“Han
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la
desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes,
cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace
un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus
mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo
inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los
usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi
casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente
podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”,
por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es
Dios.
Otro
elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente
acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que,
por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los
vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas,
sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes,
palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan
a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por
lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su
falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de
palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por
lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y
sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta
realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas
estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado,
principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus
cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por
ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.
“Han
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha
atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades
mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error
que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira
Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y
nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta
realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.
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