“Los
volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16, 20-23a). Jesús profetiza su
Pasión y Muerte pero también su resurrección. Cuando Él muera en la cruz, sus
discípulos se entristecerán y el mundo se alegrará, pero cuando Él resucite,
sus discípulos se alegrarán con “una alegría que nadie les podrá quitar”.
Ahora
bien, esta alegría que promete Jesús no es la alegría humana, terrena,
temporal, de la cual todos tenemos experiencia por el solo hecho de ser seres
humanos. La alegría que promete Jesús, que les será infundida a sus discípulos
por Él mismo en la Resurrección, es la alegría suya, la alegría de Él, que es
la alegría de Dios porque Él, en cuanto Dios, es “Alegría infinita”, dice Santa
Teresa de los Andes.
La
alegría que experimentarán los discípulos no nacerá de ellos ni será de origen
terreno alguno: será una alegría que vendrá de lo alto y el motivo será también
de lo alto, porque será la alegría por la Resurrección del Señor. En esta
alegría están comprendidas las victorias de Jesús en la cruz, de un modo
definitivo y para siempre, de los tres grandes enemigos de la humanidad, el
Demonio, el Pecado y la Muerte. Es una alegría que comprende también la vida
nueva de la gracia, porque será una alegría desconocida, causada no por motivos
terrenos y mundanos, sino por la Resurrección de Jesucristo de entre los
muertos. Será una alegría que les permitirá afrontar el resto de la vida
terrena con esa alegría, aun en medio de las penas y tribulaciones de esta vida
y aun en medio de las persecuciones del mundo desencadenadas contra la Iglesia
por el Nombre de Cristo. Como dice Santo Tomás de Aquino[1],
la alegría que experimentarán los discípulos al ver a Jesús resucitado, es la
alegría de la visión de la gloria y esto como anticipo de la alegría sin fin
que el alma del justo experimentará en el Reino de los cielos si persevera
hasta el final.
“Los
volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar”. No envidiemos –con
santa envidia- a los discípulos que vieron a Jesús resucitado y experimentaron
la alegría de la resurrección: el mismo Jesús, resucitado y glorioso, está en
la Eucaristía en Persona y está esperando que lo vayamos a visitar en la
adoración eucarística para comunicarnos su propia alegría, la Alegría de Dios
Hijo resucitado y glorioso.
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