(Ciclo B – 2021)
“Así
como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17, 11b-19). Jesús asciende a los
cielos, glorificado, luego de resucitar y luego de vencer, en la Cruz, a los
tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero
antes de ascender, en la Última Cena, da a su Iglesia Naciente un mandato, que
se extiende hasta el fin del mundo y es el de proclamar al mundo la Buena
Noticia de la salvación, enviándolos a misionar, así como el Padre lo ha
enviado a Él a sacrificarse por la salvación de los hombres: “Así como tú me
enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Este envío es
específicamente misional, evangelizador, tal como lo dirá en otro pasaje: “Id y
proclamad por el mundo la Buena Noticia; el que crea y se bautice se salvará;
el que no crea y no se bautice, se condenará”. Por lo tanto, vemos que la
actividad misionera, apostólica y evangelizadora de la Iglesia, es esencial
para la salvación del alma: quien crea que Cristo es Dios y que la Iglesia
Católica es la Verdadera y Única Iglesia del Cordero y reciba el Bautismo
sacramental para la remisión del pecado original y la recepción de la gracia
santificante que convierte al alma en hija adoptiva de Dios y en heredera del Reino
de los cielos, ese se salvará; quien no crea y no se bautice, estará destinado
a la eterna condenación.
Por
gracia de Dios, la Iglesia inició, desde sus primeros comienzos, esta actividad
misionera, apostólica y evangelizadora, convirtiendo a pueblos y naciones
enteras al cristianismo, sacándolas de la oscuridad del paganismo, de las
tinieblas del gnosticismo, del error de la idolatría. Esto sucedió en todos los
continentes adonde fueron enviados los misioneros de la Iglesia y sobre todo en
Europa y, desde Europa, específicamente desde España, la Santa Fe Católica de
Nuestro Señor Jesucristo llegó hasta nosotros por medio de los Conquistadores y
Evangelizadores de España, auténticos héroes y santos, que a costa de sus vidas
y de su sangre, plantaron la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, iniciando
una tarea evangelizadora que constituye la más grande empresa que una nación
haya emprendido jamás en la historia de la humanidad.
Es
a Dios Trino, por supuesto, a quien debemos agradecer el haber recibido la
Santa Fe Católica, pero también debemos estar eternamente agradecidos a nuestra
Madre Patria España, porque fue España la que conquistó, con la Cruz y la
espada, el continente americano y también gran parte de Asia, para Nuestro
Señor Jesucristo.
El
envío de Jesús a su Iglesia, a misionar y a evangelizar, supone para la Iglesia
la lucha contra “las potestades y principados de los aires”, es decir, los
demonios, que dominaban y controlaban a los hombres antes de la llegada de los
misioneros evangelizadores, en nuestro caso, desde España. España se convirtió
así en instrumento divino de la Santísima Trinidad para conquistar millones de
almas para el Hombre-Dios Jesucristo, incorporándolas a su Iglesia por el
Bautismo y destinándolas a la eterna salvación.
Es
un gravísimo error, por lo tanto, considerar a las religiones, creencias y
supersticiones pre-hispánicas –como el culto a la Pachamama o madre tierra, o
los cultos paganos amerindios idolátricos- como equivalentes o incluso
superiores al mensaje de salvación que propaga la Santa Iglesia Católica por
mandato del Hombre-Dios Jesucristo. De ninguna manera la Iglesia debe
convertirse en “discípula” de otras religiones y en particular de las
amazónicas y amerindias, caracterizadas por la siniestra oscuridad del
paganismo, el ocultismo, el satanismo y la hechicería. Son los paganos los que
deben convertirse al Evangelio e ingresar en la Iglesia Católica para así
salvar sus almas; jamás debe la Iglesia abandonar su mandato misionero y
evangelizador, que dejaría a las almas sumergidas en la oscuridad y siniestra
tiniebla del culto panteísta a la madre tierra, la Pachamama, propia de los
cultos panteístas paganos[1]. Otros
cultos paganos, idolátricos y demoníacos, además de la Pachamama, son las
devociones neo-paganas a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta
Correa, San La Muerte y todo lo que proviene del gnosticismo, del ocultismo, de
la brujería y del satanismo: todo eso debe ser arrojado al fuego del Infierno y
ser reemplazados por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
“Así
como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Dios, que NO
ES padre-madre, como lo afirman erróneamente los paganos indigenistas, sino que
es Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos envía al mundo para que
proclamemos la Verdad de la Encarnación de Dios Hijo en la naturaleza humana de
Jesús de Nazareth; para que proclamemos que Jesús murió en la Cruz, resucitó,
ascendió a los cielos y al mismo tiempo se quedó en el misterio de la Sagrada
Eucaristía y allí se quedará, para estar con nosotros, hasta el fin de los
tiempos. Estamos en esta vida para proclamar que Jesús es Dios, que ha venido a
salvarnos y para combatir, en su Nombre, a las obras del Demonio, el paganismo,
el ocultismo, el gnosticismo, la hechicería, el satanismo. Para eso hemos
recibido el Bautismo y la Fe Católica y para eso nos envía el Señor Jesús al
mundo, para proclamar la Verdad Eterna de la Santa Cruz de Nuestro Señor
Jesucristo.
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