sábado, 22 de octubre de 2011

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y a tu prójimo como a ti mismo



“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (cfr. Mc 12, 28-34). Ante la pregunta de un escriba acerca de cuál es el mandamiento más importante, Jesús responde que el más importante de todos, es el que orienta el amor del hombre en dos direcciones, que en realidad es una sola: a Dios y al prójimo. El requisito esencial para entrar en el reino de los cielos no es el cumplimiento formal de preceptos casuísticos, sino el amor, y el amor dirigido a Dios y al prójimo. Ni a Dios sin el prójimo, lo cual sería fariseísmo, ni al prójimo sin Dios, lo cual sería filantropía. ¿Por qué Jesús concede tanta importancia a nuestro prójimo, al punto de hacer depender nuestro destino eterno, no sólo del trato dado a Dios, sino del trato dado al prójimo? Por que bien podría ser el mandamiento: “Ama a Dios por sobre todas las cosas”, y con eso ya tendríamos el cielo asegurado. Sin embargo, Jesús es muy claro: “A Dios y al prójimo”. ¿Cuál es la razón de que Jesús incluya al prójimo dentro de este mandato?

Porque el prójimo es un ícono de Dios, y por eso es que en el trato al prójimo, creado a imagen y semejanza de Dios Trino, encontramos la medida de nuestro amor a Dios. El ícono visible –el prójimo- nos recuerda la Presencia del Ícono Invisible, Dios. Puesto que a Dios no lo vemos, ya que su esencia divina es invisible para nosotros, podemos tal vez perder de vista nuestra relación y nuestro modo de tratarlo. No vemos a Dios, pero sí tenemos a una imagen suya en cada prójimo. Cada prójimo es un ícono de Dios que, como ícono, nos recuerda y nos remonta al original. Dios no nos es visible, pero sí su imagen, nuestro prójimo. Pero Jesús nos exige el amor al prójimo como requisito para ganar el cielo, porque el prójimo es imagen de Dios y porque en el prójimo hay una nueva Presencia de Dios.

El prójimo es imagen de Dios por un doble motivo: porque así fue creado el hombre, en el principio –“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, dicen las Personas de la Trinidad”-, y porque a imagen de Dios fue re-creado, en la nueva creación realizada por Jesucristo.

Cuando Dios decidió encarnarse, eligió a la naturaleza humana para inhabitar en ella; se encarnó en una naturaleza que era ya una imagen suya y, al encarnarse, la hizo una imagen mucho más perfecta, ya que el que se encarnaba era la imagen del Padre, Dios Hijo. La Imagen Increada y la Impronta eterna de la substancia y de la gloria del Padre, el Hijo, se encarna en la imagen creada, el hombre, convirtiendo a esta imagen que ya era imagen de Dios en una imagen suya mucho más perfecta. Es por esto que Jesús dice: “Quien Me ve, ve al Padre”. Y Jesús dice esto como Verbo de Dios, pero como Verbo encarnado en una naturaleza humana. A partir de Jesucristo, toda la especie humana ha sido elevada a imagen y semejanza del Verbo Encarnado. Así como los que crucificaban a Jesús no crucificaban a un simple mortal, sino al Hijo de Dios encarnado, así quienes maltratan a un prójimo están maltratando no a meras creaturas, sino a imágenes e íconos de ese mismo Dios encarnado. Y también, en un sentido inverso, quien es misericordioso y caritativo con el prójimo, está dirigiendo ese acto de caridad a una imagen de Dios encarnado.

Jesús pone en un mismo plano de igualdad, tanto al culto a Dios como al trato con el prójimo, y esto, no porque el ser humano sea igual a Dios por naturaleza, sino que por la encarnación del Verbo, cada persona humana ha sido llamada a ser hija de Dios con la misma filiación divina del Verbo. De ahí la enorme dignidad del ser humano, y de ahí que, quien pasa de largo frente al prójimo necesitado, pasa de largo de frente al mismo Dios encarnado, Jesucristo, quien, en el misterio, está presente en nuestro prójimo.

Esta es la esencia de la verdadera religión: el amor a Dios y al prójimo, pero no se puede amar a Dios sin amar su imagen en la tierra, el prójimo.

“Ama a Dios y a tu prójimo”. Ese es el fin de nuestra vida de hijos de Dios.

¿Cómo amar a Dios?

Nadie ama lo que no conoce, y para amar a Dios, hay que conocerlo, y una de las principales formas de conocerlo, es mediante la oración. La oración es ante todo un diálogo que se establece entre personas espirituales, y por eso puedo orar a Dios, porque Dios es Persona, es Trinidad de Personas, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y con cada una de las divinas Personas de la Trinidad, puedo establecer un diálogo, puedo rezarles a ellas. La Virgen María es también una persona, y por eso puedo y debo rezarle a Ella, ya que por medio de ella mi oración llega más fácilmente a Dios.

Debo rezar entonces para conocer a Dios, y debo conocerlo para amarlo, para así empezar a pagar la deuda de amor que tengo para con Dios.

Pero también debo recibir a Cristo Dios en la Eucaristía, porque en la comunión Jesús Eucaristía nos concede de su Espíritu de caridad, para poder amar al prójimo como Él mismo nos ama: hasta la muerte en cruz.

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