(Domingo II - TO - Ciclo C – 2022)
“Haced
lo que Él os diga” (Jn 2, 1-12).
Jesús y la Virgen son invitados a una boda en Caná de Galilea. Mientras se
desarrolla la fiesta, la Virgen se percata de algo que puede empañar el resto
de la celebración: los esposos se han quedado sin vino. Es entonces que la
Madre de Dios dice a su Hijo: “No les queda vino”. Uno de los elementos que
sorprende en este episodio del Evangelio es la respuesta de Jesús, ya que podríamos
pensar que Jesús accedería de inmediato al pedido de su Madre, teniendo en
cuenta que la falta de vino habría de arruinar la boda. Sin embargo, Jesús
contesta de un modo que tal vez puede sonar tajante, muy directo, aunque no
deja de ser suave y dulce a la vez. Jesús dice: “¿A ti y a Mí qué, Mujer? Mi Hora
no ha llegado todavía”. La respuesta de Jesús, lejos de ser distante y fría en
relación al inconveniente que estaban pasando los novios, tiene una razón
sobrenatural y es que la Santísima Trinidad había considerado que no era
todavía el momento de la manifestación pública de su gloria.
Ahora bien,
lo que llama la atención, es lo que sucede inmediatamente después de la
respuesta de Jesús: lejos de insistir con su rechazo, Jesús acepta en su
Corazón Misericordioso el pedido de su Madre y se dispone a realizar el milagro
de convertir el agua en vino; es por esta razón que su Madre les dice a los
sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Los sirvientes hacen lo que les dice
Jesús, esto es, llenan las tinajas hasta el borde con agua limpia y de
inmediato Jesús, con su omnipotencia divina, convierte el agua en vino. De esta
manera, la boda puede seguir sin mayores inconvenientes.
De este
episodio del Evangelio, hay muchas enseñanzas que podemos aprender: por un
lado, se trata del primer milagro público de Nuestro Señor Jesucristo,
realizado por la intercesión de María Santísima, lo cual la confirma como la
Intercesora de todas las gracias, porque ni Jesús, el Hijo de Dios, ni Dios
Padre, ni el Espíritu Santo, querían realizar el milagro, porque todavía “no
era la Hora” de Jesús, de su manifestación pública. Entonces, si es el primer
milagro público de Jesús, es al mismo tiempo la primera intervención pública de
María Santísima como Intercesora y Mediadora de todas las gracias. Por lo
tanto, todavía más asombroso que el milagro en sí mismo, la conversión del agua
en vino, es más asombroso el poder intercesor de la Virgen ante la Santísima
Trinidad, porque es Ella la que logra que la Trinidad adelante los planes de la
salvación de la humanidad, planes en el que el protagonista central es el
Hombre-Dios Jesucristo. En consecuencia, del episodio de Caná de Galilea nos
quedan las siguientes enseñanzas: el poder divino de Jesucristo, porque sólo
Él, en cuanto Dios, tiene el poder de crear la materia de la nada, convirtiendo
los átomos y moléculas de agua en átomos y moléculas de vino –y del mejor-; la
otra enseñanza es el grandísimo poder intercesor de la Virgen, porque es por su
intercesión que no sólo Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada,
sino también el Padre y el Espíritu Santo, es que deciden cambiar los planes en
el sentido de adelantar la Hora de la manifestación pública de Jesús como Dios
Hijo encarnado y como Salvador y Redentor de la humanidad.
“Haced
lo que Él os diga”. Hay dos últimas enseñanzas en el milagro de las Bodas de
Caná: por un lado, el simbolismo de la conversión del agua en vino, que
prefigura y anticipa el milagro de la transubstanciación, por el cual el vino
se convierte en la Sangre del Cordero; por otro lado, la orden que nos deja la
Virgen, que hagamos lo que su Hijo Jesús nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Si
hacemos lo que Jesús nos dice, Él sólo nos traerá la verdadera paz del
espíritu, la paz de Dios, nos dará el Amor y la Alegría de su Sagrado Corazón
y, sobre todo, nos concederá su gracia santificante, por la cual ingresaremos
en el Reino de los cielos.
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