(Ciclo C - 2025)
Esta fiesta litúrgica, llamada “La
Presentación del Señor Jesús en el Templo” o también "Fiesta de la Candelaria", tiene sus orígenes en los inicios
del pueblo hebreo, cuando Dios, al elegir a su Pueblo, les advirtió que no
debían hacer como los paganos, que ofrendaban sus hijos al Demonio. El Pueblo
Elegido debía ofrendar sus hijos a Él, a Yavhéh, puesto que Él, en cuanto
Creador, es el Dueño de los niños de las familias, no solo de las familias del
Pueblo Elegido, sino que es el Dueño de los niños de las familias de todo el
mundo.
Al enseñar a los hebreos que no debían ofrendar sus
niños al Demonio, sino a Él, Dios purificó y santificó esta fiesta pagana,
convirtiéndola en una fiesta dedicada a Él, el Verdadero Dios. Por esta razón,
siguiendo esta normativa de la Ley, que mandaba ofrendar al primogénito –y en
él, a toda la prole-, es que la Virgen y San José llevan al Niño Jesús al
Templo, al cumplirse cuarenta días de su Nacimiento y lo Presentan ante el
altar de Dios, haciendo de su Niño, el Niño Dios, una ofrenda Pura, Agradable y
Santa, para Dios. En ese entonces, las familias adineradas acompañaban la ofrenda
con un cordero, pero como José y María eran pobres, solo pudieron ofrendar dos
pichones de palomas. Esto es lo que sucedía a los ojos del cuerpo, pero en la
realidad espiritual y mística, la ofrenda de la Sagrada Familia sí era la de un
cordero, pero no un cordero animal, sino que su ofrenda era la del Cordero de
Dios, porque el Niño que llevaba la Virgen no era un niño más entre tantos,
sino el Cordero de Dios, la “Lámpara de la Jerusalén celestial”, que venía desde
la eternidad a nuestro tiempo para salvar a los hombres con su sacrificio santo
en la cruz del Calvario.
Esta fiesta litúrgica, llamada en la Iglesia Romana
como “Presentación del Señor Jesús”, se festejaba también en las iglesias
orientales católicas, pero era conocida bajo otro nombre: se la conocía con el
nombre de “La fiesta del Encuentro” (en griego, Hypapante), y la razón de este nombre es que así se remarca un
elemento central de esta festividad, que es precisamente el “encuentro” del Ungido de Dios, Cristo Jesús, Ungido con
el Espíritu Santo en el momento de la Encarnación, con su Pueblo[1],
pero ya no el Antiguo Pueblo Elegido, el pueblo hebreo, sino el Nuevo Pueblo
Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, quienes forman, a partir de la
gracia bautismal, el Nuevo y Definitivo Pueblo Elegido de Dios Uno y Trino,
Elegido para ser destinatario de la salvación en Cristo Jesús por medio de la
recepción de su Sangre derramada en la Cruz el Viernes Santo y comunicada en el
tiempo y en el espacio a todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, a
través de los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica.
Que Jesús sea el Elegido, el Ungido del Señor y que Él,
en cuanto Ungido y Elegido vaya al Encuentro de su Pueblo, que Él ha rescatado
al precio altísimo de su Sangre Preciosísima, es lo que se lee en el Evangelio
de Lucas (1, 1-4; 4, 14-21): por un lado, Jesús es el Ungido del Señor, y es Él
quien va al encuentro del Nuevo Pueblo Elegido; por otro lado, este Nuevo Pueblo
Elegido estaba representado por los ancianos Simeón y Ana, quienes por su edad
y santidad de vida, representan a los hombres y mujeres piadosos y devotos de
la Antigua Alianza, que esperaban al Mesías; pero al mismo tiempo, Simeón y Ana
representan a la juventud del Nuevo Pueblo Elegido, porque en cuanto ven al
Niño Dios, reciben de Él su gracia santificante, son rejuvenecidos en sus almas
al quitárseles el pecado original y así se convierten en las primicias, junto a
otros justos del Antiguo Testamento, del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados y
miembros de la Iglesia Católica. Un elemento muy importante y que destaca el
Evangelio es el hecho de que el anciano Simeón es “llevado por el Espíritu
Santo” al templo y es así como ingresa en el templo, en donde, al tomar entre
sus brazos al Niño, es iluminado por el mismo Espíritu Santo y con esta luz
divina puede contemplar la divinidad del Niño Dios y es por eso que al Niño Presentado
por la Virgen le da el nombre de “Mesías que debía venir al mundo”. De esta
manera, el Mesías se encuentra con su pueblo, representado en los santos Simeón
y Santa Ana, quienes así reciben de su Mesías la gracia y la divina luz
trinitaria que los sacará de las tinieblas del mundo terreno para conducirlos a
la feliz eternidad del Reino de los cielos.
Esta Presentación y este Encuentro del Ungido del
Señor, Cristo Jesús, por parte de la Madre Virgen, María Santísima, ocurrida
una vez en el tiempo, se repite cada vez en la Santa Misa, en la cual la Santa
Madre Iglesia, la Virgen Inmaculada y Esposa Mística del Cordero, Presenta al
Padre, en el Amor del Espíritu Santo, el Cordero del Sacrificio, la Hostia
Santa y Pura, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, que de esta manera une al
Nuevo Pueblo Elegido con la Trinidad y a la Trinidad con los miembros de la
Iglesia Católica, todos los que recibieron el Bautismo sacramental. Por esto
mismo, cada Santa Misa es una Fiesta de la Presentación y del Encuentro.
Por último, el significado en esta festividad de la
costumbre de ingresar con velas desde el atrio es el siguiente: así como la
Virgen Santísima ingresó en el templo portando a su Hijo Jesucristo, Luz Eterna
del Ser divino trinitario, Luz del mundo y Luz de la Nueva Jerusalén, así el
Nuevo Pueblo de Dios, los miembros de la Iglesia Católica, imitan a la Virgen, puesto
que la candela, hecha con cera pura de abeja y encendida con el fuego,
representa a Cristo, el Hombre-Dios: la cera pura representa a su Humanidad Purísima
y el fuego de la candela -por eso se llama también “Fiesta de la Candelaria”- representa
a su divinidad, ya que la luz, en el lenguaje bíblico, es sinónimo de gloria y
solo Dios posee la gloria y Es la Gloria infinita y eterna en Sí misa. También,
de la misma manera a como la candela encendida aporta luz, calor y vida, así
Jesús, Presentado en el templo, es luz de Dios, calor del Amor Divino y Vida
divina trinitaria que concede la vida de la Trinidad a quien ilumina.
Finalmente, otro significado es que, llevados por el
Espíritu Santo al templo, también nosotros acudimos al encuentro con nuestro Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, que está Presente en la Eucaristía, para ser iluminados por su luz
divina[2].
Quien adora a Jesús Eucaristía, es iluminado por Él, y no vive en tinieblas,
sino que tiene en sí la luz que da la Vida eterna.
[2] Es éste y no otro el sentido del
Misal Romano cuando, en la oración de la Fiesta de la Presentación del Señor,
dice así: “Unidos por el Espíritu, vayamos ahora a la casa de Dios a dar la
bienvenida a Cristo, el Señor. Le reconoceremos allí en la fracción del pan
hasta que venga de nuevo en gloria”.
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