lunes, 5 de mayo de 2014

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”


“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed” (Jn 6, 30-35). Los judíos pensaban que eran ellos los que habían comido el pan bajado del cielo, en la travesía por el desierto, desde Egipto hacia la Tierra Prometida, cuando guiados por Moisés, habían recibido el maná, el pan milagroso venido del cielo. Pero Jesús les hace ver que no es así, porque ese maná no es el verdadero maná; ese maná era solo una figura, un anticipo del verdadero maná, del verdadero pan bajado del cielo, que es Él. Los ancestros de los judíos comieron del maná del desierto y murieron; en cambio, los que coman de este Pan, que es Él, “jamás tendrán hambre”, y los que “crean en Él, jamás tendrán sed”. Jesús les está revelando el don que Él hará de su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor, que será lo que calmará la sed y el hambre de Dios, que es sed de amor y de felicidad que anida en lo más profundo del ser de todo ser humano.
El drama del hombre, desde la caída original, es la pérdida de contacto con su fuente de amor y de felicidad, que es Dios Uno y Trino, y la consecuente búsqueda en sucedáneos –dinero, placer, éxito mundano, avaricia, sensualidad- de esa felicidad perdida, no solo no satisfacen esta sed sino, paradójicamente, provocan en él una sensación de infelicidad y de angustia tanto más grandes, cuanto mayor éxito obtiene el hombre en alcanzar y obtener estos objetivos terrenos.

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”. Solo Jesús en la Eucaristía logra extra-saciar por completo, de modo sobre-abundante y sin límites, la sed de felicidad, de amor y de paz que anidan en el corazón de todo hombre, porque Él es Dios en Persona, que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística. Mucho más que saciar la sed y el hambre corporales, la Eucaristía sacia la sed y el hambre de Dios, es decir, la sed y el hambre de Amor, de Paz, de Alegría y de Felicidad que todo ser humano anhela, desde que nace, hasta que muere.

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