miércoles, 14 de diciembre de 2022

“José, no temas, el Hijo que lleva María en su vientre viene del Espíritu Santo (…) se llamará Jesús y salvará a su pueblo de los pecados”

 


(Domingo IV - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

          “José, no temas, el Hijo que lleva María en su vientre viene del Espíritu Santo (…) se llamará Jesús y salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 18-24). Las palabras del Arcángel Gabriel, pronunciadas a San José durante el sueño -aunque la aparición del Ángel no es un sueño, sino una aparición angélica con ocasión del sueño de San José-, no solo tranquilizan a San José -él había desposado a María Santísima pero todavía no convivían juntos, según la costumbre hebrea y al notar que estaba encinta, había decidido abandonarla en secreto, para no exponerla públicamente a María-, sino que revelan numerosos misterios sobrenaturales con relación a la concepción virginal y la condición de Mesías del Niño que la Virgen lleva en su seno.

          Los misterios sobrenaturales que revela el Arcángel Gabriel son: María, que está encinta sin haber comenzado a convivir, es Virgen, porque la concepción es obra de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, el Divino Amor; además de ser Virgen, es Madre y Madre de Dios, porque lo que ha sido engendrado en Ella es la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, que se ha encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, creada por el Espíritu Santo en el momento de la concepción -esto quiere decir que los cromosomas paternos fueron creados de la nada por la omnipotencia divina, ya que San José no es el padre biológico del Niño Dios-; San José es padre adoptivo y no biológico de Jesús, por lo mismo que es solo pura y exclusivamente esposo meramente legal de María Santísima, cuyo esposo celestial es el Espíritu Santo; el Niño Dios, engendrado en el seno purísimo de María Santísima, es el Mesías, el Redentor, el Salvador de los hombres, que ha venido no para instaurar una sociedad humana más justa e igualitaria, mediante la “revolución del amor”, sino que ha venido a salvar a la humanidad de los “pecados”, de la muerte eterna, de la condenación eterna en el Infierno, del poder del Demonio, además de conceder la gracia que convierte al hombre en hijo adoptivo de Dios y heredero del Reino de los cielos, de modo que al final de la vida terrena, a cada hombre que acepte libre y voluntariamente a Cristo como su Salvador y Redentor, le espera en recompensa el Reino eterno de los cielos.

          Si alguien se opone a la condición divina de Jesús como Dios Hijo encarnado, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que es concebido virginal y milagrosamente por obra del Divino Amor, el Espíritu Santo, por pedido de Dios Padre; si alguien niega que la Madre de Jesús es por lo tanto la Madre de Dios Eterno, nacido en el tiempo luego de la Encarnación en su seno purísimo; si alguien niega que el Padre de Jesús de Nazareth es Dios Padre Eterno y que San José no es padre biológico, sino padre adoptivo de Jesús; si alguien niega que el Niño de Belén, engendrado por el Espíritu Santo y nacido en la gruta de Belén, es el Mesías que, ya de adulto, entregará su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Santo Sacrificio del Calvario y en cada Santa Misa; si alguien niega estos sublimes misterios sobrenaturales de los cuales la Santa Madre Iglesia no solo los recuerda sino que los actualiza por medio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, haciéndonos participar de estos sublimes misterios, como el del Nacimiento en Belén, entonces ese tal, no puede llevar el nombre de “católico”, sino de “apóstata”, puesto que se opone a los misterios centrales sobrenaturales que fundamentan la Santa Fe Católica; por lo tanto, ese tal, no debe celebrar, bajo ningún concepto, la Navidad, porque no se puede tomar a la Religión Católica y a sus sublimes misterios como pretexto para festejos mundanos. Quien no crea en estos misterios, absténgase de celebrar mundanamente la Navidad, para no ofender a la Santísima Trinidad.

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