(Domingo V - TO - Ciclo C - 2025)
“¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” (Lc 5,1-11). En las
lecturas y también en el Evangelio, hay un hilo conductor y es el misterio
pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que comienza en los cielos, para finalizar
también en los cielos, misterio que pasa por la tierra y se concreta en el
misterio eucarístico. Toda la Liturgia de la Palabra se centra en la
Eucaristía. En la primera lectura, el profeta Isaías es llevado a los cielos,
en donde le sucede algo que representa a la Eucaristía; luego de lo cual, el
profeta es enviado a predicar el misterio del Mesías que ha de venir a salvar
al mundo, Mesías que es Jesucristo; en la segunda lectura, el Apóstol predica acerca
del misterio pascual de muerte y resurrección, el mismo misterio que vio el
profeta Isaías en los cielos y que él, como Apóstol de la Iglesia Católica,
ahora predica por todo el mundo; finalmente, en el Evangelio, el milagro de la
pesca, está prefigurado también el misterio de la Eucaristía.
En la primera lectura, el profeta Isaías describe una
experiencia mística, en la cual es llevado a los cielos: allí ve a Dios “sentado
en un trono excelso (…) con las orlas de su manto llenando el Templo”. El profeta
describe también a uno de los coros angélicos, los serafines, los cuales
entonan el cántico de triple adoración -como un anticipo de la revelación de la
Trinidad de Personas en Dios-, el trisagio de alabanzas o triple cántico de
santidad: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” Toda la tierra
está llena de su gloria”. El profeta narra cómo el Templo “se llena de humo”,
indicando con eso el incienso que se quema en honor a la Trinidad Santísima,
sea en los cielos como en la tierra. Después de expresar su temor por haber
visto con sus propios ojos al Dios de majestad infinita y porque lo ha visto él,
que es un hombre de labios impuros que habita en medio de un pueblo de labios
impuros -indicando con esto el pecado original que afecta a toda la humanidad-,
el profeta describe una acción llevada a cabo por uno de los serafines, que prefigura
la acción de la gracia sacramental por un lado y la recepción de la Eucaristía
por otro. Isaías narra cómo un serafín vuela hacia él, tomando con una tenaza
una brasa ardiente que había levantado previamente del altar del cielo; con esa
brasa ardiente toca la boca del profeta y el serafín le dice: “Mira, esto ha tocado
tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Los labios
impuros del profeta representan al pecado original y actual, como ya lo dijimos;
la brasa ardiente que purifica los labios del profeta, representan a la gracia
santificante que se comunica al alma por medio del Sacramento de la Confesión, que
purifican al alma, así como el fuego purifica al oro de sus impurezas, aunque
la brasa ardiente también representa a la misma Sagrada Eucaristía, por cuanto
la Eucaristía se forja en el Horno Ardiente de caridad infinita que es el
Sagrado Corazón de Jesús; por último, en el Templo del cielo hay un altar y
aunque aquí no se lo diga, ese altar es el Altar del Cordero de Dios, porque en
la Jerusalén celestial hay un único Templo, un único Altar y un único Cordero,
Cristo Jesús, por lo que lo que se indica implícitamente en la lectura del
Antiguo Testamento es que el serafín purifica los labios del profeta para que
este pueda alimentarse del Cordero del Sacrificio, Cristo Jesús. Y esto es lo que
sucede en los templos de la tierra, en los templos de la Iglesia Católica: la
gracia santificante del Sacramento de la Confesión es la brasa ardiente que
purifica al alma y la deja en condiciones de acercarse al Altar del Sacrificio para
alimentarse de la Carne y la Sangre glorificadas del Cordero de Dios, Cristo
Jesús en la Eucaristía. Por último, la experiencia mística del profeta en el
cielo finaliza con el mismo Señor Dios preguntándose a Sí mismo, quién seria aquel
que, en Nombre Suyo, iría por la tierra para dar a conocer estos sublimes
misterios celestiales: “Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y
quién irá por nosotros?” -la pregunta es en plural, porque son las Tres Divinas
Personas de la Trinidad, un solo Dios-. A cuya pregunta el profeta responde,
ofreciéndose él mismo para ir como evangelizador de las naciones paganas: “¡Aquí
estoy, envíame!”. Como vemos, entonces, la lectura del Antiguo Testamento, si bien
en un sentido velado y prefigurado, se describe el misterio pascual de
Jesucristo, que tiene a la Eucaristía como a su Fuente y a su Culmen, como a su
punto de partida y a su punto de llegada y también tiene un sentido netamente
misionero, evangelizador.
La segunda lectura también tiene un sentido eucarístico
y misionero, porque el Apóstol describe la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesucristo y relata cómo “su gracia no fue estéril en él” y esta gracia le vino
a él por medio de la Sagrada Eucaristía que se celebraba sin interrupción desde
la Primera Misa, la Última Cena; el sentido misionero es explícito cuando dice
que tanto él como los discípulos “predican lo mismo”, esto es, el misterio
pascual de Jesucristo, centrado en el misterio eucarístico.
Por último, el Evangelio tiene también un claro sentido
eucarístico y misionero, por cuanto el milagro de la pesca abundante es una prefiguración
de la Eucaristía, porque la multiplicación de la carne de peces bajo el mandato
de la voz de Jesús, prefigura y anticipa la multiplicación de otra carne, esta
vez no de peces, sino de la Carne glorificada del Cordero de Dios, Cristo
Jesús, no en el ámbito de las aguas del mar, sino en el Altar del Sacrificio,
el Sagrado Altar Eucarístico, también por medio de la voz omnipotente del Sumo
Sacerdote Jesucristo, Quien es el que convierte el pan y el vino en su Cuerpo y
en su Sangre, la Sagrada Eucaristía. Y este milagro también tiene un claro
sentido misionero y evangelizador, porque luego del milagro, tanto Pedro como
los discípulos, luego de reconocer la divinidad de Jesús y de adorarlo,
postrándose a sus pies, reciben el encargo de transmitir y comunicar a las naciones
paganas y a los mismos judíos la Buena Noticia: “De ahora en adelante serás
pescador de hombres”.
La Palabra de Dios nos revela entonces cómo el misterio
eucarístico se origina en el Altar del Cielo y se prolonga en el Altar
Eucarístico de la tierra y cómo el mismo Dios Trino en Persona busca de entre
su Nuevo Pueblo Elegido quiénes quieran proclamar, con fervor misionero, a los
cuatro vientos y desde las terrazas el misterio más grande jamás imaginado, la
Sagrada Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario