sábado, 22 de mayo de 2021

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”


 

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”, por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es Dios.

Otro elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que, por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas, sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes, palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado, principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.

 

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