miércoles, 26 de octubre de 2022

“Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2022)

           (Lc 19, 1-10). Para poder entender un poco mejor el episodio del Evangelio, hay que tener en cuenta quién era Zaqueo: era jefe de publicanos, un grupo de hombres dedicados al cobro de impuestos para el Imperio Romano; además, adquirió una gran fortuna por este trabajo, pero también porque como recaudador de impuestos exigía una suma de dinero adicional al tributo para así apropiarse de la diferencia[1]. Es decir, Zaqueo era doblemente despreciado por los judíos: primero, porque la tarea de recaudación de impuestos para el imperio era considerada una tarea detestable, ya que se consideraba una especie de colaboracionismo con la potencia ocupante, los romanos; segundo, porque con la exigencia de un pago adicional, a la par que él se enriquecía ilícitamente, empobrecía al resto de la población. Por estos motivos, Zaqueo era considerado un pecador público y por eso no era apreciado entre los judíos. Sin embargo, Jesús, que estaba rodeado de discípulos y de seguidores que lo amaban y querían vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, no se dirige a ellos para entrar en sus casas, sino a Zaqueo, sabiendo Jesús la condición de pecador público de Zaqueo: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”. Si bien es Zaqueo el que busca mirar a Jesús mientras pasa -con toda seguridad había quedado admirado por los milagros que hacía Jesús y por su sabiduría, que no era de este mundo-, esta búsqueda de Zaqueo hacia Jesús es en realidad una respuesta a la gracia que Jesús le había concedido de antemano. En otras palabras, es Jesús quien busca a Zaqueo en primer lugar y no Zaqueo quien primero busca a Jesús. El hecho de querer Jesús entrar en la casa de Zaqueo para almorzar con él es, además de verdadero, simbólico de otra realidad espiritual: el ingreso físico de Jesús en la casa de Zaqueo, simboliza el ingreso espiritual de Jesús con su gracia en el alma de Zaqueo, lo cual provoca un cambio radical en Zaqueo, es decir, provoca la conversión de Zaqueo, conversión que se manifiesta en el propósito de Zaqueo de devolver todo lo que ha adquirido ilícitamente. Pero lo más importante en Zaqueo no es la devolución de lo que no le corresponde, que sí es importante; lo más importante es la conversión a Cristo de su alma, de su corazón, de su ser: a Zaqueo ya no le atraen las riquezas de la tierra, sino que le atrae algo que es infinitamente más valioso que todas las riquezas del mundo y es el Sagrado Corazón de Jesús, que arde con las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo. La devolución de los bienes materiales ilícitamente adquiridos, es solo una consecuencia de la conversión de Zaqueo.

          Finalmente, en Zaqueo nos debemos identificar nosotros, en cuanto pecadores y, al igual que Zaqueo, Jesús nos demuestra un amor que va más allá de toda comprensión, porque a nosotros, en cada Santa Misa, nos dice lo mismo que a Zaqueo: “Quiero entrar en tu casa, quiero entrar en tu corazón, por medio de la Eucaristía”. Y así como Zaqueo prepara su casa y la limpia y prepara un banquete para Jesús, así nosotros debemos preparar nuestras almas, por medio de la Confesión Sacramental, para recibir el banquete con el que nos convida Dios Padre, que es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía. Al igual que Zaqueo, dispongamos nuestra casa, nuestras almas, por medio de la Confesión sacramental, para que ingrese Jesús y lleve a cabo en nosotros la conversión eucarística, por medio de la cual salvaremos nuestras almas por la eternidad.

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