miércoles, 6 de octubre de 2010

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


Toda la oración del Padrenuestro se vive en la Santa Misa: si en el Padrenuestro se pide, en la Santa Misa se obtiene lo pedido y se vive lo que se pide.

“Padre nuestro que estás en los cielos”: por la Misa, se hace presente en el altar, más que los cielos en donde está Dios, el mismo Dios Trino: el Padre, que envía a su Hijo a dar su vida en la Hostia; el Hijo, que desde el seno del Padre se hace Presente, por las palabras de la consagración, en la Eucaristía; el Espíritu Santo, que es quien lleva a cabo la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

“Santificado sea Tu Nombre”: en el Padrenuestro, pedimos que el nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, es Cristo en Persona quien, con su sacrificio en el altar, santifica y honra al Dios Tres veces Santo.

“Venga a nosotros Tu Reino”: pedimos que venga a nosotros el Reino de Dios, y en la Santa Misa el pedido se hace realidad, dándonos todavía más de lo que pedimos, porque más que el Reino de Dios, el que viene a nosotros en la Eucaristía es el Rey de ese Reino, Cristo crucificado y resucitado.

“Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”: en la Santa Misa se unen el cielo y la tierra, la eternidad y el tiempo, porque Jesucristo, Dios eterno, en cumplimiento de la Voluntad de Dios Padre, viene desde su eternidad al altar, a la Eucaristía, para donar su Cuerpo y derramar su Sangre, para la salvación de los hombres.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”: esta petición se cumple con creces, porque no sólo recibimos las gracias necesarias para conseguirnos el sustento diario, sino que se nos dona, como un Nuevo Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo, que alimenta el alma con un alimento super-substancial, la substancia humana y la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, y es un alimento que alimenta no para un día terreno, sino para el Día sin ocaso, el Día sin fin, la eternidad divina.

“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: antes de pedir perdón, Dios Padre nos perdona nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestras maldades, enviando a su Hijo a dar su vida en el altar de la cruz, y en la cruz del altar, y es así como nosotros, en virtud del perdón recibido de Cristo en el sacrificio del altar, debemos perdonar a nuestros enemigos, con el mismo perdón con el que nos perdonó Jesucristo.

“No nos dejes caer en la tentación”: más que no dejarnos caer en la tentación, en la Santa Misa recibimos el Amor infinito de Dios, concentrado en los límites témporo-espaciales de algo que parece un poco de pan, y el Amor infinito de Dios, donado en el Pan eucarístico, nos da la fuerza no sólo para no caer en la tentación, sino para vivir la vida de la gracia, la vida de hijos de Dios, que es algo mucho más grande que no pecar.

“Mas líbranos del mal”: pedimos a Dios que nos libre del mal: del mal personificado, el ángel caído, que rechina los dientes buscando descargar su odio angélico en nosotros, hijos de Dios, y pedimos que nos libre de ese otro mal, que anida en nuestros corazones, como tizón ardiente que consume el corazón humano en ansias de rencor y de venganza. Pedimos a Dios Padre que nos libre de esos dos males, y Dios Padre cumple con creces esta petición en la Santa Misa, porque en la Misa Cristo renueva su sacrificio en cruz, sacramentalmente, sacrificio por el cual derrota para siempre al demonio y a todo el infierno, y nos da, a través de su Corazón traspasado en la cruz, su Sangre, que purifica el corazón humano, convirtiéndolo, por la gracia, en una copia viva de su Sagrado Corazón.

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