domingo, 16 de octubre de 2011

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César



“A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César” (cfr. Mt 22, 15-21). El mandato de Jesús nos lleva preguntarnos qué es de Dios, para saber qué es lo que debemos darle, y también qué le pertenece al César, para dárselo.

¿Qué es de Dios? Toda alma humana, puesto que Dios es su Creador. En una época en donde se exaltan los derechos humanos, al mismo tiempo se olvidan los derechos de Dios, que son inalienables sobre toda criatura, por el solo hecho de ser su Creador. Dios es el Dueño de toda alma, y es por eso que tiene derechos sobre todos y cada uno de los seres humanos.

A Dios le pertenecen los cuerpos y las almas, y por eso todo cuerpo y toda alma deben ser puros y santos, llenos de la gracia divina, para poder retornar a su Dueño y Creador; a Dios le pertenecen las miradas, los deseos, las palabras, y por eso las miradas deben ser puras, los deseos deben ser santos, las palabras deben ser de caridad y comprensión para con el prójimo y de alabanza y adoración para con Dios; a Dios le pertenecen las obras, y por eso las obras deben ser misericordiosas, reflejo del amor del corazón en gracia y lleno de Dios; a Dios le pertenecen los pies y los pasos de todos y cada uno de los hombres, y por eso cada paso dado por cada pie, debe ser en dirección del auxilio del más necesitado, para encaminarse luego en dirección al sagrario, para hacer adoración y alabanza de Cristo Dios en la Eucaristía.

¿Qué es de Dios? De Dios es todo cuerpo y toda alma, y por eso Dios reclama, con justicia, que cada cuerpo y cada alma sean puros y santos, porque salieron de Él, que es el Dios Tres veces Santo, el Dios sin mancha ni sombra alguna de mal, el Dios de infinita bondad. Y es por esto que se enciende la ira divina cuando el cuerpo se mancha con la fornicación, y cuando el alma se oscurece con la maldad; se enciende su justa ira cuando, debiendo dar a Dios un cuerpo puro y un alma en gracia, se presenta ante sus ojos un cuerpo mancillado, cubierto de las inmundicias de los placeres terrenos, y un alma oscurecida por el mal, por el odio, por el deseo de venganza, por el apetito de placeres terrenos, por la avaricia, la codicia, el rencor, y toda clase de cosas bajas y rastreras.

“A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”. ¿Qué es de Dios? De Dios es la eternidad de la divinidad, porque Él es su misma eternidad; de Dios es el tiempo de las criaturas, y por eso le pertenecen los segundos, las horas, los días, los meses y los años de cada uno de los hombres; el tiempo personal de cada hombre, así como el tiempo total de toda la humanidad de todos los tiempos, está orientado hacia Dios, desde la Encarnación del Hijo de Dios, y por eso cada segundo de la vida del hombre debe estar impregnado de la vida de Dios, como anticipo de lo que habrá de suceder en el Último Día, porque cuando el tiempo se termine en el Último Día, toda la humanidad ingresará en la eternidad divina. Él es el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega del tiempo y de la historia humana, y por eso el hombre le debe dedicar de su tiempo a alabarlo, a adorarlo, a bendecirlo, a glorificarlo, por ser Dios quien Es, Dios de infinita majestad, grandeza y gloria.

Todo esto es lo que debe darse a Dios Uno y Trino, en el tiempo y en la eternidad.

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