“No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los israelitas creían que el maná que ellos comieron en el desierto era el verdadero maná: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”. Pensaban esto porque gracias a este alimento celestial, habían sido capaces de atravesar el desierto sin desfallecer de hambre para así alcanzar la Tierra Prometida, la ciudad de Jerusalén.
Era un alimento celestial por su origen, porque la substancia de la cual estaba compuesto este pan, no provenía de manos humanas; provenía directamente de Yahvéh, quien de esa manera alimentaba a su Pueblo impidiendo no sólo la muerte por inanición, sino ante todo conservándoles la vida y fortaleciendo sus cuerpos para que pudieran llegar al destinado tan ansiado.
Pero el maná del desierto, siendo con todo un alimento puramente material, que fortalecía principalmente el cuerpo, era en un cierto sentido también un alimento espiritual, porque los israelitas sabían que el maná provenía del Amor de Yahvéh, quien movido precisamente por este amor, los alimentaba de un modo tan maravilloso.
Ahora bien, comparado con la abundante cantidad y el sabor de los refinados manjares con los que se deleitaban en Egipto –ollas y ollas de cebollas y carnes asadas-, el maná era más bien insípido, pero los israelitas sabían que los alimentos de Egipto, sabrosos y abundantes, eran alimentos de esclavitud, mientras que el maná era el alimento de la libertad.
Sin embargo, a pesar de todas estas maravillas acerca del maná, Jesús les dice que ese no era el “verdadero maná”, porque era solo una figura del Verdadero Maná, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque por ella el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, son capaces de atravesar, no un desierto terreno, sino el desierto de la vida, y sin desfallecer del hambre de Dios, porque sus almas son alimentadas con la substancia misma de la divinidad. Alimentados y fortalecidos con un manjar tan substancial, se vuelven capaces de alcanzar la Jerusalén celestial, la Patria del cielo.
El Verdadero Maná, la Eucaristía, es un alimento celestial por su origen, porque proviene de Dios Trino, pero es celestial también porque la substancia con la cual alimenta a las almas no está hecha por creatura alguna, porque se trata de la substancia humana glorificada del Hombre-Dios y de la Substancia Increada y el Acto de Ser de Dios Trino.
Este alimento celestial alimenta a las almas, impidiéndoles morir porque las protege del pecado pero, ante todo, le concede una nueva vida, la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo, y junto con esta vida eterna, les es concedida a las almas su misma fortaleza, la fortaleza con la cual el Hombre-Dios subió a la Cruz, con lo cual los que se alimentan con este Pan celestial se vuelven capaces de atravesar el desierto de la vida, en donde acechan las alimañas del desierto, los ángeles caídos, para llegar incólumes e invictos a la Patria celestial.
Este es un maná que viene directamente del Amor de Dios, quien no puede soportar el ver a sus hijos desfallecer de hambre –el verdadero conocimiento y amor de Dios revelados en Cristo Jesús- y les envía este alimento, haciéndolo llover en el altar eucarístico para concederles este Pan Vivo, de un modo tan maravilloso y prodigioso, que dejan sin palabras a los mismos ángeles.
Al igual que el maná del desierto, que comparado con los manjares de la tierra resultaba insípido, así también este Verdadero Maná que es la Eucaristía resulta insípido o poco sabroso a los sentidos, porque se trata de apariencias de pan sin levadura que saben a pan sin levadura, y dice San Ignacio que el pan no es un manjar, pero las carnes asadas y los manjares terrenos con los que se lo compara a este Pan del cielo representan a las pasiones sin control y por lo tanto al pecado, mientras que la Eucaristía es el alimento de los hijos de Dios, que son libres como es libre su Padre Dios.
Estas son las razones por las cuales Jesús les dice, a los israelitas y a nosotros: “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”.
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