viernes, 9 de diciembre de 2022

La Santa Madre Iglesia exulta de alegría por el Nacimiento de Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios

 


(Domingo III - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

         Este Domingo de Adviento, el tercero, es ya tiempo dedicado para la preparación espiritual para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo en una humilde gruta de Belén.

         La Primera Venida se produce por obra de la Trinidad: Dios Padre pide a Dios Hijo que se encarne, por obra de Dios Espíritu Santo, en el seno de una Virgen, llamada María. La Encarnación del Verbo es entonces el acontecimiento más grandioso de la historia de la humanidad y también de la Creación, porque supera en grandeza, en magnificencia, en gloria, a la Creación del universo visible e invisible, incluida la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios.

         El Verbo de Dios se encarna en el seno de la Inmaculada Concepción por pedido de Dios Padre y por obra del Espíritu Santo, lo que demuestra que Jesús de Nazareth es Dios Hijo encarnado, por un lado y por otro, que San José no es, de ninguna manera, el padre biológico de Jesús, sino solamente su padre adoptivo, que por encargo de Dios Padre, hace de padre terreno a Quien en el Cielo es su Dios y Creador.

         Otro elemento a considerar en la Encarnación del Verbo y en su posterior nacimiento milagroso, es la razón por la cual se encarna: por un lado, por su infinita misericordia, porque Dios no tenía ninguna necesidad de justicia de encarnarse para redimir al hombre: en otras palabras, podría no haberse encarnado, dejando al hombre librado a su propio libre albedrío, el mismo libre albedrío que, en Adán y Eva, lo había conducido a despojarse voluntariamente de la gracia divina y a arrojarse en los brazos del Demonio. Dios no tenía ninguna obligación de quitar el obstáculo que el hombre mismo, por propia voluntad, había puesto en su relación con Dios. Pero es precisamente su infinita misericordia, su infinito amor por su creatura, el hombre, lo que lleva a la Trinidad a idear el plan de salvación, que iniciaba con la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo y por pedido de Dios Padre. El primer motivo de la Encarnación es entonces la Divina Misericordia, el Divino Amor de Dios para con los hombres.

         El segundo motivo nos lo dice la Escritura: “Cristo vino para deshacer las obras del Diablo”. El Verbo de Dios se encarna en el seno de María Virgen y nace como Dios hecho niño sin dejar de ser Dios, para que el hombre se haga Dios por participación, al unirse a Él por la gracia y para lograrlo, se inmola en el Santo Sacrificio del Calvario, entregando su Cuerpo y su Sangre como ofrenda agradable a Dios Trino por la salvación de los hombres, destruyendo así a las obras del Demonio y venciendo para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, la Muerte y el Pecado, pero además, abriendo las puertas del Cielo a los hombres, al derramar sobre la humanidad entera el Agua y la Sangre que brotaron de su Corazón traspasado en la Cruz. El Niño Dios que nace en Belén y que abre sus bracitos en cruz para abrazar a quien se le acerque con piedad, con fe y con amor, es el mismo Hombre Dios que en el Calvario abrirá sus brazos para extenderlos en la Cruz, para así abrazar a toda la humanidad, para perdonarla y llevarla consigo, ya vencidos sus enemigos para siempre, al Reino de los cielos, al seno del Padre Eterno, en el Amor del Espíritu Santo. Estos son los motivos por los cuales la Santa Iglesia se alegra y, en medio de la penitencia característica del Adviento, concede a los hombres una pausa en la penitencia, para meditar en la “Alegría que viene de lo alto”, el Hijo de Dios encarnado en el seno de una Madre Virgen, para rescatarlo de su pecado, para librarlo de la eterna perdición y para conducirlo al Reino de los cielos. El Niño que nace en Belén es nuestro Redentor, que viene a este mundo para conducirnos al Reino de su Padre, reino de bondad, de amor, de paz, de alegría, de justicia, en el que el llanto y las lágrimas de este mundo desaparecerán para siempre, para dar lugar a la Alegría sin fin. Como anticipo de esta Alegría Eterna que nos trae el Niño de Belén, la Iglesia se alegra, con gozo espiritual, por Nacimiento de Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, en una humilde gruta de Belén. Es por esta razón que el tercer Domingo de Adviento es llamado "Gaudete" o de "Alegría", porque nos ha nacido un Redentor y si no hubiéramos sido redimidos, de nada nos valdría haber nacido.

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