sábado, 3 de noviembre de 2018

"Amar a Dios y al prójimo"



(Domingo XXXI - TO - Ciclo B - 2018 )

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es  Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,28b-34). Preguntan a Jesús cuál es el primer mandamiento entre todos y Jesús responde que amar a Dios y al prójimo. Ahora bien, lo que se debe entender es que si bien Jesús responde según la ley de Moisés, Él viene a dar un nuevo significado a la ley y los Mandamientos, porque Él dice, por ejemplo, con respecto al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como Yo os he amado”. Es decir, introduce un nuevo mandamiento, que es amar al prójimo como Él nos ha amado, condición que no estaba en la Ley de Moisés. También la modifica con relación al primer mandamiento, el que manda amar a Dios por sobre todas las cosas, aún cuando no lo diga explícitamente.
Es decir, los Mandamientos son una cosa antes de Jesús y son otra después de Jesús. Aunque la formulación es idéntica, cambia el sentido, porque Jesús introduce una condición que no está en la Ley de Moisés: amar, tanto a Dios como al prójimo, “como Él nos ha amado”. En esto consiste la novedad radical de los mandamientos del Nuevo Testamento con respecto al Antiguo. En el Antiguo Testamento, se manda amar al prójimo “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, es decir, se manda amar con las fuerzas de la naturaleza humana. Por otra parte, cuando se decía “prójimo”, se entendía sólo al de raza hebrea y no a cualquier ser humano, como lo es a partir de Jesús.
La novedad, entonces, está en el modo del amor: con el amor humano y sólo a los de la propia raza, según la ley de Moisés, con el amor de Cristo y a todo ser humano –incluido el enemigo- según la ley nueva de la caridad de Cristo.
Para comprender cuál es la novedad del mandamiento de Cristo, es necesario entonces entender cómo es y qué significa “amar como Cristo nos amó”, porque esa nueva cualidad, la del amor de Cristo, es la que le da un nuevo significado a toda la ley de Dios. Y para responder a la pregunta de cómo nos amó Cristo, es necesario contemplarlo en la Cruz y en la Eucaristía, porque es allí en donde nos damos cuenta de que se trata de un amor nuevo, sobrenatural, divino, de origen celestial y no del propio amor humano. En la cruz, Cristo está crucificado, su Cuerpo cubierto de heridas sangrantes y da literalmente hasta su última gota de sangre por nosotros, que por el pecado lo crucificamos y que por el pecado éramos sus enemigos: Cristo nos ama con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Espíritu Santo y nos ama aún siendo nosotros sus enemigos, razón por la cual no tenemos excusas para no amar a nuestros enemigos y rezar por los que nos hacen mal, como Él nos enseñó. También debemos contemplar la Eucaristía para saber cuál es la clase del Amor con el que nos amó Jesús, porque en la Eucaristía Jesús está por Amor y sólo por Amor, cumpliendo su promesa de estar “con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Jesús está en la Eucaristía sólo por Amor y para darnos su Amor, de ahí que la adoración eucarística, de parte nuestra, no sea sino una pequeñísima devolución del Amor con el que Cristo nos amó primero.
“Ámense los unos a los otros como Yo os he amado”. Jesús nos ha amado con el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo y hasta la muerte de cruz, y nos sigue amando hasta el punto de permanecer, por Amor, encerrado en el sagrario, cuando podría no estar en él. Para corresponder a este Amor, debemos entonces amar a Dios y al prójimo con el mismo Amor con el que nos amó Cristo, no con nuestro simple amor humano y este Amor es el Espíritu Santo. Puesto que no tenemos al Espíritu Santo, lo debemos pedir, como nos enseña Jesús: “El Padre no negará el Espíritu Santo al que se lo pida”. Para cumplir con el Primer Mandamiento, de amar a Dios y al prójimo por encima de todas las cosas, según la ley de Cristo, debemos entonces primero pedir, por la oración, la gracia del don del Espíritu Santo. Sólo así amaremos a Dios y al prójimo con el mismo Amor con el que Cristo nos amó.


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