"Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno,
apacienta nuestras almas,
condúcenos a las praderas eternas,
en donde nunca más tendremos sed ni hambre;
llámanos por nuestro nombre,
y responderemos presurosos
al dulce sonido de tu silbo amable;
llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno,
Dios de toda bondad,
y entraremos
en tu calma y en tu amor para siempre,
y Te adoraremos,
exultantes y rebosantes de alegría,
por la eternidad sin fin".
(Domingo IV – TP – Ciclo A – 2011)
“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús se da a sí mismo el nombre de “puerta” y el motivo es que a través de Él, el Padre se comunica con los hombres, y los hombres tienen acceso al Padre. Así como en una puerta se pasa de un lado a otro, en ambas direcciones, así por Cristo Puerta el alma, en un movimiento ascendente, uniéndose a su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, pasa de este mundo al otro, para entrar en comunión, por el Espíritu Santo, con Dios Padre; en el movimiento descendente, es Dios Padre quien, por medio del Cuerpo resucitado de Cristo, comunica su Espíritu Santo, que santifica y diviniza a los hombres.
Es a través de su Cuerpo resucitado, que Cristo oficia de “puerta”, porque el hombre se une a su Cuerpo, en la Eucaristía, y de Él recibe el Espíritu Santo que, uniéndolo a Él, lo conduce ante la Presencia del Padre, y es por su Cuerpo resucitado, que Dios Padre envía a su Espíritu Santo, como sucedió en el Viernes Santo, en el día de la crucifixión, cuando el soldado romano atravesó el Corazón de Jesús, derramando a través de la herida abierta, Sangre y Agua, y con la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos, el Espíritu Santo; es lo que sucede en Pentecostés, cuando Cristo, utilizando su Cuerpo resucitado, espira con su boca el Espíritu Santo sobre la Iglesia reunida en oración; es lo que sucede en la Santa Misa, cuando Cristo, actuando in Persona Christi a través del sacerdote ministerial, utiliza la voz del sacerdote para espirar el Espíritu Santo sobre las ofrendas, para convertirlas en su Cuerpo y en su Sangre.
Así como una puerta comunica en ambos sentidos, así el Cuerpo de Cristo, inhabitado por el Espíritu Santo, comunica el Espíritu a los hombres, y conduce a los hombres, unidos en Cristo, al encuentro con el Padre: “nadie va al Padre sino es por Mí” (cfr. Jn 14, 6).
“Yo Soy la Puerta de las ovejas (…) el pastor entra por la puerta, y ellas conocen su voz (…) las ovejas entran y salen por la puerta y encuentran reposo y alimento”. La Puerta es Jesús, y el Pastor que entra y sale por esa Puerta Santa es Dios Padre, y las ovejas, que son los bautizados en la Iglesia Católica, conocen su voz, porque han recibido su gracia en el bautismo, y han sido convertidos en hijos adoptivos de Dios, y como hijos, conocen la voz del Padre; al entrar en la Puerta que es Jesús, las ovejas encuentran reposo, y son protegidas de las oscuridades de la noche y de las bestias salvajes que acechan, es decir, los bautizados entran y se refugian en el Sagrado Corazón de Jesús, y allí, en ese Cenáculo de amor, se encuentran al abrigo y al reparo de la oscuridad de los infiernos, y de las bestias suprahumanas, los demonios; pero también las ovejas encuentran su alimento, gracias a la Puerta, porque salen por ella para ser conducidas por el pastor a las verdes praderas y a las aguas cristalinas: los bautizados encuentran en Cristo, Sumo Pastor y Pastor Eterno, el alimento de la gracia celestial, la Eucaristía, que los nutre con la substancia misma de Dios. Así como las ovejas, al ser acompañadas por el buen pastor, son conducidas a los prados verdes, en donde pueden satisfacer su hambre, y a las aguas cristalinas, donde sacian su sed, así los bautizados que comulgan la Eucaristía, sacian su sed y su hambre de Dios, porque la Eucaristía los extra-colma con la sobreabundancia del Ser divino que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Cristo en la Eucaristía es Puerta que nos conduce al seno de Dios Padre; es Pastor, que pastorea nuestras almas conduciéndonos a los pastos tiernos y al agua cristalina que es la gracia divina; su Sagrado Corazón es la Puerta por donde ingresamos para reposar y descansar de toda fatiga, de todo dolor, de toda tribulación, para hallar la paz del alma y la alegría del corazón que solo Dios puede dar.
Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno, apacienta nuestras almas, condúcenos a las praderas eternas, en donde nunca más tendremos sed ni hambre; llámanos por nuestro nombre, y responderemos presurosos al dulce sonido de tu silbo amable; llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno, Dios de toda bondad, y entraremos en tu calma y en tu amor para siempre, y te adoraremos, exultantes y rebosantes de alegría, por la eternidad sin fin.
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