(Ciclo C – 2022)
En el
momento en el que Juan el Bautista bautiza a Jesús en el río Jordán, se produce
lo que se denomina como “teofanía”, esto es, una manifestación de la divinidad.
Ahora bien, es sumamente importante considerar que la teofanía del río Jordán no
es, obviamente, una teofanía al estilo de las divinidades paganas –las cuales
en realidad son falsas teofanías-, aunque tampoco es una teofanía al estilo del
monoteísmo judío: aquí se trata de una teofanía católica, en donde la divinidad
se revela no solo como un solo Dios, sino como Uno y Trino. En otras palabras,
si en la Antigüedad los paganos creían en sus falsas teofanías y los judíos
celebraban las verdaderas pero incompletas teofanías –como la de la zarza
ardiente-, ahora, en el río Jordán, se produce la verdadera, auténtica y
definitiva teofanía o manifestación de la divinidad: con ocasión del Bautismo
de Jesús, el Dios Uno de los judíos se auto-revela en forma definitiva como lo
que es desde la eternidad: como Dios Uno y Trino. En efecto, en la teofanía
católica del río Jordán, Dios se revela como Uno en Tres Personas: Dios Padre habla
e indica que escuchemos a su Hijo Unigénito Jesús; Dios Hijo es sumergido en el
Jordán; Dios Espíritu Santo se manifiesta corporalmente como una paloma. Entonces,
la teofanía trinitaria del Jordán se muestra como absolutamente superadora,
tanto de la teofanía incompleta del judaísmo, como de las teofanías falsas de
los paganos. Un primer elemento a considerar entonces, en el Bautismo del Señor
Jesús, es que es la ocasión en la que Dios se manifiesta como la Santísima
Trinidad, una Verdad única y exclusiva del catolicismo, propia de la Iglesia
Católica y de ninguna otra religión.
Otro elemento a considerar es el significado del
Bautismo de Jesús y la pregunta surge desde el momento en que Jesús, siendo
Dios Hijo encarnado y por lo tanto la divinidad santísima en su Acto de Ser
Puro y Perfecto, no tenía en absoluto necesidad alguna de ser bautizado. En definitiva,
la pregunta es: ¿por qué Jesús es bautizado, si Él, en cuanto Dios, no solo no
tenía pecado, sino que era la santidad y perfección en sí mismas?
La respuesta se encuentra en la Humanidad de Jesús,
unida a su divinidad, la Segunda Persona de la Trinidad y el significado no
sólo simbólico sino real que tienen los actos de ser sumergida y luego emerger,
en el acto del bautismo. En otras palabras, Jesús es sumergido, indicando con ello
su muerte en cruz, muerte a la que queda asociada y de la cual participa la
muerte de la humanidad, es decir, la muerte personal de cada ser humano; en el
momento en que sube a la superficie, luego de ser sumergido, indica y significa
su resurrección gloriosa, el Domingo de Resurrección: en este caso, al igual
que sucedió con su muerte, en la que toda la humanidad estuvo asociada y
participó de ella, así también ahora, con la resurrección, toda la humanidad
participa de la resurrección de Jesús, de su regreso glorioso a la vida eterna.
Sin embargo, para que esto suceda, es decir, para que cada ser humano participe
efectivamente de la resurrección gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo, es
necesaria la adhesión personal, libre e individual, de cada ser humano. Esta aceptación
de Jesucristo como Salvador de toda la humanidad en general y de cada ser
humano en particular, debe ser realizada libre y conscientemente; de lo
contrario, se caería en el error de Karl Rahner de considerar a todo hombre
como “cristiano anónimo”. En efecto, según la errónea conclusión de Rahner,
todo ser humano, por el solo hecho de ser ser humano, está ya unido a Cristo y
salvado por Él, independientemente de si es cristiano de forma consciente o no.
Es decir, para Rahner, no importa qué religión se practique –se puede ser
budista, musulmán, protestante, judío o incluso hasta ateo o satanista-, porque
la humanidad ha quedado unida a la divinidad en la Encarnación y por eso
participa de su Muerte y de su Resurrección; así, una persona es cristiana, aún
sin saberlo e incluso aún sin desearlo. Esto es un gravísimo error de Karl
Rahner, que lleva inevitablemente a la interrupción de toda actividad misionera
por parte de la Iglesia; además, lleva a una rendición incondicional de la
Iglesia frente al Mundo, invirtiéndose los roles –la Iglesia se mundaniza y el
mundo “enseña” a la Iglesia cómo debe pensar y actuar-, lo cual es lo opuesto a
las palabras de Jesús, quien con toda claridad envía a sus discípulos –a la
Iglesia- a difundir el Evangelio y a bautizar a los paganos y gentiles, como
condición indispensable para participar de su misterio salvífico de muerte y
resurrección y así ingresar en el Reino de los cielos.
En el Bautismo del Señor hemos sido incorporados, de
parte de Dios, al misterio salvífico de Muerte y Resurrección; sin embargo, es
necesario, con necesidad absoluta, de dar el asentimiento personal, libre e
individual, mediante el cual reconocemos a Nuestro Señor como al Salvador; sólo
así no solo no caeremos en el gravísimo error de considerar que existe un “cristiano
anónimo”, como sostiene falsamente Karl Rahner, sino que seremos hechos
partícipes de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo: luego de
morir a la vida terrena, en estado de gracia, seremos llevados a la eternidad
de la gloria del Reino de los cielos.
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