(Domingo
I - TA - Ciclo C – 2024- 2025)
En
las cuatro semanas previas a Navidad, la Iglesia Católica ingresa en un tiempo
litúrgico llamado “Adviento”, palabra que viene del latín “ad-ventus” y que
significa “venir”, “llegar”, “venida”-; este tiempo litúrgico es un tiempo de
gracia especial cuyo objetivo final es nuestra preparación espiritual para el
encuentro personal con Cristo; ahora bien, este encuentro personal se da bajo
dos aspectos diferentes en el Adviento. Es por esta razón que, de las cuatro
semanas previas a la Navidad, no todas las semanas del Adviento se dedican a la
Navidad: las dos primeras semanas se dedican a meditar sobre la Venida Final
del Señor al fin de los tiempos, es decir, se dedican a meditar en su Segunda
Venida en la gloria[1]; con
relación a las dos últimas semanas, estas sí están dedicadas a meditar sobre la
Navidad, es decir, están dedicadas a meditar sobre la Encarnación del Verbo de
Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento
virginal en Belén, Nacimiento virginal por el cual inicia su misterio pascual de
redención de toda la humanidad.
Entonces, en síntesis, la Iglesia dispone que haya un
tiempo especial, el Adviento, para participar del misterio de Cristo, y en este
tiempo el alma se concentra en la espera de Aquel que Vino, que Viene y que
Vendrá. El Adviento es entonces tiempo de preparación espiritual, o mejor dicho,
de una doble preparación espiritual para el encuentro con Cristo bajo un doble
aspecto: una primera preparación es para conmemorar la Navidad, es decir, el
misterio de la Primera Venida de Jesús en la humildad del Portal de Belén; la
segunda preparación del Adviento es para la Segunda Venida del Señor Jesús en
la gloria. Esto explica, por ejemplo, que el Evangelio elegido por la Iglesia
para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se refiera a la
Segunda Venida del Señor Jesús y no al Nacimiento del Señor: “Habrá signos en
el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,
perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por
el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las
potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en
una nube, con gran poder y gloria”.
Ahora
bien, hay algo muy importante a tener en cuenta desde un inicio y es que el
Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras
conmemoraciones o representaciones memoriales, es decir, no son solo
“recuerdos” de la memoria de lo que pasó realmente efectivamente en el tiempo y
en la historia hace dos mil años: misteriosamente, por el misterio de la
liturgia eucarística, tanto el Adviento como los otros tiempos litúrgicos, son
una “participación” del misterio de Cristo, que en el caso del Adviento será,
de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su Nacimiento virginal,
en las dos últimas semanas. Esto es muy importante para tener en cuenta, porque
no es lo mismo solamente “conmemorar” o “recordar”, que el de “conmemorar” o
“recordar” y, además, “participar”, por medio de la acción litúrgica, ya que
esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en otra “dimensión”, por
así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la del Cuerpo Místico de
Cristo, que obra en conformidad con la Cabeza que es Cristo y también con el Corazón
del Cuerpo Místico, que es la Virgen Santísima.
Ahora
bien, puesto que entre la Primera Venida que ocurrió en el pasado y la Segunda
Venida que ocurrirá en el futuro, hay una Venida Intermedia, esto es, el Arribo
o la Llegada de Jesús por el Sacramento de la Eucaristía al alma, que ocurre en
el presente, en cada Santa Misa, por lo que podemos decir que el Adviento es también
tiempo de preparación espiritual para esta Venida Intermedia, el Arribo de
Jesús al alma a través del misterio de la Eucaristía. Por el Adviento
rememoramos el pasado, vivimos el presente y nos preparamos para el encuentro
futuro con Cristo.
Entonces,
resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada”
o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con
Nuestro Señor Jesucristo principalmente en sus dos Llegadas o Venidas: la
Primera Venida, en Belén ocurrida en el pasado y la Segunda Venida en la
gloria, en el Día del Juicio Final, que ocurrirá en el futuro. Y a estas dos
Llegadas, debemos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar
“Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, que ocurre en el presente, la
cual generalmente pasa desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa
Misa, de manera que cada Santa Misa es un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa
desde los cielos hasta el pan y el vino que Nuestro Señor Jesucristo convierte
en su Cuerpo y en su Sangre y para este maravilloso “Adviento Eucarístico”,
también debemos prepararnos espiritualmente y con mucha mayor razón, porque si
el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día
del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste
“Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, por lo que no podemos decir
que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si estaremos en esta
vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en la Santa Misa, que
es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos presentes, en cuerpo y alma
y asistimos y somos espectadores y partícipes privilegiados, por la gracia, del
más grande y maravilloso milagro jamás realizado por la Santísima Trinidad, el
“Adviento Eucarístico”.
Por
último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el
Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la
respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y
bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su
señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su
lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás
-símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia
santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo
perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama
a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la
violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu
demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni
adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo.
En
nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo
o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera
la Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
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