(Domingo XXIX - TO - Ciclo C – 2016)
“Jesús
enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18, 1-8). Jesús narra la parábola de
una mujer viuda que acude a un juez inicuo –“no temía a Dios ni le importaban
los hombres”- para que le haga justicia frente a su adversario; finalmente, el
juez termina por impartir justicia, pero no tanto porque tuviera deseos de
hacerlo, sino para librarse de la mujer que “continuamente” le reclamaba
justicia. Como el mismo Evangelio lo dice, la enseñanza de la parábola es la
necesidad de ser perseverantes en la oración: “Jesús enseñó con una parábola
que era necesario orar siempre sin desanimarse”.
La
perseverancia en la oración significa que el cristiano debe orar de modo
continuo y aunque no vea de modo más o menos inmediato los resultados de lo que
pidió en la oración, no debe sin embargo por eso desanimarse, pues Dios escucha
las oraciones –principalmente, las que se dirigen a través del Inmaculado
Corazón de María-, y no deja de atender los pedidos de sus elegidos. Si un juez
injusto – como el de la parábola- es capaz de hacer justicia, aunque sea
“después de mucho tiempo” y sólo por la insistencia de la viuda, ¿cómo no habrá
de hacer justicia Dios -que es Juez Justo y Eterno- con sus hijos, que claman a
Él “día y noche, aunque “los haga esperar?”. Aún más, Dios “compensará” esta
espera, arreglando los asuntos de quienes perseveren en la oración “en un abrir
y cerrar de ojos”: “Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia”. La perseverancia es figurada en la insistencia de la viuda de la
parábola, y así es como podemos ver que Dios escucha y atiende nuestras
oraciones, tanto más, cuanto que Dios, lejos de ser “injusto”, es infinitamente
Justo, porque es infinitamente perfecto.
“Jesús
enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”. Jesús
advierte contra el desánimo en la oración, puesto que es una tentación
frecuente, debido a que los tiempos de Dios y los del hombre no son los mismos,
pero el hecho de que Dios “demore” o no responda en el tiempo y en la forma que
el hombre quiere, no significa que Dios no escuche la oración ni deje de
atender lo que en ella se le pide –obviamente, lo que debe pedirse debe ser
siempre algo bueno y útil para la eterna salvación-.
Un
ejemplo de oración perseverante y sin desánimo es la de la madre de San
Agustín, que rezó por treinta años por la conversión de su hijo, cuya situación
existencial es similar o más idéntica a la de muchos jóvenes del siglo XXI,
desde el momento en que estaba atrapado por el hedonismo, las sectas y la
ausencia del Dios verdadero, aunque sí es cierto que lo buscaba con todo su
corazón. Santa Mónica es ejemplo de perseverancia en la oración porque no rezó
un día ni dos, ni se conformó con rezar una novena, y mucho menos un año, sino
que se pasó treinta años de su vida rezando. Y a pesar de que sus resultados no
fueron inmediatos, sin embargo Dios no dejó de escuchar sus ruegos, súplicas y
llantos y le concedió con creces lo que le pedía: Santa Mónica sólo pedía la
conversión de su hijo, y Dios le concedió la gracia de que su hijo sea uno de
los más grandes santos de la Iglesia Católica. No sólo “arregló los asuntos” de
Santa Mónica, sino que le dio mucho más de lo que ella pedía, y esto en mérito
y recompensa a su perseverancia en la oración. De esta manera, Santa Mónica nos
enseña que los problemas más graves, tanto de la sociedad en general, como de
las personas en particular, encarnados en su hijo Agustín antes de la
conversión –hedonismo, sectas, rechazo de Dios, de la Iglesia y sus
sacramentos-, no se solucionan con meros instrumentos humanos, sino que
dependen de Dios y su gracia: una persona convertida, no arruina y destruye su
cuerpo con substancias prohibidas; una persona que se encuentra en el infierno
del hedonismo y el ateísmo, no encuentra la salida sino es por la gracia
santificante.
Llegados
a este punto, nos podemos preguntar: ¿por qué es necesaria la perseverancia en
la oración? La razón de la perseverancia en la oración es que esta demuestra
confianza y amor en Dios y en el poder intercesor de María Virgen; esto quiere
decir que cuanto mayor sea el tiempo que se pase en oración, esperando lo que
se pide, mayor es la demostración de confianza y amor, porque mayor tiempo pasa
esperando, confiando y amando. El hecho de que Dios demore en darnos lo que le
pedimos, es una oportunidad para que nosotros crezcamos en la confianza y en el
amor a Él, oportunidad que no se da si Dios nos concediera inmediatamente lo
que le pedimos. En otras palabras, confiamos en que Dios nos escucha y
confiamos en su Amor Misericordioso que nos dará lo que le pedimos –“De Dios
obtenemos lo que de Dios esperamos”-, aunque para ello deba pasar tiempo.
Para
darnos cuenta acerca de la importancia de la perseverancia en la oración,
podemos tomar el siguiente ejemplo: imaginemos a un niño no nacido, unido por
el cordón umbilical a la placenta de la madre: por medio de este recibe
nutrientes esenciales para la vida y de tal manera, que si por algún motivo
llegara a interrumpirse ese flujo vital, el niño no nacido moriría en el
vientre materno. Además, la conexión entre el niño y la madre por el cordón
umbilical debe ser continua, para que el nutriente que recibe de parte de la
madre, pueda obrar su efecto en el crecimiento del organismo. Bien, en esta
imagen, el niño no nacido es el alma del cristiano; el cordón umbilical es la
oración; los nutrientes que llegan por él, es la gracia santificante; la madre
en la que el embrión está, es la Santa Madre Iglesia, lo cual significa que no
deben hacerse otras oraciones que no sean las católicas. Y la perseverancia está en el hecho de que
así como el niño necesita nueve meses de conexión continua con su madre por
medio del cordón umbilical, así también el alma necesita la conexión continua
–los nueve meses son la representación de la duración de la vida terrena del
hombre-, así también el alma necesita, mientras viva en la tierra, en todo
momento, recibir el nutriente celestial que le viene por la oración, so pena de
morir espiritualmente.
“Jesús
enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”. Si los
santos –como Santa Mónica- son ejemplos de perseverancia, lo son porque el
ejemplo de perseverancia en la oración por antonomasia es el mismo Señor
Jesucristo, Quien intercedió, intercede e intercederá ante el Padre, por la
salvación de los hombres, todos los días, hasta el fin del mundo. Hasta el fin
del mundo, Jesús estará suspendido en la cruz y hasta el fin de los días,
estará Presente en la Eucaristía, intercediendo por nosotros. Pidamos la gracia
de perseverar en la oración, en las buenas obras y en la gracia santificante
hasta el fin de nuestra vida terrena, para así luego ser llevados al Reino de
los cielos, para vivir eternamente en la gloria del Cordero.
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