sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


miércoles, 19 de junio de 2024

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         El Padrenuestro tiene dos características muy particulares: una, es una oración enseñada directamente por Nuestro Señor Jesucristo; la segunda, es que se vive, de manera real, substancial, ontológica, en la Santa Misa. En otras palabras, cada oración del Padrenuestro se actualiza, en el presente de cada Santa Misa, haciéndose realidad en el “hoy” y “ahora”, en su realidad substancial y ontológica, desde la eternidad y no en la mera psiquis del que reza. Es como si, al rezar el Padrenuestro en la Santa Misa, cada una de sus oraciones se hiciera presente, se actualizara, desde la eternidad, en el presente del momento en el que se celebra la Santa Misa. Veamos y contemplemos cada una de sus oraciones.

         “Padre nuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, nuestro Padre del cielo; en la Santa Misa, Dios Padre se hace Presente, en Persona, porque en la Santa Misa el altar ya no es más fracción de piedra, de madera o de cemento, sino que es el Cielo mismo y el Cielo eterno es en donde mora Dios, nuestro Padre celestial, que se hace Presente en Persona en la Santa Misa.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en la Santa Misa pedimos que el Nombre Tres veces Santo de Dios sea santificado y esa petición se hace realidad y se cumple por medio del Santo Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio por el cual el Hombre-Dios Jesucristo glorifica y santifica el Nombre Santísimo de Dios.

         “Venga a nosotros Tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que el Reino de Dios venga a nosotros; en la Santa Misa ese pedido se hace realidad, porque el altar se convierte en el Cielo, que es el Reino de Dios, pero también hay algo infinitamente más grande que el Reino de Dios y es que por la Santa Misa viene a nosotros el Rey del Reino de Dios, Jesucristo, Rey de cielos y tierra, Rey de los ángeles y de los hombres.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad santísima de Dios se cumpla y este pedido se cumple en la Santa Misa, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y como la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, el Sacrificio del Cordero de Dios, por medio del cual los hombres se salvan, es Jesucristo Quien cumple a la perfección la voluntad de Dios, salvando a los hombres que aceptan ser salvados por su Sangre y por su gracia santificante.

         “Danos hoy el pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos que no nos falte el pan de cada día y ese pedido se hace realidad en la Santa Misa, porque Dios, en su Divina Providencia, nos asiste para que no nos falte el pan material, el pan de trigo, amasado y cocido y horneado en el fuego, pero también se cumple algo que ni siquiera imaginamos y que ni siquiera osamos pedir y que sin embargo el Divino Amor del Padre nos lo concede y es el Pan de Vida Eterna, el Pan hecho con el Trigo Santo que es el Cuerpo de Cristo, triturado en la Pasión y cocido y glorificado en la Resurrección, Pan que es el Manjar de los Ángeles, que es alimento celestial para el alma, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas”: en el Padrenuestro pedimos perdón y esto se cumple incluso antes de que formulemos el pedido de perdón, porque antes de pedir perdón, Dios Padre nos envía en la Santa Misa a su Hijo crucificado como signo de su perdón y de su Amor Misericordioso, ya que a través de su Corazón traspasado y a través de sus Llagas abiertas brota su Sangre Preciosísima y su Sangre sirve de vehículo, por así decirlo, del Espíritu Santo, del Divino Amor, con el cual Dios no solo nos perdona, sino que nos sumerge en lo más profundo de su Sagrado Corazón.

         “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padrenuestro hacemos a Dios el propósito de perdonar a los que nos ofenden y como Dios sabe que no tenemos fuerza para hacerlo porque somos débiles, nos concede, a través de Jesús Eucaristía, la fuerza del Divino Amor necesaria no solo para perdonar, como Dios nos perdona, sino para amar a nuestros enemigos, así como Dios nos amó, siendo nosotros sus enemigos, cuando crucificamos a su Hijo en la Cruz por el pecado.

         “No nos dejes caer en la tentación”: esta petición también se cumple en la Santa Misa, porque es verdad lo que dice Nuestro Señor en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis hacer”; es decir, sin la ayuda de Jesús, nada podemos hacer; sin la gracia de Jesucristo, no podemos resistir ni a la más mínima tentación, por eso Dios nos concede, en la Eucaristía, la fuerza misma del Hombre-Dios Jesucristo, no solo para no caer en la tentación, sino para incluso para adquirir toda clase de virtudes y dones.

         “Y líbranos del mal”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque siendo la renovación del Santo Sacrificio de la Cruz, es allí donde Jesús derrota para siempre al Príncipe de las tinieblas, al Ángel caído, a Satanás, al Diablo y a todo el Infierno junto, venciéndolo para siempre con su poder divino y con la fuerza de la Cruz, haciendo partícipes de su victoria a su Santa Madre, María Santísima y a todo hombre que por la gracia se asocie a la Santa Cruz.

         Por todas estas razones, el Padrenuestro se vive en la Santa Misa.


jueves, 13 de junio de 2024

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 

(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)


(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza. Para poder entender esta parábola de Jesús, lo que debemos hacer es reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos naturales y sensibles son: una semilla de mostaza, la cual, en sus inicios, es pequeña; luego, al final de su desarrollo, se convierte en un árbol grande y frondoso; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza ya convertida en árbol. Una vez que tenemos los elementos naturales y sensibles, nos preguntamos qué es lo que representan cada uno de estos elementos, desde el punto de vista invisible y sobrenatural. Entonces, ¿qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, representa al alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, pero ya sin el pecado, y además tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, simboliza al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos decir que estos pájaros son tres -aunque no lo dice el Evangelio- y, por lo tanto, si son tres, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

Esto nos lleva entonces a hacer una breve consideración acerca de la inhabitación trinitaria, un concepto -y más que un concepto, una realidad, de la cual se extrae el concepto- que es único y exclusivo de la Iglesia Católica, según el cual Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, inhabita -in-habita, habita en, habita dentro de- en el corazón del alma que está en estado de gracia santificante[1], es decir, la inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios, gracia que nos comunican los sacramentos, lo cual a su vez nos lleva a comprender el porqué los santos y mártires preferían la muerte terrenal antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, antes que perder la gracia, porque comprendían que no hay nada más grandioso, majestuoso, maravilloso, hermoso, infinitamente incomprensible, que la inhabitación trinitaria, ya que es mucho más que vivir anticipadamente en la tierra como si se estuviera en el Cielo: muchísimo más que eso, porque Dios Trinidad, a Quien los cielos no pueden contener, debido a su infinita majestad, baja desde el Cielo, por así decirlo, en sus Tres Divinas Personas, para venir a inhabitar en el corazón del alma que las reciba en estado de gracia, con amor, con fe, con piedad, con devoción y con humildad, reconociendo ante todo su nada y su bajeza y su indignidad y la nada que ha hecho para merecer semejante regalo de su majestad divina, la Santísima Trinidad, que por medio de la Comunión del Cuerpo y Sangre del Hijo, en la Eucaristía, viene con Él el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, para unirnos, con el Hijo, en el Amor Divino, al Padre. Para el alma en gracia, la Santísima Trinidad se abandona, por así decirlo, para que el alma se goce en el conocimiento y en el amor de las Tres Divinas Personas que inhabitan en ella. Hay, entonces, por parte de la Trinidad, como un abandono de sí y una invitación al alma a gozar amigablemente de la presencia del amigo, es decir, de la Presencia de Dios Trinidad, que ha considerado al alma como a su amigo por la gracia. Es lo que enseña Santo Tomás, quien dice así: “no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente podemos usar y disfrutar”. Este efecto, el “usar y disfrutar” -de la amistad de las Tres Divinas Personas, se entiende-, que existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador, que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que ha dejado en el alma el acto creador, porque reproduce rasgos más particulares de las Personas Divinas, por la ley de la apropiación, por ejemplo: el don de sabiduría, que nos hace conocer a Dios, como Dios se conoce a Sí mismo, es propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar a Dios, como Dios se ama a Sí mismo, es propiamente representativo del Espíritu Santo. Es decir, por el don de la Sabiduría, conocemos a Dios como Dios se conoce a Sí mismo; por el don de caridad, el alma ama a Dios como Dios se ama a Sí mismo. Y por la Sabiduría y la Caridad conocemos al Padre, que es la Persona Primera de la Trinidad, Principio sin Principio de la Sabiduría y de la Caridad, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la inhabitación de la Trinidad entonces, conocemos al Padre en el Hijo y lo amamos en el Amor del Espíritu Santo.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, gracia santificante que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 



[1] Cfr. https://www.mercaba.org/FICHAS/iveargentina/INHABITACION.htm#:~:text=La%20inhabitaci%C3%B3n%20trinitaria%20es%20la,de%20fe%20divina%20y%20cat%C3%B3lica.&text=Guarda%20el%20buen%20dep%C3%B3sito%20por,(2Tim%201%2C14).   El valor teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica. El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes, por ejemplo: Si alguno me ama... mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos mansión (Jn 14,23); Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Co 3,16-17); ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? (1Co 6,19); Vosotros sois templo de Dios vivo (2Co 6,16);  Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim 1,14). Cfr. también Rom 8,9-11. En el Magisterio encontramos entre otros testimonios: Pío XII, en la Mystici Corporis: “Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural” (D-H, 3814). El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas: la inhabitación es un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.

 

sábado, 8 de junio de 2024

“Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”

 


(Domingo X - TO - Ciclo B – 2024)

En este Evangelio, en un primer momento, Jesús hace una severa advertencia acerca de lo peligroso que resulta para el alma el pecado contra el Espíritu Santo: es de una gravedad tal, que “no será perdonado ni en esta vida ni en la otra”. ¿En qué consiste este pecado? En atribuir malicia a Dios, o bondad, propia de Dios, al demonio. Por ejemplo, cuando se produce un verdadero milagro, atribuir ese milagro a Satanás, o a sus representantes, como San La Muerte, el Gauchito Gil, la Difunta Correa, eso es un pecado contra el Espíritu Santo, porque es atribuir bondad a quien solo puede brindar odio y maldad; también en el caso opuesto, cuando sucede una desgracia, como por ejemplo, la muerte de un ser querido, atribuirla a Dios, como si Dios quisiera vengarse de nosotros por algún motivo, eso también es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es incapaz de hacer el mal -aunque sí pueda tolerarlo, en vistas a un bien mayor-, según el Libro de la Sabiduría: “Dios no creó la muerte (…) la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y el pecado del hombre”. Entonces, atribuir a Dios una desgracia, un mal, una acción malvada o perversa, eso también es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es incapaz de hacer el mal. El cristiano debe estar muy atento a no cometer este grave pecado, que tiene severas consecuencias, en esta vida y en la otra.

El otro aspecto a considerar en este Evangelio es la llamativa frase con la que Jesús responde cuando le avisan que la Virgen, su Madre, y sus primos, lo hacen llamar, ya que quieren verlo. En efecto, Jesús dice así: “El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50). Entonces Jesús, rodeado de discípulos, está predicando la Palabra de Dios y en medio de su prédica, le avisan que “su madre y sus parientes”, están afuera, esperándolo y quieren verlo y hablar con Él: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús, en vez de decir que los irá a ver, responde sin embargo de manera enigmática, como dando a entender que su familia biológica pasa a un segundo plano, dando a entender que su familia biológica ha sido reemplazada por otra cosa: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (…) Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Es decir, con esta respuesta, Jesús pareciera dar a entender que su familia biológica –su Madre, la Virgen, y sus “hermanos”, que son sus primos en realidad-, pasa a un segundo plano, puesto que antepone a ellos a “todo el que hace la voluntad de su Padre”. Según esta respuesta, la familia de Jesús ya no es su familia biológica, sino cualquiera que haga la voluntad de su Padre. Sin embargo, esto no es así, no es verdad que Jesús deje de lado a su familia biológica –muchísimo menos a su Madre, la Virgen-: lo que sucede es que Jesús está revelando la creación, de parte suya, de una nueva familia, de una nueva forma de ser de familia, distinta a la familia hasta ahora conocida por los hombres y es la familia de los hijos de Dios, congregados en la Iglesia, y esta familia nueva, a diferencia de la familia biológica, que está unida por lazos de sangre, la nueva familia de Jesús está unida por un lazo infinitamente más fuerte que los lazos biológicos, y es el lazo del Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Él y el Padre, que uniendo a los hombres en Cristo, los plenifica con el Amor de Dios y es el Amor de Dios, el que lleva a cumplir la voluntad de Dios, que siempre es santa, benigna y amabilísima. Esta familia está formada por todos los que hemos recibido el Bautismo Sacramental; al ser bautizados, todos pasamos a ser hijos adoptivos de Dios Padre; todos pasamos a ser hijos adoptivos de la Virgen Madre; todos pasamos a ser Hermanos de Jesús, el Hijo de Dios y todos comenzamos a ser hermanos en Cristo Jesús, hermanados por un lazo de unión infinitamente más fuerte que el lazo biológico o de sangre y es el lazo de la gracia santificante. Todos los católicos somos hermanos en Cristo, hijos del Eterno Padre, hijos de la Virgen Madre y formamos la Nueva Familia de los hijos de Dios, adoptados por la gracia santificante, y esta familia se caracteriza por cumplir la Divina Voluntad, no por obligación, ni por miedo, sino por amor, porque es el Amor de Dios, el Divino Amor, el Espíritu Santo, el que nos hace hermanos en Cristo Jesús. Ésa es la razón por la cual Jesús dice que “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Ahora bien, esto no significa que Jesús deje de lado, o haga pasar a un segundo plano a su familia biológica, y mucho menos a su Madre amantísima, la Virgen, por cuanto Ella es modelo perfectísimo de cumplimiento de la voluntad de Dios, y por partida doble: por ser Madre biológica de Jesús, y por ser la Madre celestial de los hijos adoptivos de Dios, es decir, de la Nueva Familia de Jesús, sus hermanos, adoptados por María Santísima al pie de la cruz.

La Virgen es la primera en cumplir la voluntad de su Padre, con su “Fiat” a la Encarnación y con su amoroso y perfectísimo cumplimiento de su rol materno, encargado por Dios Padre. La Virgen es así doble ejemplo de familia de Jesucristo unida en el amor al cumplimiento del Padre: por ser su Madre biológica, y por ser la Primera que cumple, de modo admirabilísimo y perfectísimo, la voluntad de Dios Padre, que es el ofrecimiento de todo el ser, para ser partícipes de su plan de salvación del género humano. “Hacer la voluntad del Padre” es lo que hace la Virgen al pie de la cruz en el Calvario: es ofrecerse, en Cristo, por Cristo, con Cristo, al Padre, en el Amor del Espíritu Santo, como víctimas en la Víctima, para la salvación de nuestros hermanos; es ser corredentores con el Redentor de los hombres y esto lo podemos hacer en cada Santa Misa, porque cada Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz.

“El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por haber recibido la gracia santificante en el bautismo, formamos parte de la Familia de Jesús: somos hijos adoptivos de Dios Padre y hermanos de Jesús, y si queremos cumplir la voluntad de Dios, contemplemos a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, Aquella que, movida por el Amor del Espíritu Santo, que inhabita en su Inmaculado Corazón, dice “Fiat” a la voluntad amabilísima de Dios.