(Domingo XXXII - TO - Ciclo B -
2024)
“La viuda ha dado más que nadie, porque
ha dado de lo que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44). Sentado frente a la sala
del tesoro del Templo, Jesús observa con atención a la gente que se acerca a
depositar la limosna. La mayoría deposita mucha cantidad, “en abundancia”, dice
el Evangelio, pero Jesús se detiene en una pobre viuda, de condición muy
humilde, la cual deja como ofrenda solo “dos pequeñas monedas de cobre”. Luego de
ver la ofrenda de la viuda, Jesús llama a sus discípulos para darles una
enseñanza, diciéndoles que mientras los demás, los que dejan una ofrenda en
apariencia abundante, la viuda ha dejado una ofrenda todavía mucho más valiosa,
porque ha dejado algo que, si bien en apariencia es algo muy pequeño, dos
monedas de cobre, eso representaba para ella “todo lo que poseía”. Esto hace
que la ofrenda de la viuda sea, cualitativamente, mucho más valiosa, a los ojos
de Dios, más valiosa que la ofrenda materialmente costosa de cualquier otro
oferente, porque mientras los ricos “han dado de lo que les sobraba”, la viuda
en cambio “ha dado de lo que tenía para vivir”.
De esta manera Jesús nos enseña cómo la viuda del
Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo
-cumpliendo con el deber que tiene todo fiel católico de sostener materialmente
el templo-, como de gratitud, de amor y de confianza hacia Dios, manifestada en
la ofrenda. La razón por la cual la viuda es ejemplo para nosotros es la
ofrenda que hace porque si bien materialmente es muy poco dinero, en realidad
es bastante, ya que se trata de todo lo que tiene para subsistir, es decir,
para alimentarse. Traducido en nuestra cultura, sería como si nosotros diéramos
como limosna el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser
mucho o poco, dependiendo de qué es lo que fuéramos a comprar para alimentarnos,
pero siempre sería mucho en términos cualitativos, porque sería todo lo que
tendríamos para alimentarnos. Y también en nuestros días, si alguien diera como
ofrenda todo lo que tiene para alimentarse, por ejemplo, en un día, si lo
comparase con la ofrenda de otro que pone como ofrenda una cantidad muy superior,
se da el mismo caso de la viuda: parecería que el segundo da mucho más que el
primero, pero a los ojos de Dios el primero da más, porque da de lo que tiene
para subsistir, en cambio el segundo da de lo que le sobra. En el fondo, el
valor de la ofrenda de la viuda está en el hecho de que, al dar de lo que tiene
para subsistir, está dando de lo que tiene para vivir, es decir, está dando su
vida y ahí es en donde radica su valor: está dando su vida a Dios. En este
sentido, la viuda del Evangelio es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye
al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es
además un ejemplo de amor a Dios, porque da a Dios la totalidad de lo que
tiene, como muestra de que su vida le pertenece a Dios, es decir, como muestra
de que es Dios quien le da la vida y el ser y por ello se muestra agradecida
con Él dándole una ofrenda significativa, una ofrenda que significa su propia
vida, como si le dijera a Dios: “Tú me diste la vida; yo en agradecimiento te
doy lo que tengo para vivir”. La viuda del Evangelio, entonces, nos enseña no
solo a desprendernos de los bienes materiales, sino también a contribuir, con
estos bienes materiales, al sostenimiento del culto católico, el único culto
verdadero del Único Dios Verdadero y nos enseña también cómo debemos
agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Dios Es, Dios de infinito
Amor, Justicia y Misericordia.
Por último, existe un aspecto sobrenatural que debe ser
considerado en la donación de la viuda y que va más allá de los bienes materiales
en relación al templo y a Dios: cuando la viuda da de lo que tiene para vivir,
da con eso, simbólicamente su propia vida y esto en realidad es una imitación y
una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la
cruz el Don Preciosísimo de su Vida Divina, algo que obviamente es mucho más
que ofrecer algo que lo que se tiene para vivir, porque Jesucristo ofrece Su
propia Vida Divina en el Sacrificio de la Cruz, por la salvación de todos los
hombres. En otras palabras, la generosidad de la viuda que simbólicamente
ofrece el don de su vida, es una participación a otro acto de oblación y de
donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad,
como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, don que se renueva incruenta
y sacramentalmente cada vez en el Santo Sacrificio del altar, en la Santa Misa.
“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo
que tenía para vivir”. A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al
templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a
ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz
para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia
y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar
Eucarístico.