miércoles, 5 de octubre de 2011

Pidan y se les dará


“Pidan y se les dará” (cfr. Lc 11, 5-13). Con el ejemplo del amigo insistente que consigue lo que pide, aún cuando sea inoportuno, tanto por lo que pide como a la hora en la que pide, Jesús nos anima a hacer lo mismo con Dios Padre, es decir, a pedir, a destiempo y lo que no nos corresponde.

Pero también es cierto que no sabemos pedir, porque por lo general, pedimos solo lo relacionado con esta vida, y todo aquello que nos proporcione una vida sin sobresaltos, sin inquietudes, sin dolor y, en lo posible, sin sacrificios. Pedimos, casi siempre, por salud, trabajo, o por necesidades particulares y circunstanciales.

A pesar de que Dios puede concedernos todo esto –y nos lo concede si es conveniente para nuestra salvación-, no es esta clase de petición a la que se refiere Jesús.

Él quiere que pidamos otras cosas, y que no seamos parcos a la hora de pedir, porque la magnificencia divina es inagotable, tanto, que lo que Dios puede darnos es un exceso inimaginable.

¿Qué es lo que debemos pedir?

Entre otras cosas, debemos pedir la gracia de que se haga realidad lo que pedimos en el acto de contrición del Pésame: “…querría haber muerto antes que haberos ofendido”; es decir, debemos pedir, como dice San Ignacio de Loyola, la gracia de morir antes que siquiera pensar en cometer un pecado mortal, o un pecado venial deliberado.

La gracia de la contrición del corazón y del dolor de los pecados, para nosotros y para nuestros seres queridos, porque abre las puertas del cielo.

La gracia de participar, en cuerpo y alma, de la Pasión de Jesús, por medio de la Santa Misa.

La gracia de amar a Jesús con el amor de la Virgen.

La gracia de tener en todo momento, en el pensamiento, en el deseo, en las palabras y en las obras, a Jesús.

La gracia de meditar en las realidades ultraterrenas, Cielo, Purgatorio e Infierno, porque de esa manera, pensando en las postrimerías, dicen los santos, no pecaremos y nos salvaremos.

Como estas, debemos pedir muchas otras gracias que nos conduzcan al cielo, sin tener reparos en lo que pedimos, puesto que Dios es infinitamente poderoso y generoso, y no deja de escuchar ninguna petición.

Y es tan generoso, que Dios nos las da aún sin que se las pidamos, y en tan gran medida, que es una exageración por parte suya y, muchas veces, un lamentable desprecio por parte nuestra.

Los dones de Dios son tan inconmensurablemente grandes, que pretender valorarlos y apreciarlos en su justa medida es como pretender hacer apreciar la hermosura de un paisaje a quien no puede ver.

¿Quién puede apreciar, en su justa medida, la Eucaristía, el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hombre-Dios?

¿Quién puede apreciar la Santa Misa, renovación sacramental e incruenta del sacrificio del Calvario?

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