martes, 9 de agosto de 2022

“He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo!”

 


(Domingo XX - TO - Ciclo C – 2022)

         “He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49-53). Jesús dice que “ha venido a traer fuego” y que “ya quiere verlo ardiendo”. ¿A qué se refiere Jesús? ¿De qué fuego se trata? ¿Qué es lo que quiere que arda, con el fuego que Él ha venido a encender? Ante todo, hay que decir que, obviamente, no se trata del fuego material, del fuego terreno, el que todos conocemos; no se trata del fuego con el que el hombre cocina, trabaja, realiza sus tareas de todos los días. Se trata de otro fuego; tampoco aquello que Jesús quiere ver encendido, no es nada material, ni corporal; Jesús no quiere encender fuego en los bosques, en las casas ni en nada material que nos podamos imaginar.

         El fuego que Jesús ha venido a encender es el fuego que arde en su Sagrado Corazón y ese fuego no es un fuego material, sino un fuego espiritual, no terreno: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. Es con este fuego con el cual Jesús quiere encender y es el que quiere verlo ardiendo. Ahora surge la otra pregunta: ¿qué es lo que Jesús quiere encender, con el fuego del Espíritu Santo? Jesús quiere encender los corazones de los hombres; Jesús quiere comunicar del fuego de su Corazón, a los corazones de todos los hombres. Son los corazones de los hombres, fríos y sin calor, a los que Jesús los quiere encender con el Fuego que arde en su Sagrado Corazón, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.

         Ahora bien, ¿dónde se encuentra ese fuego? En el Sagrado Corazón de Jesús. ¿Y dónde está el Sagrado Corazón de Jesús, envuelto en el Fuego del Divino Amor? Está en el Cielo, en donde es adorado por ángeles y santos, pero también está aquí en la tierra, en la Sagrada Eucaristía, en donde es adorado por los adoradores eucarísticos, por los que adoran su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía. Por esta razón, quien recibe la Eucaristía, recibe al Sagrado Corazón envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo. Sin embargo, para que nuestros corazones ardan en el Fuego del Divino Amor, es necesario que los corazones estén listos y aptos para que este Fuego prenda, de lo contrario, no podrá encender nuestros corazones. Lo que dispone a nuestros corazones para que ardan con el Fuego del Corazón de Jesús, es la gracia santificante: por la gracia, nuestros corazones, que son duros y fríos como el mármol, se convierten como leño seco y así, cuando entran en contacto con la Eucaristía, es como cuando el carbón, que en sí mismo es negro, frío y sin calor, al contacto con la llama de fuego se convierte en una brasa ardiente, es decir, se funde, por así decirlo, con el fuego y de carbón frío, negro y sin calor, se convierte en una brasa incandescente, que resplandece con la luz del fuego, que arde con el calor del fuego, que ilumina con la luz del fuego. Pidamos a la Santísima Virgen María que interceda para que nuestros corazones, fríos como el mármol y la piedra, se conviertan en leños secos para que, al contacto con el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, ardan en el Fuego del Divino Amor y así el deseo de Jesús, de ver ardiendo nuestros corazones con el Amor de Dios, se verá complacido.

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