sábado, 25 de agosto de 2018

“Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de Vida eterna”



(Domingo XXI - TO - Ciclo B – 2018)

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 60-69). Después de que Jesús les revelara a sus discípulos que debían comer su Carne y beber su Sangre para tener vida eterna y que quien quisiera seguirlo, debía tomar su cruz de cada día e ir en pos de Él, muchos de los discípulos, que siguen todavía aferrados a la vida terrena y carnal, rechazan las palabras de Jesús, afirmando que lo que dice es “muy duro”: “Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Es decir, cuando Jesús no hace milagros que curan enfermedades incurables, o cuando no multiplica panes y peces para satisfacer el hambre corporal, sino que les revela que deben alimentarse de su Cuerpo y su Sangre para tener vida eterna y además cargar la cruz de cada día, es entonces cuando una gran mayoría de quienes decían ser sus discípulos, se apartan de Él, aduciendo que sus palabras son “muy duras”. Prefieren la molicie y la vida fácil, sin complicaciones, olvidando las palabras de la Escritura: “Lucha es la vida del hombre sobre la tierra” (cfr. Job 7, 1ss). Y esa lucha es para ganar el Cielo y el Cielo sólo se conquista por medio de la Cruz.
Luego Jesús continúa explicándoles el plan de salvación, revelando que quien no posee el Espíritu Santo, no puede entender la Palabra de Dios, que es Espíritu y Vida: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida”. Jesús les dice, indirectamente, que ellos están analizando sus palabras sin el Espíritu Santo, solo con la luz de la razón y es por eso que no pueden trascender la carnalidad, la horizontalidad de esta vida terrena: “la carne de nada sirve”. Quien analiza las palabras de Jesús sin la luz del Espíritu Santo, permanece en su carnalidad, permanece en sus razonamientos humanos y no puede, de ninguna manera, trascender su límite humano, quedándose en un análisis meramente racional de las palabras de Jesús.
Jesús les advierte que para poder comprender lo que Él les dice, esto es, para poder comprender su misterio pascual de Muerte y Resurrección que pasa por la cruz, deben ser atraídos por el Padre, por el Espíritu del Padre, que es el Espíritu Santo: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. A los discípulos les sucede lo mismo que a los judíos: así como ellos no tienen el Espíritu Santo y por lo tanto no pueden comprender que para tener la vida eterna deben comer el Cuerpo y beber la Sangre glorificada de Jesús, de la misma manera los discípulos no pueden trascender las palabras de Jesús acerca de la necesidad de la negación de sí mismos y de cargar la cruz de cada día para llegar al Reino de los cielos y es la razón por la cual muchos de ellos lo abandonan: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Los hombres carnales, que están aferrados a esta vida terrena, a las pasiones y a los bienes materiales, dejan la cruz y abandonan el seguimiento de Cristo.
En otras palabras, cuando Jesús les dice que deben dejar de lado al hombre carnal y comenzar a vivir la vida de la gracia, combatiendo contra las propias pasiones, cargando la cruz y yendo en pos de Él, alimentándose de la Eucaristía y viviendo los Diez Mandamientos, muchos de los discípulos, que no quieren abandonar la vida mundana, abandonan a Jesús y le dicen: “Son duras estas palabras”.
Sin embargo, aquellos que son verdaderos seguidores de Cristo y poseen el Espíritu Santo que les hace comprender que la Cruz es un “yugo suave” porque Jesús la lleva por nosotros y que es el único camino para llegar al Cielo no abandonan a Jesús, sino que lo reconocen como al Dios encarnado cuyas palabras son palabras de vida eterna: “Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. Simón Pedro sí está iluminado por el Espíritu Santo y por lo tanto reconoce, en las palabras de Cristo, a la Sabiduría de Dios, que le revela que el único camino posible al Cielo es alimentar el alma con la Carne y la Sangre glorificados del Hijo de Dios y cargar la Cruz de cada día. De ahí su respuesta, exacta y precisa: “Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
         También a nosotros Jesús nos dice que debemos dejar de pensar en esta vida terrena y pensar en la vida eterna, en la muerte, en el Juicio Particular, en el Cielo, el Purgatorio y el Infierno; también a nosotros nos dice Jesús que debemos alimentarnos, más que de los manjares terrenos, del manjar celestial, que es la Eucaristía; también a nosotros nos dice Jesús que si queremos entrar en el Reino de los cielos, debemos combatir contra el hombre carnal, cargar la cruz de cada día y seguir tras sus pasos. No seamos entonces como los discípulos que, ante la perspectiva de tener que abandonar la vida mundana para abrazar la vida de la gracia, dicen: “Son duras estas palabras”. Imitemos más bien a San Pedro que, movido por el Espíritu Santo, abraza la cruz y le dice a Jesús: “Sólo Tú tienes palabras de Vida eterna”.


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