sábado, 1 de octubre de 2011

"...los viñadores mataron al hijo del dueño para quedarse con la viña..."



“…los viñadores mataron al hijo del dueño para quedarse con la viña…” (cfr. Mt 21, 33-43). La parábola puede parecer un simple caso de malos administradores que se convierten en usurpadores, y que no dudan en convertirse en asesinos para apoderarse de un viñedo que no les pertenece.

Sin embargo, la parábola posee una simbología que hace referencia a realidades sobrenaturales: el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es, en primer lugar, como dice el Salmo, el Pueblo Elegido formado por los hebreos, destinatarios de la Antigua Alianza –“la viña del Señor es la casa de Israel”-; los arrendatarios convertidos en ladrones y usurpadores, que no solo no quieren dar los frutos de la viña a su legítimo dueño, sino que pretenden quedarse con ella matando al heredero, representan a los fariseos, que con su cumplimiento legalista de la ley y su olvido de la caridad, de la compasión y del amor a Dios y al prójimo, terminaron por pervertir la religión, cuya esencia es el amor misericordioso; el hijo del dueño de la viña es Jesús, que es Hijo de Dios Padre; los enviados por el dueño para hablar con los usurpadores, y que finalmente terminan siendo asesinados, son los profetas, incluido el Bautista, que son perseguidos por las fuerzas del infierno y martirizados; el asesinato del hijo del dueño es la muerte en cruz de Jesús.

La parábola, por lo tanto, se aplica en primer lugar al Pueblo Elegido, pero también se aplica a la Iglesia Católica y a sus bautizados, que forman el Nuevo Pueblo Elegido.

Toda la simbología de la parábola se aplica, punto por punto, a los bautizados en la Iglesia Católica: así, el Dueño de la Viña es Dios Padre; la viña es la Iglesia; los arrendatarios, es decir, los que no son propietarios, sino meros administradores que deben dar frutos de caridad, de misericordia, de bondad, somos todos los bautizados en la Iglesia; esos mismos arrendatarios que pretenden apoderarse de la viña y quedarse con sus frutos, somos los cristianos cuando nos olvidamos del primer y único mandamiento necesario para entrar al cielo, y es el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo, con lo cual repetimos el mismo error de los fariseos y del Pueblo Elegido; los mensajeros asesinados son todos los avisos que nos vienen del cielo, como un pensamiento bueno, un propósito de perdonar, un deseo de confesión, un impulso para ir a visitar a un enfermo, que son desechados y no son puestos por obra.

Y en cuanto a los viñadores usurpadores que asesinan al hijo del dueño, representan a los pecados mortales, que matan el alma, dejándola sin la gracia y sin la vida divina.

Es decir, la “muerte” del hijo del dueño es cada vez que un bautizado comete un pecado mortal, puesto que se trata de un hijo adoptivo de Dios, el bautizado, que cae en pecado mortal, muriendo a la vida de la gracia. Y quien está en pecado mortal, no puede obtener los frutos de la Vid, que son amor, paz, alegría, serenidad, porque no puede beber de su fruto más preciado, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Para que, a diferencia de los malos arrendatarios, que mataron al hijo del dueño con sus pecados, no solo no cometamos ningún pecado mortal, y para que seamos capaces de beber del fruto de la Vid, el Vino de la Pascua definitiva y eterna, la Sangre del Cordero de Dios, debemos pedir la gracia que pide San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: morir antes que ni siquiera deliberar en cometer un pecado mortal, o un pecado venial deliberado[1].


[1] Cfr. Ejercicios, 164-168.

No hay comentarios:

Publicar un comentario