jueves, 14 de diciembre de 2017

“Juan vio a Jesús (…) y dijo: “....A éste me refería yo cuando dije: -Detrás de mí viene uno que (…) existía antes que yo”


(Domingo III - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)

“Juan vio a Jesús (…) y dijo: “....A éste me refería yo cuando dije: -Detrás de mí viene uno que (…) existía antes que yo Juan” (cfr. Jn 1, 6-8.19-28). Es importante saber quién es aquel a quien Juan el Bautista precede y señala como el Mesías, porque es el mismo que ha de venir para Navidad y es el mismo que ha de venir al Fin de los tiempos. La pregunta acerca de “quién es”, es fundamental, porque no es lo mismo, en absoluto, si se trata de un simple hombre, santificado por la gracia de Dios que obra en él, o de alguien que es más que un hombre santo, porque es la Gracia Increada en sí misma.
¿Quién es, entonces, aquel a quien Juan el Bautista señala, el que ha de venir, por el misterio de la liturgia, para Navidad, como un Niño, el que vendrá al Fin de los tiempos para juzgar a la humanidad? Aquel a quien señala Juan –dice la Liturgia Latina[1]-, “existe –ES- antes que él, porque es Dios Eterno, Dios Tres veces Santo, encarnado en una naturaleza humana; es el Hombre Jesús de Nazareth, que es Dios Hijo Eterno del Padre al mismo tiempo, porque ha unido a su Persona divina, hipostáticamente, a esa naturaleza humana, en el momento de la Concepción y Encarnación por el Espíritu Santo, convirtiendo la Humanidad de Jesús de Nazareth en la Humanidad Santísima del Verbo de Dios.
Aquel a quien señala el Bautista, que a los ojos del cuerpo parece un hombre como todos los demás, es Jesús de Nazareth, la Sabiduría Eterna de Dios, que brotando de los labios del Altísimo, desde toda la eternidad, abarca los cielos eternos y todo lo ordena con firmeza y suavidad, mostrándonos en Él mismo la salvación, porque Él es el único Camino de salvación que conduce al seno eterno del Padre.
Aquel a quien señala el Bautista, que a los ojos de los hombres nació como un Niño en Belén, es el Hijo de María Virgen, el Hijo de Dios, la Sabiduría del Dios Altísimo encarnada y manifestada a los hombres como Niño Dios, que en el Pesebre abre los brazos en cruz, para indicarnos el camino de la salvación, la Santa Cruz de Jesús.
Aquel a quien señala el Bautista es el Dios Altísimo, Adonai, el Pastor Eterno de la Casa de Israel, la Puerta de las ovejas, que guarda a las almas de los hombres de las garras del Lobo infernal; es el Que Es, Yahvéh, el Dios que se manifestó a Moisés en la zarza ardiente en el Sinaí para darle su Ley; es el Dios que con su gracia graba a fuego la Ley de Dios en nuestras almas, y es el Dios al que le imploramos que nos salve con el poder de su brazo.
Aquel a quien señala el Bautista, cuyo Nacimiento en Belén es conmemorado por la Iglesia en Navidad por medio de un memorial litúrgico que hace presente el misterio pascual recordado, es “el Renuevo del tronco de Jesé”, el Rey de reyes y Señor de señores, que se eleva sobre la Cruz como un signo para los pueblos, ante quien “los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones”, y al cual suplicamos, desde lo más profundo de nuestras almas: “¡Ven a librarnos, Señor Jesús, no tardes más!”.
Aquel a quien el Bautista señala es “el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, el que estaba muerto en el sepulcro por tres días, pero ahora vive, glorioso y resucitado para siempre; es la “Llave de David y el Cetro de la casa de Israel”, el que abre las puertas del Cielo con su Sangre y nadie puede cerrar; el que cierra las puertas del Infierno con su Cruz y nadie puede abrir; es Aquel a quien le imploramos, por su gran misericordia, que venga a librarnos a los hombres, que vivimos “cautivos en tinieblas y en sombra de muerte”.
Aquel a quien el Bautista señala es el “Sol que nace de lo alto”, Jesucristo, Sol de justicia, “Resplandor de la luz eterna” del Padre; Luz de Luz, que irradia la luz de su gloria desde la Eucaristía y como un sol de gracia infinita, ilumina la oscuridad de las mentes y corazones de quienes se postran ante Él en la adoración eucarística.
Aquel a quien el Bautista señala es el “Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia”, que con su Cruz derriba el muro de odio que separa a los pueblos entre sí desde el pecado de Adán y Eva, y con su Sangre hace de los enemigos irreconciliables, hijos adoptivos de Dios que se unen a su Cuerpo Místico por el Divino Amor, el Espíritu Santo; es el que convierte al hombre, formado del barro de la tierra, en templo del Espíritu Santo y morada de Dios Uno y Trino.
Aquel a quien el Bautista señala es el “Emmanuel”, Dios con nosotros, Dios venido al mundo como Niño, que prolonga su Encarnación en su Venida Eucarística, para comunicarnos de su gracia y de su vida eterna; es el Rey y Legislador nuestro”, la esperanza de las naciones y el Salvador de los pueblos, al cual imploramos suplicantes: “¡Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro, Tú que habitas en el Cielo, en la Cruz y en la Eucaristía”.
Aquel a quien el Bautista señala, como Quien Es desde toda la eternidad, es el mismo que, con su Cuerpo glorioso y resucitado, con su Sangre Preciosísima, con su Alma Santísima, con su adorabilísima Divinidad y con todo el Amor de su Sagrado Corazón, está Presente en Persona, con su Acto de Ser divino trinitario, en la Eucaristía, y Es a Quien la Iglesia, cuando el sacerdote hace la ostentación de la Hostia recién consagrada y la muestra al Nuevo Pueblo Elegido, lo llama: “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús en la Eucaristía es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que borrándonos los pecados al precio de su Sangre Preciosísima, nos concede la gracia de la divina filiación por el Bautismo sacramental, la misma filiación divina con la cual Él es Dios Hijo desde toda la eternidad. Así como en el desierto Juan el Bautista dio testimonio de Jesús de Nazareth, el Cordero de Dios, así nosotros estamos llamados a dar, en el desierto de la vida y de la existencia humana, testimonio de Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios.



[1] Cfr. Liturgia latina, Antífonas del Magníficat de los días 17 al 23 de diciembre. Referencias bíblicas: Dt 8, 5; Prov 8, 22s; Hb 1,4; Éx 20; Is 11, 10; 52, 15; 22, 22; 42,7; Lc 1, 78; Mal 3, 20; Ag 2, 7 Vulg; Is 28, 16; Ef 2, 14; Gn 2,5; Is 7, 14.

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