(Ciclo C - 2024 - 2025)
La Iglesia inicia el año civil con una
de las solemnidades más importantes, la Solemnidad de Santa María, Madre de
Dios. Debido a esto, debemos preguntarnos si es por una casualidad, o porque la
Iglesia pretende algo más que una mera celebración del paso del tiempo, como es
el festejo de fin de año.
Al reflexionar, nos damos cuenta que no es por el azar
que la Iglesia pone a la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, cuando
apenas comienza el año civil: al hacerlo, la Iglesia tiene la intención de que
meditemos sobre la relación que existe entre el tiempo nuestro humano, al cual
medimos con unidades de tiempo diversas como segundos, minutos, horas, días, años,
con el embrión que la Virgen concibió por obra del Espíritu Santo, Nuestro
Señor Jesucristo. La Iglesia quiere que meditemos entre estos dos elementos,
sin relación aparente alguna, es decir, el comienzo del año civil, el cual
inicia todos los años cada 1º de enero, con el fruto virginal del seno de María
Santísima, el Hombre-Dios Jesucristo, porque siendo Jesucristo Dios, es eterno;
aún más, como dice Santo Tomás de Aquino, es la eternidad en sí misma, es “su
misma eternidad” y como tal, es el Creador del tiempo, el Dueño y el Señor del
tiempo, de todo tiempo humano, del tiempo de cada hombre y del tiempo de toda
la humanidad y por lo tanto es el creador y el dueño de nuestro tiempo, de cada
segundo de nuestro tiempo, del tiempo nuevo que inicia cada año y cuyo inicio
festejamos precisamente a fin de año. Entonces, vemos que sí hay relación entre
el tiempo que festejamos -el fin del año nuevo y el comienzo del nuevo, el 1 de
enero-, con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, porque el tiempo que
festejamos no solo es creado por el Hijo de la Virgen, sino que Él es el Dueño
de ese tiempo. Al ser Dios eterno nacido
en el tiempo, Jesucristo es el Señor del tiempo y Él es el que dio inicio al
tiempo de la humanidad y es el que dará fin al tiempo de la humanidad, en el
Día del Juicio Final, para dar comienzo a la eternidad. Jesús es “el alfa y el
omega, el principio y el fin” de todo tiempo, y desde que se encarna en el
tiempo en el seno de María Virgen, para luego nacer en Nochebuena, lo que hace
es hacer partícipe, al tiempo y a la historia humana, de su propia eternidad y
al hacer esto, le da al tiempo de la historia humana y también a la historia
del hombre -de cada uno de nosotros- un nuevo sentido, una nueva dirección y es
la dirección y el sentido hacia la eternidad.
Cuando Jesús, Dios eterno, se encarna y nace en el
tiempo y vive treinta años en la tierra, en la historia humana, al hacer esto,
impregna, por así decirlo, al tiempo de su propia eternidad, haciendo que toda
la historia humana quede centrada en Él, que es la eternidad en sí misma. Esto es
muy importante porque significa que, a partir de Cristo, toda la historia
humana y también todo ser humano, con su tiempo de vida personal, tienen como
centro absoluto a Jesucristo, y lo quieran o no lo quieran y tengan fe en Él o
no tengan fe en Él, tienden hacia Él, y así toda la historia humana y todo el
tiempo individual de cada ser humano, adquiere una nueva dirección, la dirección
de la eternidad, que es Él mismo, Dios eterno encarnado.
Esto al mismo tiempo significa que cada
segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, de la vida
personal de cada cristiano, está permeado por la eternidad de Jesucristo, y que
toda su vida adquiere sentido y llega a su plenitud solamente si se dirige a la
feliz unión con Él, por medio de la fe, del amor y de la gracia sacramental.
Quien acepta esta realidad y en consecuencia, libre y voluntariamente orienta
su vida y su tiempo de vida en la tierra al Hombre-Dios Jesucristo, se encamina
a su feliz eternidad, porque el designio de Dios en la Encarnación de su Verbo,
es que todo hombre, uniéndose a Cristo en el tiempo, alcance la eternidad en el
Reino de los cielos.
De modo contrario, aquel que por libre
decisión decide vivir su tiempo terreno sin Dios, apartado de Cristo y de su
gracia sacramental, frustra los planes divinos para su vida y se encamina hacia
la eterna infelicidad.
Aquí entonces encontramos la respuesta
a la pregunta de por qué la Iglesia incluye la Solemnidad de Santa María, Madre
de Dios, en el primer segundo del nuevo año civil: no es por ninguna casualidad
ni por obra del azar: es para que, consagrando a la Madre de Dios nuestra vida
terrena, con todo su tiempo pasado, presente y futuro, consagremos a Ella y a
su Hijo cada segundo del tiempo nuevo que Dios nos conceda vivir, porque a Dios
Trinidad le pertenece cada segundo de nuestra vida, pero sobre todo para que nos
unamos ya en el tiempo terreno, por la gracia, por la fe y por el amor, a su
Hijo Jesús, como anticipo de la unión en la gloria que por la Misericordia
Divina esperamos gozar, por la eternidad, en el Reino de los cielos.
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