viernes, 10 de agosto de 2018

“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”



(Domingo XIX - TO - Ciclo B – 2018)

“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51). Cuando Jesús hace esta afirmación a los judíos –“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”-, estos se escandalizan y no dan crédito a sus palabras: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. Se escandalizan porque miran las cosas con la sola luz de la razón natural, sin fe y sin comprender que Jesús se refiere a su Cuerpo como habiendo pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección. Cuando Jesús dice que el pan que Él dará es su carne para la vida del mundo, está diciendo, por un lado, que Él y no el maná que recibieron los israelitas en el desierto, es el verdadero y único Maná bajado del cielo, pero además les está diciendo, literalmente, que es su Cuerpo el que es ese Pan que es Carne y que da la vida eterna. Los judíos se escandalizan porque piensan lo que Jesús les propone algo así como un acto de antropofagia, porque interpretan sus palabras con la sola luz de la razón natural.
Todavía más se escandalizan cuando les afirma acerca de su procedencia del seno del Padre: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el Pan bajado del cielo”. Jesús les afirma que Él es Pan y que ha bajado del cielo, que alimenta con la Vida eterna a quienes se unan a Él. Pero nuevamente los judíos se escandalizan acerca del origen divino auto-revelado por Jesús, porque lo ven con ojos puramente humanos y creen que Jesús es hijo natural del matrimonio meramente legal entre San José y la Virgen: “Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?”. Nuevamente desconfían porque racionalizan las palabras de Jesús: lo han visto crecer en el pueblo entre ellos; ellos son sus vecinos, conocen a sus padres, José y María y ahora Jesús les dice que viene del cielo. No pueden entender las palabras de Jesús porque todo lo reducen a los estrechos límites de su razón humana.
Para sacarlos de su incredulidad y confusión, es que Jesús les revela que, para que alguien pueda creer en Él como Pan Vivo bajado del cielo y como el que da de su Carne para la vida del mundo, es que debe ser atraído por el Padre, por el  Espíritu del Padre, el Espíritu Santo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día”. Los judíos no pueden entender sus palabras porque no tienen al Espíritu Santo en ellos y por eso mismo, toman las palabras de Jesús materialmente, porque no pueden, de ninguna manera, dimensionar la portada sobrenatural de sus revelaciones. Creen que Jesús los invita a una especie de antropofagia cuando les dice que deben comer de su Cuerpo para entrar en el Reino y creen también que Jesús ha perdido la razón cuando afirma que Él ha bajado del cielo, cuando todos pueden dar testimonio de que es un vecino más entre tantos, pues ha crecido entre ellos, en su mismo pueblo. No pueden vislumbrar la Persona Segunda de la Trinidad que está oculta en la naturaleza humana de Jesús, porque carecen del Espíritu Santo.
Sin hacer caso a su falso escándalo y a su incredulidad, Jesús profundiza su discurso y su auto-revelación como Pan Vivo bajado del cielo y como Verdadero y Único Maná bajado del cielo, que da la vida eterna a quien se une a Él por la comunión eucarística en gracia, con fe y con amor. Dice así Jesús: “Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Jesús profundiza su auto-revelación como Dios Hijo que ha venido al mundo enviado por el Padre para donarse como Pan Vivo bajado del cielo y donar la vida eterna a quien crea en Él y se una a Él por la fe y por el amor: “Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo. El que coma de esta Pan vivirá eternamente y el Pan que Yo daré es mi Carne para la vida del mundo”. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras de Jesús porque la Eucaristía es Jesús, vivo, glorioso, resucitado; la Eucaristía es algo que parece pan sin vida a los ojos del cuerpo, pero es un Pan que está Vivo porque el que está en Él es el Dios Viviente; la Eucaristía es Jesús, Vida Increada, Vida divina, infinita, eterna, que comunica de su vida divina a quien se une a Él sacramentalmente, por la comunión eucarística, en estado de gracia, con amor, adoración y fe. La Eucaristía es un Pan que parece pan pero que en realidad es la Carne del Cordero de Dios; es la Carne santa del Cordero tres veces santo, que con su luz divina ilumina la Jerusalén celestial e ilumina también las tinieblas del alma que a Él se une por la comunión.
“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? ¿No vive acaso entre nosotros; sus padres no son José y María y no creció Él en nuestro mismo pueblo? ¿Cómo puede decir que viene del cielo”.
La incredulidad de los hebreos se repite, lamentablemente, entre los católicos de hoy. ¿No pasa acaso lo mismo con nosotros y la Eucaristía? ¿No es que, en el fondo, desconfiamos de las palabras de la Iglesia pronunciadas por el sacerdote en la consagración y no podemos creer que un pan y un poco de vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús? ¿No decimos también nosotros, con nuestro comportamiento anti-cristiano, que la Eucaristía no puede venir del cielo, que sabemos que la Eucaristía es sólo pan; que sabemos que la confeccionan las hermanas con trigo y agua, sin levadura?
Si verdaderamente creyéramos en las palabras de Jesús, repetidas por el sacerdote ministerial en cada consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, correríamos a postrarnos ante la Eucaristía y daríamos verdadero testimonio de vida cristiana, viviendo la caridad cristiana a cada momento y con todo prójimo. Pidamos que el Espíritu Santo ilumine nuestra ceguera y podamos contemplar en la Eucaristía, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, a Jesús, Pan de Vida eterna y demos testimonio de lo que creemos con obras de piedad y misericordia.

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