lunes, 13 de septiembre de 2010

Por qué exaltamos la Santa Cruz


La Iglesia celebra una fiesta litúrgica que, ante los ojos del mundo, puede parecer motivada por un despropósito. En efecto, ¿por qué celebrar, exaltar, la cruz? La cruz, en la antigüedad, era sinónimo de tortura, de muerte dolorosa, de humillación, de barbarie, de castigo de malhechores. La cruz era el instrumento por medio del cual los romanos, exponiendo públicamente a los crucificados, daban un escarmiento a quien pensaba en rebelarse contra el imperio. ¿Por qué una fiesta para celebrar la cruz? Y no se trata de una fiesta cualquiera, sino que se trata de la “exaltación” de la cruz, es decir, una fiesta todavía más solemne. ¿Por qué?

Porque si bien es cierto que en la antigüedad la cruz era símbolo de tortura y de humillación, a partir de Cristo, la cruz es símbolo, no de muerte, sino de vida, no de humillación y de castigo, sino de predilección divina y premio eterno.

Esto es así porque en la cruz Cristo invierte todos los valores[1], y los invierte porque es Cristo, Dios Poderoso, quien en la cruz invierte todas las cosas. Y es así como la muerte pasa a ser vida, porque Cristo, por su muerte en cruz, resucita: Cristo muere en la cruz, y en su muerte mata a la muerte misma, porque Él es el Dios de la Vida, Él es Dios eterno, fuente de Vida eterna y de toda vida, y por eso en la muerte del Hombre-Dios la muerte de todo hombre se convierte en vida, y en Vida eterna; el dolor, pasa a ser alegría, porque el dolor que experimenta Cristo en la cruz redime el dolor y lo santifica y así, todo el que une sus dolores a los dolores de Cristo crucificado, se santifica en su dolor, porque es Cristo quien ha asumido y convertido el dolor en fuente de santificación; las tribulaciones de la vida, unidas al Gran Atribulado, Cristo crucificado, se convierten en oasis de paz y de serena calma, porque Cristo pasó la gran tribulación de la cruz para que nuestras tribulaciones se disuelvan en Él como el humo en el viento; la cruz, símbolo de humillación y de oprobio, se convierte en sede de gloria y de exaltación del hombre, porque en ella Cristo fue humillado; en ella su Humanidad Santísima fue lacerada y abierta en numerosas llagas, y sus llagas fueron enrojecidas por su Sangre preciosísima, y por sus llagas abiertas y enrojecidas por su sangre, nos vino el mar infinito de amor y luz de Dios, que curó nuestras heridas con las heridas del Cordero crucificado; en la cruz estuvo suspendido el Divino Corazón del Redentor, y fue en la cruz en donde fue abierto por la lanza, dejando pasar, para inundar a toda la humanidad, como un dique que cede en sus paredes, el océano infinito de gracia y de amor que brota del corazón único de Dios Uno y Trino.

Por todas estas razones, exaltamos la Cruz bendita de Nuestro Redentor.


[1] Cfr. Casel, O., Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid 1964, 166.

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