“…si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera: “¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería” (cfr. Lc 17, 5-10). Claramente nos plantea el Señor el tema de la fe. ¿Qué es la fe? Según San Pablo, es “creer en lo que no se ve” (cfr. Heb 11, 1-7). Por la fe, entonces, creo en lo que no veo. Pero tenemos que saber de qué fe habla Jesús, porque si nos fijamos bien, todos los días, en las situaciones cotidianas, nos guiamos en nuestro obrar por una fe que se denomina "natural". Esta fe natural es la que usamos todos los días, como por ejemplo, cuando alguien nos dice su nombre, y nosotros le creemos, sin ver su documento de identidad.
“Creemos sin ver”, es decir, tenemos “fe” natural, muchas veces al día, en muchas situaciones cotidianas, y es esta fe natural la que guía la mayoría de nuestras relaciones con nuestro prójimo. Es una fe en la que se comprenden asuntos que pueden ser captados por los ojos del cuerpo y por la luz de la razón natural.
Sin embargo, la fe de la cual nos habla Jesús no es esta fe natural, sino otra fe, llamada “sobrenatural”, porque se trata de realidades a las cuales no podemos acceder ni con los sentidos ni con la luz de la razón natural, como por ejemplo, el misterio de Dios como Uno en substancia y Trino en Personas, o el misterio de
La luz de la razón natural es absolutamente insuficiente para iluminar los misterios de Jesucristo: es como pretender alumbrar el fondo de un abismo con la luz de una candela. Sólo la luz de la fe sobrenatural, que ilumina con la luz misma de Dios, es una luz potente que permite escrutar el abismo insondable del misterio de Dios Trinidad.
Es por esta fe y luz sobrenatural que podemos vivir la vida de la gracia, y todo lo que la vida de la gracia implica, porque la fe nos muestra qué es lo que debemos creer, qué es lo que debemos amar, y qué es lo que debemos esperar. En este sentido, la oración de los pastorcitos en Fátima es una oración llena de fe, que muestra con claridad en qué creer, en qué esperar, en qué amar: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman”.
Si no tenemos fe, no sabemos en qué creer, ni en qué esperar, ni qué cosa amar. El que no tiene fe, no sabe en qué creer, y por eso no sabe que está destinado, al final de su vida terrena, a la íntima comunión de vida y de amor con las Tres Personas de
El que no tiene fe, no tiene esperanza, no sabe en qué esperar: no espera en una vida eterna, en una vida absolutamente feliz y dichosa en la eternidad, en la contemplación y en la adoración del Ser divino de Dios Uno y Trino, y en la compañía gozosa y alegre de miríadas de ángeles y santos, y así, vive una vida con una esperanza humana, no teniendo más esperanza que la de formar una familia, tener una profesión, un trabajo, una casa, un auto, y una vida sin sobresaltos. El que no tiene fe, sólo tiene esperanza para una vida puramente humana.
El que no tiene fe, no sabe amar a Dios Uno y Trino, no sabe que Dios es un Océano Infinito de Amor eterno, que se nos dona todo entero, sin restricciones, en la cruz y en
Quien no tiene fe, no sabe que en la adoración a
La fe es como una luz sobrenatural, celestial, divina, que nos hace ver más allá de lo que ven nuestros ojos y nuestra razón: nos hace ver las asombrosas y gloriosas realidades misteriosas de nuestra fe: nos hace ver a Dios no solamente como Dios Uno, como lo conocen todas las religiones, sino como es en su íntima realidad, como
“…si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera: “¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería”. No tenemos fe como para mover una morera, pero sí tenemos la fe de
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