(Domingo
II - TP o in Albis o Domingo de la Divina Misericordia - Ciclo B – 2015)
En sus apariciones como Jesús Misericordioso, Jesús le pide
a Sor Faustina Kowalska, por lo menos 14 veces, que se instituya oficialmente
una “Fiesta de la Misericordia” el primer domingo después de Pascua, llamado “Domingo
in Albis”: “Esta Fiesta surge de Mi piedad más entrañable... Deseo que se
celebre con gran solemnidad el primer domingo después de Pascua de
Resurrección.... Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y abrigo
para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. Las entrañas más
profundas de Mi Misericordia se abren ese día. Derramaré un caudaloso océano de
gracias sobre aquellas almas que acudan a la fuente de Mi misericordia” [1].
La esencia de esta de esta Fiesta divina consiste en el
perdón de los pecados por medio del Sacramento de la Penitencia[2], perdón
que conlleva la remisión total de la culpa y la pena: “El alma que acuda a la
Confesión, y que reciba la Sagrada Comunión, obtendrá la remisión total de sus
culpas y del castigo... Que el alma no tema en acercarse a Mí, aunque sus
pecados sean como la grana. Toda Comunión recibida con corazón limpio, tiende a
restablecer en aquel que la recibe la inocencia inherente al Bautismo, puesto que
el Misterio Eucarístico es “fuente de toda gracia”[3].
La
remisión total de las penas y de las culpas, es una gracia extraordinaria, y
esto se debe a que en este día, se abren desde el cielo las compuertas mismas
de la Divina Misericordia, según lo manifestó Nuestro Señor a Santa Faustina. Jesús
le dijo a Sor Faustina que en la “Fiesta de la Misericordia” se abrían todas
las compuertas a través de las cuales fluían las gracias divinas, las cuales
iban a consistir principalmente en “gracias de conversión y perdón de los
pecados”. Ahora bien, esas “compuertas abiertas” por las que “fluyen las
gracias divinas”, no son otra cosa que su Sagrado Corazón traspasado en la cruz
por la lanza del soldado romano el Viernes Santo, porque al abrirse la herida
de su Costado, se derramó sobre el mundo el contenido de su Sagrado Corazón, el
Agua y la Sangre: el Agua, que justifica las almas y la Sangre, que las
santifica; el Agua, símbolo del Sacramento de la Confesión; la Sangre, símbolo
del Sacramento de la Eucaristía. De esta manera Dios Padre responde, con el Amor
de su Corazón misericordioso, al odio deicida de los hombres, que han matado a
su Hijo en la cruz, porque en vez de descargar sobre los hombres todo el peso
de la Ira divina, precisamente, porque los hombres han matado a su Hijo, tal
como lo reclama la Justicia Divina, derrama sobre ellos la Divina Misericordia,
con el Agua y la Sangre que brotan del Corazón traspasado de su Hijo Jesús. El
primer domingo de Pascua es la Fiesta de la Divina Misericordia porque, por
designio divino y de una manera misteriosa este Domingo conecta, en el tiempo y en el
espacio, al Corazón de Jesús, traspasado el Viernes Santo y derramando su Sangre
y Agua, con todos los penitentes que se acercan a la Confesión sacramental en
ese día, alcanzándolos con la gracia del perdón y sumergiéndolos así en el
océano inagotable de la Divina Misericordia.
Pero para entender con más precisión y claridad por qué
necesitamos de la Divina Misericordia y cuál es la urgencia con la que la
necesitamos, tanto en cuanto humanidad, como en cuanto seres humanos individuales,
debemos remitirnos a una visión anterior de Santa Faustina, en la que un ángel
está pronto a ejecutar el mandato de la Justicia Divina, para aplacar la Ira
Divina, encendida por la enorme monstruosidad de los pecados de los hombres. Relata
así Santa Faustina su visión del ángel: “Por la tarde, estando yo en mi celda,
vi al ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara,
el rostro resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salían rayos
y relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al
ver esta señal de la ira divina que iba a castigar la
tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no puedo nombrar,
empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo haría
penitencia. Pero mi súplica era nada comparada con la ira de Dios. En aquel
momento vi a la Santísima Trinidad. La grandeza de su Majestad me penetró
profundamente y no me atreví a repetir la plegaria. En aquel mismo instante
sentí en mi alma la fuerza de la gracia de Jesús que mora en mi alma; al darme
cuenta de esta gracia, en el mismo momento fui raptada delante del trono de
Dios. Oh, qué grande es el Señor y Dios nuestro e inconcebible es su santidad. No
trataré de describir esta grandeza porque dentro de poco la veremos todos, tal
como es. Me puse a rogar a Dios por el mundo con las palabras que oí dentro de
mí”[4].
Luego continúa Santa Faustina: “Cuando así rezaba, vi la impotencia del ángel
que no podía cumplir el justo castigo que correspondía por los pecados. Nunca antes había rogado con tal potencia
interior como entonces. Las palabras con
las cuales suplicaba a Dios son las siguientes: ‘Padre Eterno, Te ofrezco el
Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, por nuestros pecados y los del mundo entero. Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de
nosotros y del mundo entero[5]”. Lo
que podemos notar aquí, es que, por un lado, Santa Faustina resalta, en muy
pocas líneas, tres veces, la expresión “ira de Dios”, con lo cual quiere
remarcar, evidentemente, que la Ira de Dios, de no mediar Jesucristo, está
presta a destruir el mundo, debido a la inmensidad e impenitencia de la malicia
del hombre; no olvidemos que la misma Escritura dice que Dios mismo se
arrepintió, en un momento dado, de haber creado al hombre, debido a la maldad
de su corazón: “Y Dios se arrepintió de haber creado al hombre” (Gn 6, 6); por otro lado, lo que vemos,
es que la Ira de Dios se detiene y da paso a la Divina Misericordia, cuando se
interpone, entre Dios y nosotros, Jesucristo, y Jesucristo con su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, con su Sacrificio en Cruz, pero también
en la Santa Misa y en la Eucaristía, porque la fórmula que utiliza Santa
Faustina, para desarmar a la Justicia Divina, es la misma fórmula que se usa
para describir la Eucaristía[6].
Ahora bien, para que no nos confundamos y no abusemos de la Misericordia Divina, y no nos queden dudas de que es el pecado que anida en nuestros corazones -el pecado impenitente, el pecado que se eleva hasta el trono de Dios como oleada nauseabunda, que tiene la osadía de erguirse en rebelión contra la majestad y la santidad de la Santísima Trinidad-, el que enciende la ira de un Dios misericordioso, debemos notar que es el mismo Jesucristo en Persona quien le dice a Santa Faustina que el ofrecimiento de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en forma de Coronilla de la Divina Misericordia, es para “aplacar su ira”. Estas son las palabras de Jesús, dichas a Santa Faustina: “A la mañana siguiente, cuando entré en nuestra capilla, oí esta voz interior: “Cuantas veces entres en la capilla, reza en seguida esta oración que te enseñé ayer”. Cuando recé esta plegaria, oí en el alma estas palabras: “Esta oración es para aplacar Mi ira[7]. Jesús Misericordioso es muy explícito: le enseña la Coronilla y le pide que la rece, para que “aplaque su ira”; es decir, Jesús Misericordioso, es Misericordioso, pero al mismo tiempo, está iracundo, porque es Dios Misericordioso, pero también es Dios Justo y como Dios Justo, no puede no encenderse su Ira Divina, frente a la monstruosidad de los pecados de los hombres, que no quieren arrepentirse de su malicia.En otras palabras, Jesús de la Divina Misericordia, lejos de ser un Jesús melifluo, dulzón, sensiblero, es un Jesús que es un Dios Misericordioso, sí, pero es también un Dios Justo, infinitamente Justo, ofendido por nuestras faltas y que porque es Justo exige, por el bien de nuestras almas, que reparemos y nos arrepintamos de la malicia de nuestros pecados pidiendo perdón y reparando por ellos y la manera más perfecta –es más, la única perfectísima-, es ofrecer su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y si eso no hacemos, entonces, somos pecadores impenitentes que debemos pasar por la Justicia Divina y sufrir todo el peso de la Ira de Dios.
“Esta oración es para aplacar Mi ira…”. En nuestros días, los crímenes de los hombres llegan hasta el trono mismo de Dios y claman justicia, porque vivimos tiempos neo-paganos, infinitamente peores a los del paganismo pre-cristiano, porque el mundo ha conocido a Jesucristo, Luz del mundo, y lo ha rechazado, y “ha preferido a las tinieblas” (cfr. Jn 1, 11), a las siniestras tinieblas vivientes del Infierno, y celebra las tinieblas, y vive de las tinieblas y para las tinieblas vivientes, y por eso mismo, es imperioso implorar la Misericordia Divina, para que Dios tenga misericordia de nosotros y del mundo entero. El solo deseo de implorar
misericordia, implica ya una acción del Espíritu Santo en el alma; quien lo
experimenta, debe hacer el propósito de enmienda, es decir, debe convertir su
corazón hacia la bondad y santidad de Dios, para vivir, en el tiempo y en la
eternidad, inmerso en la Misericordia Divina, protegido bajo los rayos que
brotaron del Corazón traspasado de Jesús.
Ahora bien, para que no nos confundamos y no abusemos de la Misericordia Divina, y no nos queden dudas de que es el pecado que anida en nuestros corazones -el pecado impenitente, el pecado que se eleva hasta el trono de Dios como oleada nauseabunda, que tiene la osadía de erguirse en rebelión contra la majestad y la santidad de la Santísima Trinidad-, el que enciende la ira de un Dios misericordioso, debemos notar que es el mismo Jesucristo en Persona quien le dice a Santa Faustina que el ofrecimiento de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en forma de Coronilla de la Divina Misericordia, es para “aplacar su ira”. Estas son las palabras de Jesús, dichas a Santa Faustina: “A la mañana siguiente, cuando entré en nuestra capilla, oí esta voz interior: “Cuantas veces entres en la capilla, reza en seguida esta oración que te enseñé ayer”. Cuando recé esta plegaria, oí en el alma estas palabras: “Esta oración es para aplacar Mi ira[7]. Jesús Misericordioso es muy explícito: le enseña la Coronilla y le pide que la rece, para que “aplaque su ira”; es decir, Jesús Misericordioso, es Misericordioso, pero al mismo tiempo, está iracundo, porque es Dios Misericordioso, pero también es Dios Justo y como Dios Justo, no puede no encenderse su Ira Divina, frente a la monstruosidad de los pecados de los hombres, que no quieren arrepentirse de su malicia.En otras palabras, Jesús de la Divina Misericordia, lejos de ser un Jesús melifluo, dulzón, sensiblero, es un Jesús que es un Dios Misericordioso, sí, pero es también un Dios Justo, infinitamente Justo, ofendido por nuestras faltas y que porque es Justo exige, por el bien de nuestras almas, que reparemos y nos arrepintamos de la malicia de nuestros pecados pidiendo perdón y reparando por ellos y la manera más perfecta –es más, la única perfectísima-, es ofrecer su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y si eso no hacemos, entonces, somos pecadores impenitentes que debemos pasar por la Justicia Divina y sufrir todo el peso de la Ira de Dios.
“Esta oración es para aplacar Mi ira…”. En nuestros días, los crímenes de los hombres llegan hasta el trono mismo de Dios y claman justicia, porque vivimos tiempos neo-paganos, infinitamente peores a los del paganismo pre-cristiano, porque el mundo ha conocido a Jesucristo, Luz del mundo, y lo ha rechazado, y “ha preferido a las tinieblas” (cfr. Jn 1, 11), a las siniestras tinieblas vivientes del Infierno, y celebra las tinieblas, y vive de las tinieblas y para las tinieblas vivientes, y por eso mismo, es imperioso implorar la Misericordia Divina, para que Dios tenga misericordia de nosotros y del mundo entero.
[1] Cfr. Diario de Santa Faustina.
[2] El que no pueda hacerlo en este
día, puede hacerlo hasta siete días más tarde.
[3] Cfr. ibidem.
[4] 474 (...)
viernes 13 de abril de 1935.
[5] 475.
[6] Esto quiere decir que, cuando el
sacerdote eleva la Eucaristía, cada uno puede repetir al Padre, en silencio,
esta oración, ofreciendo a Jesús Eucaristía y pidiendo misericordia por todos
los pecadores.
[7] Luego continúa, enseñándole el
resto de la Coronilla: “la rezarás durante nueve días con un rosario común, de
modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre Nuestro y el Ave María y el
Credo, después, en las cuentas correspondientes al Padre Nuestro, dirás las
siguientes palabras: Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y
la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación
de nuestros pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Ave María, dirás
las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y
del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios,
Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”. Cfr.
n. 476.
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