Entrada de Jesús en Jerusalén,
Giotto
(Ciclo A - 2014)
Jesús ingresa en la ciudad de Jerusalén montado en un borrico el
Domingo de Ramos. Todos los habitantes de Jerusalén, enterados de su ingreso,
salen a recibirlo. Allí se encuentran niños, jóvenes, adultos, ancianos,
hombres, mujeres, ricos y pobres; no hay distinción de clases sociales ni de
razas. No se trata de un movimiento social ni político; no se trata de una movilización
al estilo humano, como cuando un líder de un movimiento político convoca a sus
seguidores para una proclama pública. Es el Espíritu Santo quien los convoca;
es el Espíritu Santo quien mueve los corazones de los habitantes de Jerusalén y
quien les ilumina el intelecto y les trae a la memoria el recuerdo de tantos
milagros y portentos prodigiosos obrados por Jesús. Eso explica que estén allí
los que han recuperado milagrosamente la vista, el oído, el habla; los que han
sido sanados de numerosas enfermedades; los que han sido alimentados
prodigiosamente en las multiplicaciones de panes y peces, en las pescas
milagrosas; los que han bebido del vino milagroso de las Bodas de Caná; los que
han sido vueltos a la vida; los que han sido liberados de las posesiones
demoníacas; allí están los que han recibido milagros que no figuran en los
Evangelios por el simple hecho de que son tantos, que no hay espacio suficiente
en todo el mundo para colocar tantos libros.
La entrada de Jesús
en Jerusalén no es una entrada simple; es una entrada triunfal; es la entrada
de un rey; los habitantes de Jerusalén lo aclaman, lo hosannan, le cantan
aleluyas y le dicen que es su rey y esto lo hacen movidos por el Espíritu
Santo. Ahora bien, este ingreso de Jesús en Jerusalén, es real, pero es también
simbólico y significativo de algo espiritual: de su ingreso, por la gracia, al
corazón humano, porque Jerusalén es símbolo del corazón del hombre, entonces
Jesús, entrando como Rey en un humilde borrico, es símbolo de Jesús Rey que entra,
por la gracia, al corazón del hombre, que así ve entronizar a Jesús como a su
Rey y Señor. Pero luego vemos que, días más tarde, esta misma multitud,
exactamente la misma, la que aclamaba y hosannaba a Cristo y lo reconocía como
a su Rey, el Viernes Santo, ahora lo reconoce sí, como su Rey, pero en vez de
corona de palmas, le coloca una corona de espinas, y en vez de hacerlo ingresar
a la ciudad y aclamarlo y cantarle aleluyas, lo expulsa de la ciudad, lo
insulta y lo condena a muerte.
Entrada de Jesús en Jerusalén,
Pietro Lorenzetti
¿Qué ha pasado en
esta multitud? ¿Qué ha sucedido para que se opere un cambio tan radical entre
el Domingo de Ramos y el Viernes Santo? Si el Domingo de Ramos era el Espíritu
Santo el que aleteaba en sus corazones, ¿quién los agitaba ahora en contra de
Cristo Jesús? ¿Cómo explicar este cambio?
Lo que sucedió a los
habitantes de Jerusalén se explica por lo que San Pablo llama el "misterio
de iniquidad" (2 Tes 2, 7), y es cuando el hombre reemplaza en su
corazón, que está hecho para Dios, al Dios Verdadero, por Satanás, el Príncipe
de las tinieblas. Cuando eso sucede, el hombre no reconoce más a Cristo Jesús,
su Mesías venido en carne, y lo rechaza, y lo reemplaza por sustitutos falsos,
por anticristos, como le sucedió a los habitantes de Jerusalén el Viernes
Santo, que eligieron a Barrabás, un ladrón, en vez de a Jesús. El corazón el
hombre, hecho para Dios, se oscurece por el pecado cuando expulsa a Dios, que
es luz, y se entenebrece, porque se apodera de él el Príncipe de las tinieblas
y el Ángel caído hace del corazón del hombre un trono, aferrándose con sus
garras, lastimándolo y oscureciéndolo aun más, llenándolo de tinieblas, de
malos pensamientos, de malos deseos, de malos propósitos, de deseos de
venganza, de lascivia, de codicia, de rapiña, de avaricia, de materialismo, de
ateísmo y de toda clase de vanidad y de cosas bajas y malas. Cuando esto
sucede, el "misterio de iniquidad" se ha apoderado del corazón del
hombre, Jesús ha sido expulsado de la ciudad santa, del corazón humano, el
hombre ha caído en pecado, Cristo Jesús ha sido negado y expulsado del corazón
y del alma y una vez más ha sido crucificado y las tinieblas han prevalecido.
Éste es el
significado místico del Domingo de Ramos, de la entrada triunfal en Jerusalén, entrada
que debe contemplarse a la luz del
Viernes Santo, cuando Jesús, luego de ser condenado a muerte, después del juicio
inicuo, es expulsado de la Ciudad Santa: si el ingreso triunfal a Jerusalén en
un borrico el Domingo de Ramos significa el ingreso el Hombre-Dios por la
gracia al corazón, su expulsión luego de la condena a muerte el Viernes Santo
significa el triunfo del "misterio de iniquidad", por el cual el
hombre expulsa de su corazón a Dios y elige al Príncipe de las tinieblas, a
pesar de haber sido hecho su corazón para Dios y no para el Príncipe de las
tinieblas. El "misterio de iniquidad" entenebrece de tal manera al
corazón humano que se vuelve incapaz de alojar al Espíritu Santo, el cual a su
vez le daría la luz sobrenatural necesaria para reconocer al Mesías venido en
carne, Cristo Jesús.
La meditación acerca
del ingreso triunfal de Jesús el Domingo de Ramos, debe por lo tanto
conducirnos a meditar en el "misterio de iniquidad", el misterio del
pecado, por el cual expulsamos a Dios de nuestro corazón, pero ante todo debe
conducirnos a meditar en el misterio de Amor de un Dios que no duda en
anonadarse hasta el extremo de encarnarse, permaneciendo inmutable en su
divinidad y en su ser trinitario, sufriendo una humillante muerte de cruz, para
redimir al hombre al precio de su Sangre, para luego hacerlo hijo adoptivo suyo
y heredero del Reino de los cielos.
Jesús ingresa el
Domingo de Ramos, triunfante, en nuestros corazones, y nosotros lo aclamamos
como a nuestro Rey. Que el Viernes Santo, que vendrá indefectiblemente, nos
encuentre junto a la Virgen de los Dolores, arrodillados al pie de la cruz,
besando los pies de Nuestro Rey, Cristo Jesús.
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