lunes, 19 de diciembre de 2011

El Espíritu Santo, el Amor de Dios, en la Encarnación, en la Navidad y en la Santa Misa


Cuando se consideran los misterios de la Encarnación (cfr. Lc 1, 26-38) y del Nacimiento de Jesucristo, se pasan por alto, por lo general, la intencionalidad con la cual actúa Dios Trino. En otras palabras, al considerar la Navidad, se suele dejar de lado el motivo por el cual Dios Uno y Trino obra este prodigio.


Para saber cuál es la intencionalidad de Dios, es necesario considerar, de entre todos los actores que intervienen en la Encarnación y en el Nacimiento, a una Persona, la Persona divina del Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo el que inhabita, como Llama de Amor divino, en la Inmaculada Concepción, haciendo de María Santísima un sagrario viviente, el lecho de gracia y de Amor purísimo en el que habría de ser concebido el Hijo de Dios.

Es el Espíritu Santo el que "cubre con su sombra", es decir, con el poder de su Amor eterno, a María Santísima, en el momento de la Encarnación, creando la naturaleza humana del Hijo de Dios y uniendo esta naturaleza a la Segunda Persona de la Trinidad.

Es el Espíritu Santo el que "cubre con su luz santa", es decir, con la potencia de su amor, a María Santísima en Belén, en la Noche del Nacimiento, haciendo salir milagrosamente, como un rayo que atraviesa un cristal limpidísimo, el Cuerpo de Dios Hijo, que se aparece ante los hombres como Niño, sin dejar de ser Dios, que viene a este mundo para entregarse como Pan de Vida eterna.

Pero debido a que María es Modelo de la Iglesia, todo lo que sucede en Ella sucede luego en la Iglesia, y así es como el prodigioso Nacimiento del Niño Dios, obra del Espíritu Santo, se continúa y prolonga en la Eucaristía, por obra del mismo Espíritu Santo, pues es este mismo Espíritu el que, a través del sacerdote ministerial, que pronuncia las palabras de la consagración, produce la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Niño Dios, que de esta manera viene a nosotros en cada Misa, así como vino en Belén, entregándosenos como Pan de Vida eterna.

Y como el Espíritu Santo es el Amor substancial de Dios, es decir, es Dios, que es Amor, es el Amor de Dios el que obra el prodigio de Navidad, prodigio que se renueva y actualiza para nosotros en cada Santa Misa.

Y ésa es la intención de Dios Trino al obrar tantos prodigios sobrenaturales: donarnos su Amor, el Espíritu Santo.

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