
Con respecto al amor, no hay dudas de porqué Cristo pide el amor: porque Él es Dios de Amor -"Dios es Amor", dice san Juan-, y porque su Reino es un reino de amor y de paz, y es por eso que el mandato más importante de todos, el que concentra y resume todos los mandatos, es el mandato del amor: "Ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo" (cfr. Mt 22, 34-40). Nadie puede seguir a Jesús si no se ama a Jesús por encima de todas las cosas, y por encima de todos, padre, madre, hermanos, casa, familia. Sin amor, es imposible el seguimiento de Jesús. No se sigue a Jesús por ningún otro motivo que no sea el amor: ni por interés, ni por conveniencia, ni por obligación. Sólo el amor es el motor y a la vez el combustible que pone en marcha a quien quiere seguir a Jesús.
Con respecto al amor, como condición indispensable para seguir a Jesús, no hay inconvenientes en ver la indicación. Pero con respecto a la cruz: ¿por qué la cruz? Un líder de la tierra no pediría la cruz, porque la cruz es un instrumento de tortura, de muerte, de suplicio, de sufrimiento. Si a un líder de la tierra se le ocurriría decir que la cruz es la condición para seguirlo, nadie lo seguiría, porque nadie quiere un instrumento de dolor, de tortura, de humillación y de sufrimiento.
Nos preguntamos entonces nuevamente: ¿por qué la cruz? ¿No podría Jesús haber pedido otra cosa para seguirlo? ¿No es suficiente el amor a Él para seguirlo? No podía Jesús pedir otra cosa que la cruz, y el amor sí es suficiente para seguirlo, pero el amor a Jesús se demuestra abrazando su cruz. Sólo quien ama a Jesús realmente, con todo su corazón, abraza su cruz, y comienza a caminar en el Camino Real del Calvario. Sólo quien ama a Jesús, toma su cruz de cada día, y se dispone a seguir las huellas del Señor, teñidas con su sangre; sólo quien ama a Jesucristo de verdad y no de palabra, toma su cruz y lo sigue camino del Calvario, siguiendo el rastro de sangre que el Señor deja a su paso.
Sin embargo, nos seguimos preguntando: ¿por qué la cruz? Porque la cruz es participar, por la gracia, de la vida y de
¿Por qué la cruz? Porque la cruz es la que da el verdadero conocimiento de Jesucristo; de la cruz brota la divina luz que ilumina las mentes y los corazones y los inunda con una sabiduría nueva, no humana, sino celestial, sobrenatural y divina, la sabiduría de la cruz, que hace ver la realidad acerca de Jesucristo. Así es como la sabiduría de la cruz hace trascender las apariencias, y por eso en vez de ver a un maestro de religión, crucificado por la envidia de sus pares, se ve a Dios encarnado que entrega su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, para la salvación de toda la humanidad; la cruz nos hace conocer a Cristo, no como un malhechor, que sufre justamente su castigo debido a sus faltas, sino al Cordero Inocente e Inmaculado de Dios, que recibe de modo vicario el castigo que los hombres merecíamos por parte de la ira divina, y que con su sacrificio nos salva de la condenación eterna: es la sabiduría de la cruz la que hace exclamar al centurión que traspasa el Corazón de Jesús en la cruz: "Este era verdaderamente el Hijo de Dios" (cfr. Mt 27, 45-54); la sabiduría de la cruz nos hace ver a Cristo no como a un predicador de Palestina abandonado por sus discípulos, al fracasar su intento de establecer un reino temporal: nos hace ver a
¿Por qué la cruz? Porque por la cruz se pasa de este mundo al otro; por la cruz, y por Cristo crucificado, se pasa del tiempo a la eternidad; por Cristo crucificado nuestro cuerpo, material, sometido a la corrupción por el pecado, y nuestra alma, envuelta en las tinieblas de la oscuridad, son transformados, por la gracia y por el Espíritu de Dios, en un cuerpo que recibe una juventud eterna y en un alma que brilla en la gloria de Dios. Es esto lo que quiere decir San Pablo cuando dice: "la carne y la sangre no pueden poseer el Reino de Dios", sino que debe "revestirse de incorruptibilidad" (1 Cor 15, 50), y es la cruz la que nos reviste de gloria y de eternidad; la cruz y Cristo en la cruz nos conducen a la eternidad feliz en Dios Uno y Trino; no hay otro modo de salvación que no sea la cruz y Cristo crucificado; no hay otro modo de atravesar el umbral que conduce a la eternidad.
"El que me ama y toma su cruz, que me siga". Si amamos a Cristo y su cruz, acudamos a
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