miércoles, 2 de noviembre de 2022

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo C - 2022)

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 10, 20-27). La afirmación de Jesús se da en el contexto de la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos, acerca de un hipotético caso en el que una mujer se casa con siete hermanos y los siete mueren; la pregunta de los saduceos es de quién será esposa la mujer, si ha estado casada con los siete y esto es solo para tender una trampa a Jesús y así poder seguir negando la resurrección de los muertos.

         El tema del Evangelio nos lleva a considerar no solo la resurrección, sino lo que la fe católica denomina “postrimerías”, es decir, muerte, juicio particular, purgatorio, cielo e infierno. Este tema es de particular importancia, dada la enorme cantidad de errores y de herejías que se han introducido dentro del seno mismo de la Iglesia Católica en relación a lo que sucede en la muerte y luego de ella. Uno de los errores más frecuentes es el de considerar que todo el que fallece, va directamente al Cielo y así es frecuente escuchar decir que fulano o fulana “han partido a la Casa del Padre”, como si el hecho de morir los condujera directamente al Reino de los cielos, lo cual es falso y temerario de afirmar; este error está reforzado por la introducción, dentro de los católicos, de una terminología confusa, que contribuye a difundir el error: en efecto, ahora, en vez de decir que fulano o fulana “ha fallecido”, se dice erróneamente: “ha cumplido su Pascua”, dando a entender falsamente que, al igual que la Pascua de Jesús, que lo condujo a la resurrección, así también cualquier fiel que muera, en el estado en el que se encuentre su alma, también “cumplirá su Pascua”, es decir, resucitará y resucitará para el Reino Dios, porque aquí también hay que señalar otro error y es el de creer que sí, hay resurrección, pero que todos vamos al Cielo, sin importar la vida de pecado o de gracia que hayamos llevado aquí, porque el Infierno no existe o si existe, está vacío, de modo que nadie va al Infierno porque “Dios es tan misericordioso, que no condena ni castiga a nadie”. Todos estos son errores gravísimos en la fe católica, que afectan directamente nuestro día a día, porque si esto fuera verdad, que todos nos salvamos, que no hay Infierno, que Dios no castiga el pecado, la injusticia y la impenitencia, entonces todos podemos hacer aquí en esta vida terrena literalmente todo el mal que deseemos hacer -mentiras, violencias, adulterios, robos, homicidios, estafas, engaños, etc.-, sin que nos importe demasiado, porque Dios no nos va a pedir cuentas, no nos va a castigar, y todos nos vamos a salvar. Esto es un gravísimo error, una enorme herejía y una falsificación completa de la Santa Fe Católica acerca de las postrimerías.

         ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia Católica en relación a las postrimerías? Nos enseña que, inmediatamente después de la muerte -de la separación del alma y del cuerpo-, mientras el cuerpo es dejado aquí para ser velado y sepultado, el alma es llevada de inmediato ante la Presencia de Dios, para recibir el Juico Particular, en el que se decide el destino eterno del alma, según sean sus obras libremente realizadas: el Cielo, si sus obras fueron buenas y el alma murió en gracia, o el Infierno, si sus obras fueron malas y la persona murió impenitente, en pecado mortal, sin arrepentirse de sus pecados. El Purgatorio está reservado para quien murió en gracia, pero con pecados veniales, de manera que necesita ser purificado por el fuego antes de poder ingresar en el Reino de los cielos.

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Los católicos no solo creemos en la resurrección de los cuerpos, sino que creemos también que esa resurrección puede ser para la salvación eterna o para la condenación eterna en el Infierno. Por supuesto que deseamos salvar nuestras almas, para ello, debemos hacer lo que Jesús nos dice: abrazar la Cruz de cada día, seguirlo a Él por el Camino del Calvario, vivir en gracia, frecuentar los Sacramentos, sobre todo Confesión y Eucaristía y obrar la misericordia según nos enseña la Iglesia. De esa manera, acompañados por nuestra Abogada celestial, nuestra Madre del Cielo, la Virgen, estaremos seguros de atravesar el Juicio Particular, para luego ingresar, con el cuerpo y el alma glorificados, al Reino de Dios, en donde adoraremos, en la alegría sin fin, al Cordero de Dios, por toda la eternidad.

 

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