(Domingo
XXXIII - TO - Ciclo A – 2020)
“El
Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a
tierras lejanas” (Mt 25, 14-15. 19-21).
Como todas las parábolas de Jesús, la parábola de los talentos se entiende
cuando se reemplazan sus elementos naturales por los elementos sobrenaturales;
sólo de esta manera, se entiende su inserción en el misterio salvífico del
Hombre-Dios Jesucristo. Así, el “hombre que sale de viaje a tierras lejanas” es
Nuestro Señor Jesucristo que, luego de morir en la Cruz, resucita al tercer
día, asciende a los cielos y “espera” -para luego regresar por Segunda Vez- hasta que sea el Día del Juicio Final, en
el que vendrá a juzgar a toda la humanidad; los “servidores de confianza” son
los bautizados; los bienes o talentos que entrega a sus servidores, son los
bienes, tanto naturales como sobrenaturales, que Dios da a cada bautizado: por
ejemplo, los bienes naturales son el ser, la vida, la existencia, la
inteligencia, la voluntad, etc.; los bienes sobrenaturales son el Bautismo
sacramental, la Primera Comunión, la Confirmación, las Confesiones
sacramentales, etc.; el regreso del hombre y el pedido de cuentas a sus
servidores es la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo y el
juzgamiento a toda la humanidad y a cada persona en particular: cuando tenga
lugar el Juicio Final, Jesús pedirá cuentas a cada uno de aquello que recibió:
el ser, la vida, la memoria, la inteligencia, el Bautismo, etc., y de acuerdo a
cómo hayan sido usados estos bienes o talentos, así será la recompensa; la
recompensa para los dos primeros, que hicieron fructificar sus talentos por
medio de una vida de santidad, es el Reino de los cielos; en cuanto al tercero,
que recibió un talento pero no lo hizo fructificar sino que lo enterró,
representa al alma que recibió el don del Bautismo, pero no vivió como
bautizado, es decir, como hijo de Dios, sino que vivió mundanamente, como hijo
de las tinieblas: el castigo a este servidor perezoso es la eterna condenación,
aunque en realidad no es un castigo, sino el concederle a esa persona lo que esa
persona quiso para su vida, es decir, el pecado. Esto es lo que significa: “llanto
y rechinar de dientes”: la eterna condenación, que es la paga que recibe quien
en vida terrena enterró sus talentos, es decir, no vivió como hijo de Dios,
como hijo de la Luz, sino como hijo de las tinieblas.
“El
Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a
tierras lejanas”. Esta parábola debe ser leída y entendida a los pies de la
Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y también de rodillas ante el sagrario: sólo
así nos daremos cuenta que se trata, en realidad, de un llamado personal, a
cada alma, para que se prepare para el encuentro con el Rey de cielos y tierra,
Cristo Dios, haciendo fructificar en frutos de santidad los talentos que recibió.
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