“El que me siga tendrá el
ciento por uno con persecuciones y la vida eterna” (Mc 10, 28-31). Cristo promete que a aquel que lo deje todo por
Él y su Evangelio –casa, madre, padre, hijos, posesiones-, ese obtendrá
cien veces más de lo que dejó, ya en esta vida, más la vida eterna, pero además
agrega un detalle: “en medio de persecuciones”.
El motivo es que el
discípulo de Cristo tiene que seguir el mismo camino que su Maestro, y si a
Cristo lo persiguieron y lo crucificaron, también harán lo mismo con sus
discípulos. La persecución sufrida por el Reino de Cristo es entonces la señal
de que el seguimiento es auténtico, y la prueba está en los innumerables santos
y mártires que la Iglesia
ha dado a lo largo de los siglos. Cientos de miles de santos y mártires, que
viven en la gloria y en la felicidad eterna, tuvieron que padecer persecuciones
de todo tipo, incluidas en primer lugar las cruentas, como sello distintivo de
que transitaban el mismo camino del Calvario de su Maestro.
Y así como Cristo fue perseguido
por Satanás y los hombres aliados a él, así también la Iglesia y los cristianos,
son perseguidos de la misma manera, por encontrarse en medio de la lucha entre
la luz divina y las tinieblas del infierno, lucha que se lleva a cabo en el
tiempo y en el espacio terreno, como continuación de la lucha entablada en los
cielos, y que finalizará solo en el Día del Juicio Final, con el triunfo
definitivo y total de Cristo y de su Iglesia.
La persecución sufrida por
Cristo, a manos de los enemigos de la Iglesia, es señal de que el cristiano sigue
verdaderamente a Cristo camino del Calvario, cuyo fin se alcanza solo con el
amor y el perdón del enemigo, de aquel que incluso llega a quitarle la vida.
Quien diga que “no tiene
enemigos por Cristo” –y por lo tanto no se ejercita en el amor al enemigo-, es
porque no ha comenzado todavía a transitar el Via Crucis.
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