(Domingo
I - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)
¿Qué
es el Adviento? ¿Qué celebra la Iglesia Católica en Adviento? La palabra “Adviento”
significa “venida” o “llegada”. Era utilizada entre los antiguos paganos para
significar la venida o llegada de la divinidad. En el caso de la Iglesia
Católica, el Adviento –el verdadero y único Adviento, que supera las sombras
del paganismo- es esperar la “llegada” o “venida” de Jesús y aunque se coloca
en el tiempo previo a la Navidad, implica no solo la preparación del alma y de
la Iglesia para la conmemoración de la Primera Llegada del Redentor en Belén,
sino que implica también la preparación del alma y de la Iglesia para la
Segunda Venida en la gloria del Redentor.
Es decir, el tiempo de Adviento es un doble tiempo de
espera: de la Primera llegada o venida de Jesús, en el recuerdo y en la memoria
litúrgica de la Iglesia, y de espera de la Segunda Venida en la gloria.
Esto explica el tenor de las lecturas que se utilizan en
este tiempo y explica también el sentido penitencial del tiempo de Adviento. En
cuanto a las lecturas, la Iglesia se coloca en la posición de los justos del Antiguo
Testamento, es decir, el ambiente espiritual es “como si” Jesús no hubiera
venido todavía, porque se habla de las profecías mesiánicas, que anunciaban que
el Redentor habría de nacer de una Virgen, como por ejemplo, en Isaías. Pero las
lecturas también hablan de las profecías de Jesús acerca del final de los
tiempos y por lo tanto de su Segunda Venida en la gloria (cfr. Mc 13, 33-37), porque el otro
objetivo del Adviento es, precisamente, este, el de prepararnos para la
Parusía, para la Segunda Venida de Jesús. A diferencia de la Primera Venida,
que fue en lo oculto y sin que casi nadie se enterase –con excepción de su
Madre, la Virgen, su Padre adoptivo y los pastores a los que los ángeles se lo
comunicaron-, en la Segunda Venida, Jesús vendrá en el esplendor de su gloria y
será visto por toda la humanidad de todos los tiempos.
Ahora
bien, podemos decir que hay un tercer significado de Adviento y es el “Adviento”
particular que se produce en cada Santa Misa, puesto que en ella, el Señor
viene –en la realidad de su Ser divino trinitario y en la Segunda Persona de la
Trinidad- oculto en cada Eucaristía, para habitar en nuestros corazones.
Por este motivo, podemos decir que el Adviento tiene un triple
significado[1]:
recordar, litúrgicamente, el pasado, es decir, la Primera Venida, y esto
implica celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino
y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza.
Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su Primera Venida.
Aunque debemos decir que, por la liturgia eucarística, el “recuerdo” no es un
mero recuerdo psicológico, sino que es un recuerdo que actualiza el misterio
que se recuerda.
Un
ejemplo nos ayudará a entender: cuando recordamos con la memoria a un ser
querido ausente, este recuerdo no lo trae “en persona” a este ser querido, por
grande que sea el amor que le tengamos. En cambio la Iglesia, por el memorial
de la Santa Misa, hace recuerdo de la Primera Venida –eso es “memorial”- y, de
un modo misterioso pero no menos real, “trae” a nuestro hoy –o también, nos
lleva a nosotros al “hoy” de hace veinte siglos- al misterio de la Primera
Venida del Señor en el Pesebre de Belén. Por eso podemos decir que, por la Santa
Misa, en Navidad, nos encontramos misteriosa pero realmente, de frente al Señor
nacido milagrosamente de la Virgen hace veintiún siglos.
El
segundo significado del Adviento es el de prepararnos, como Iglesia y como
miembros del Cuerpo Místico de Cristo, para el futuro, es decir, prepararnos para
la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la “majestad de su gloria”. Como nos
enseña el Catecismo, en ese entonces no vendrá como Dios misericordioso, sino como
Rey de reyes y Señor de señores y como Juez de todas las naciones; toda la
humanidad comparecerá ante su Presencia majestuosa, para recibir, los buenos –los
que lucharon contra el pecado, procuraron vivir en gracia, obraron la
misericordia, creyeron en su Nombre y trataron de vivir en la caridad de Cristo
y todo a pesar de sus miserias personales-, el premio del Cielo, mientras que a
los malos –los que no vivieron según los Mandamientos de la Ley de Dios, los
que no fueron misericordiosos para con sus hermanos, los que no quisieron vivir
con Dios en el cielo, los que no creyeron en la existencia del Infierno y
dedicaron sus vidas a obrar el mal-, a esos, puesto que murieron impenitentes,
les dará lo que quisieron, libre y voluntariamente, con su impenitencia, que es
el Infierno. En este sentido, Adviento es la oportunidad para la preparación
espiritual de quienes vivimos en este mundo, pero deseamos vivir en la
eternidad, ante la Presencia del Cordero, y es en esa fe gozosa en la que esperamos
su Segunda Venida gloriosa, Segunda Venida que nos traerá la salvación y la
vida eterna sin sufrimientos.
El
tercer significado es vivir el “Adviento presente” que significa la Venida o
Llegada de Jesús en cada Eucaristía. En
cada Eucaristía y traído por el Espíritu Santo, Jesús viene desde el cielo para
llegar a nuestros corazones por la Comunión Sacramental, por eso podemos decir que
cada Santa Misa o cada comunión, es un “adviento” personal, en el que el Señor Jesús
viene al alma en gracia y que lo recibe con amor, para vivir en ella. Por la
Eucaristía, el alma recibe a Jesús, el Niño Dios, que vino por Primera Vez, que
es el mismo Jesús que vendrá por Segunda Vez. En este Adviento –el tercero, la
Venida intermedia-, la Iglesia celebra el triunfo de la Cruz de Cristo, por la
liturgia eucarística, en el tiempo de la humanidad, lo cual hace que el alma
mire con amor y agradecimiento hacia el Primer Adviento, por el cual vino por
primera vez para morir y triunfar en la Cruz, y que mire con esperanza y
confianza al Segundo y definitivo Adviento, la Parusía, porque quien se abraza
a la Cruz, nada ha de temer en el Día del Juicio Final.
Por
último, el Adviento explica el color morado, que significa penitencia: así como
los justos del Antiguo Testamento hacían penitencia para preparar sus almas
para la Venida del Redentor, de la misma manera la Iglesia, que en cuanto
preparación para la Navidad, vive “como si” el Señor no hubiera venido –aunque,
obviamente, ya vino- y para ello, se purifica de las cosas mundanas y procura
estar en gracia, de modo de recibir al Salvador con un espíritu humilde y
contrito. La penitencia también es para la Segunda Venida, porque el cristiano
que espera a Jesús, lo hace no como el siervo indolente, perezoso, que no
espera la llegada de su señor y que por eso se emborracha y comienza a golpear
a los demás, como en la parábola, sino que, como ama a su Señor que viene en la
gloria, está “vigilante y atento, con la faja ceñida, con la lámpara encendida”,
porque “no sabe ni el día ni la hora” en la que llegará su Señor, aunque sabe
con toda seguridad que sí llegará, y es para recibirlo de la mejor manera, que
lo espera así, haciendo penitencia, es decir, alejado del mundo y sus falsos
espejismos y viviendo en la caridad cristiana. La penitencia, que es lo que simboliza
el color morado del Adviento, es también para esa “Venida intermedia” que es la
llegada de Jesús, desde el cielo, hasta la Eucaristía, para luego entrar en el
alma: un alma impenitente, que no se arrepiente del mal hecho, que no pide
perdón de sus faltas, que no manifiesta su deseo de vivir en gracia, cumpliendo
los Mandamientos de Dios y frecuentando sus sacramentos, es un alma indigna de
recibirlo en la Eucaristía.
El
Adviento, entonces, es tiempo de preparación para la triple llegada del Señor;
es tiempo además de esperanza, porque quien llega es el Salvador y el Redentor
de la humanidad –viene para salvarnos del pecado, de la muerte y del demonio-;
es tiempo de arrepentimiento de nuestros pecados –estamos bajo la ley de las
consecuencias del pecado, la concupiscencia, la inclinación al mal, y lo único
que nos libera de eso es la gracia santificante- y de deseo de vivir
verdaderamente como hijos adoptivos de Dios. Como hemos dicho, el Adviento es
tiempo de espera para la llegada del Señor, que es en realidad una triple
llegada: el memorial que hace Presente su Primera llegada; el sacrificio de la
Misa, que hace Presente, en Persona, al Dios que “ha de venir, que viene y que
vendrá”; y la Segunda Venida en la gloria, para juzgar al mundo. En el Adviento,
como Iglesia, nos preparamos para la Navidad y la Segunda Venida de Cristo al
mundo, cuando volverá como Rey de todo el Universo, al tiempo que revisamos
cómo es la preparación espiritual, interior, porque el cual recibimos a Cristo
en su “Venida intermedia” en la Eucaristía. Es un tiempo de penitencia, oración
y caridad, en el cual debemos revisar cómo es nuestra vida espiritual en
relación a este triple Adviento del Señor en nuestras vidas, de manera de hacer
el propósito de convertir el corazón al Dios que vino en Belén, que viene en
cada Eucaristía, y que ha de venir al fin de los tiempos. Si no vivimos el
Adviento de esta manera, con toda seguridad, viviremos una Navidad pagana y
mundana, la misma Navidad de los sin Dios, que no esperan la Llegada de Cristo
en su Gloria, no recuerdan con gozo su Primera Venida y no preparan sus almas
por la gracia y el amor para la Venida intermedia, su Llegada Eucarística al
corazón que lo ama. Adviento es tiempo de despertar del sueño de la
concupiscencia y de estar vigiles y preparados, con las lámparas encendidas,
para recibir al Señor que “vino, que viene y que vendrá”, como lo dice la
iglesia ambrosiana: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin.:
Porque todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Estén encendidas
nuestras lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones.
Aleluya, aleluya”[2].
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