miércoles, 31 de agosto de 2022

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”

 


(Domingo XXIII - TO - Ciclo C – 2022)

         “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-33). Jesús pone una condición sine qua non –sin la cual no es posible- para ser su discípulo: “renunciar a todos sus bienes”. Esta condición se interpreta en varios sentidos: en un primer sentido, el más literal, es la renuncia total y absoluta a todos los bienes materiales: es el caso, por ejemplo, de San Francisco de Asís, quien fundó la Orden Franciscana, una orden mendicante, al menos en el tiempo fundacional. San Francisco era heredero de una gran fortuna material, puesto que su padre era un rico comerciante, pero luego de su conversión a Jesucristo, decidió renunciar a toda su herencia, para seguir a Cristo por el Camino de la Cruz, el Via Crucis. Esta renuncia es la que llevan a cabo todos los religiosos en general, aunque también hay matices, porque solo los mendicantes renuncian completamente, mientras que los religiosos hacen voto de pobreza, con lo cual sí pueden recibir bienes, pero no a título personal, mientras que los sacerdotes diocesanos hacen “promesa” de pobreza, lo cual quiere decir que pueden tener bienes personales a nombre propio, pero siempre teniendo en cuenta la pobreza evangélica, que es la pobreza de la Cruz.

         En otro sentido, un poco más amplio, la renuncia a todos los bienes se aplica a los laicos en general y aquí se debe hacer una distinción: esta renuncia es, ante todo, de orden afectivo, en el sentido de que el laico, puesto que se desempeña en el mundo, tiene más necesidad de los bienes materiales que el religioso, y por eso es lícito que posea bienes materiales e incluso abundantes bienes materiales, pero aun así debe renunciar a estos bienes materiales en un sentido afectivo, es decir, en el sentido de no estar apegados a ellos. Un ejemplo de esta renuncia afectiva es el Beato Pier Giorgio Frassatti, un joven italiano que falleció a los 25 años aproximadamente, como consecuencia de una enfermedad contraída por contagio, en una de sus frecuentes visitas a los enfermos en los hospitales. Pier Giorgio, al igual que San Francisco, era heredero de una enorme fortuna, ya que su padre era dueño de uno de los diarios más prestigiosos de Italia; sin embargo, no renunció nunca a su herencia, como sí lo hizo San Francisco, pero vivía pobremente, porque todo el dinero que recibía para sus gastos personales, lo donaba a los pobres, de manera que vivía prácticamente como un pobre, aun siendo inmensamente rico. Pier Giorgio no renunció a su herencia, pero dio todo su dinero a los pobres, a los más necesitados y así se ganó el tesoro eterno, el Reino de los cielos.

         “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. Independientemente del estado de vida de cada uno, sea religioso, ermitaño, mendicante, seglar, el modelo de pobreza para seguir a Nuestro Señor Jesucristo y así ser su discípulo, es Él mismo en la Cruz: en la Cruz, Jesús es pobre, porque materialmente no posee literalmente, nada, ya que todos los bienes materiales que posee en la Cruz le han sido prestados por su Padre y por su Madre, para que llevara a cabo la obra de la Redención de la humanidad: en la Cruz, Jesucristo sólo posee tres clavos de hierros, que atraviesan sus manos y sus pies; posee una corona de espinas, que indica su condición de Rey de reyes y Señor de señores; posee un lienzo –que según la Tradición era el velo de su Madre, la Virgen-, para cubrir su humanidad; posee el leño de la Cruz, con la cual salva a los hombres y por último, posee un cartel escrito en hebreo, latín y griego, en el que se indica su condición de Salvador de los hombres: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Rey de los judíos y Rey de ángeles y de todos los hombres que lo reconocen como a su Redentor. La renuncia a los bienes materiales, según el estado de vida de cada uno, tiene como ejemplo y como fin la pobreza de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Solo quien es pobre como Cristo crucificado, puede ser su discípulo y se encuentra en grado de ingresar en el Reino de los cielos.

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