miércoles, 7 de diciembre de 2011

Vengan a Mí los que están cansados y agobiados y carguen mi yugo









“Vengan a Mí los que estén cansados y agobiados y carguen mi yugo" (cfr. Mt 11, 28-30). La invitación de Jesús a aquellos que están “cansados y agobiados” parece una contradicción, porque precisamente a ellos, que están cansados y agobiados, les da un nuevo peso, su yugo, con lo cual el cansancio y el agobio aumentan.
Sin embargo, no es una contradicción, porque el yugo de Jesús, que es la Cruz, “es llevadero” y de “carga ligera”, y además, porque Él “los alivia”, tomando sobre sí su cansancio y su agobio y esto en forma literal y no figurada, porque Jesús toma sobre sí el pecado del hombre y expía por él.
Al encarnarse, Dios Hijo asume en su naturaleza humana todo lo que en esta no es pecado, para redimirlo y sublimarlo: la enfermedad, el dolor, la muerte, y esto de modo literal y no simbólico, lo cual quiere decir que, a partir de la Encarnación, porque han sido asumidas por Él, se convierten en fuente de santificación, de salvación, lo cual significa que lo que antes era causa de desesperación y por lo tanto de cansancio y agobio, ahora es causa de felicidad.
Ésta es la razón por la cual la enfermedad, el dolor, la muerte, unidas a Cristo en la Cruz, son salvíficas y redentoras, porque Él las ha santificado, al tiempo que ha destruido el pecado. Así es como Cristo alivia el agobio y el cansancio del hombre: destruyendo el pecado en la Cruz, y convirtiendo en fuente de santificación todo lo que no sea pecado.
Pero además Cristo verdaderamente alivia el cansancio y el agobio porque al tomar sobre sí los pecados de los hombres para expiarlos –los pecados de todos los hombres en general y de cada hombre en particular, por lo tanto, toma sobre sí mis pecados personales-, además de hacerse culpable en modo vicario por los pecados personales de cada uno, en su Pasión sufre todas las penas y todos los dolores que se derivan de los pecados y sufre también la muerte de cada persona particular. En otras palabras, Jesús sufre en su Cuerpo físico, real, y en su Alma espiritual, real, todas las enfermedades, los dolores, las penas, las tristezas y la muerte física de cada persona humana en particular. Jesús sufre en nosotros y por nosotros, desde una simple fiebre hasta un cáncer mortal y, por supuesto, la misma muerte.
Esta es la causa del alivio real de quien está agobiado por el pecado y sus consecuencias, y es la causa al mismo tiempo de su propio agobio, de su sudoración de sangre y de su agonía en Getsemaní.
Jesús nos alivia porque carga Él con nuestras culpas –el pecado, para destruirlo- y con las consecuencias del pecado –el dolor, la enfermedad, la muerte- para redimirlos y convertirlos en fuente de santificación.
Pero el proceso no es automático: el cristiano debe acudir personalmente a Cristo, para pedirle que lo alivie, porque de lo contrario, para quien no lo acepta como Redentor, la Pasión de Jesús es vana.

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