(Domingo
X - TO - Ciclo B – 2024)
En
este Evangelio, en un primer momento, Jesús hace una severa advertencia acerca
de lo peligroso que resulta para el alma el pecado contra el Espíritu Santo: es
de una gravedad tal, que “no será perdonado ni en esta vida ni en la otra”. ¿En
qué consiste este pecado? En atribuir malicia a Dios, o bondad, propia de Dios,
al demonio. Por ejemplo, cuando se produce un verdadero milagro, atribuir ese
milagro a Satanás, o a sus representantes, como San La Muerte, el Gauchito Gil,
la Difunta Correa, eso es un pecado contra el Espíritu Santo, porque es
atribuir bondad a quien solo puede brindar odio y maldad; también en el caso
opuesto, cuando sucede una desgracia, como por ejemplo, la muerte de un ser
querido, atribuirla a Dios, como si Dios quisiera vengarse de nosotros por
algún motivo, eso también es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es
incapaz de hacer el mal -aunque sí pueda tolerarlo, en vistas a un bien mayor-,
según el Libro de la Sabiduría: “Dios no creó la muerte (…) la muerte entró en
el mundo por la envidia del diablo y el pecado del hombre”. Entonces, atribuir
a Dios una desgracia, un mal, una acción malvada o perversa, eso también es un
pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es incapaz de hacer el mal. El cristiano
debe estar muy atento a no cometer este grave pecado, que tiene severas
consecuencias, en esta vida y en la otra.
El
otro aspecto a considerar en este Evangelio es la llamativa frase con la que
Jesús responde cuando le avisan que la Virgen, su Madre, y sus primos, lo hacen
llamar, ya que quieren verlo. En efecto, Jesús dice así: “El que hace la
voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50). Entonces Jesús, rodeado
de discípulos, está predicando la Palabra de Dios y en medio de su prédica, le
avisan que “su madre y sus parientes”, están afuera, esperándolo y quieren
verlo y hablar con Él: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren
hablarte”. Jesús, en vez de decir que los irá a ver, responde sin embargo de
manera enigmática, como dando a entender que su familia biológica pasa a un
segundo plano, dando a entender que su familia biológica ha sido reemplazada
por otra cosa: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (…) Todo el que
hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi
hermana y mi madre”. Es decir, con esta respuesta, Jesús pareciera dar a
entender que su familia biológica –su Madre, la Virgen, y sus “hermanos”, que
son sus primos en realidad-, pasa a un segundo plano, puesto que antepone a
ellos a “todo el que hace la voluntad de su Padre”. Según esta respuesta, la
familia de Jesús ya no es su familia biológica, sino cualquiera que haga la
voluntad de su Padre. Sin embargo, esto no es así, no es verdad que Jesús deje
de lado a su familia biológica –muchísimo menos a su Madre, la Virgen-: lo que
sucede es que Jesús está revelando la creación, de parte suya, de una nueva
familia, de una nueva forma de ser de familia, distinta a la familia hasta
ahora conocida por los hombres y es la familia de los hijos de Dios,
congregados en la Iglesia, y esta familia nueva, a diferencia de la familia
biológica, que está unida por lazos de sangre, la nueva familia de Jesús está
unida por un lazo infinitamente más fuerte que los lazos biológicos, y es el
lazo del Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Él y el Padre, que uniendo
a los hombres en Cristo, los plenifica con el Amor de Dios y es el Amor de
Dios, el que lleva a cumplir la voluntad de Dios, que siempre es santa, benigna
y amabilísima. Esta familia está formada por todos los que hemos recibido el
Bautismo Sacramental; al ser bautizados, todos pasamos a ser hijos adoptivos de
Dios Padre; todos pasamos a ser hijos adoptivos de la Virgen Madre; todos
pasamos a ser Hermanos de Jesús, el Hijo de Dios y todos comenzamos a ser
hermanos en Cristo Jesús, hermanados por un lazo de unión infinitamente más fuerte
que el lazo biológico o de sangre y es el lazo de la gracia santificante. Todos
los católicos somos hermanos en Cristo, hijos del Eterno Padre, hijos de la
Virgen Madre y formamos la Nueva Familia de los hijos de Dios, adoptados por la
gracia santificante, y esta familia se caracteriza por cumplir la Divina
Voluntad, no por obligación, ni por miedo, sino por amor, porque es el Amor de
Dios, el Divino Amor, el Espíritu Santo, el que nos hace hermanos en Cristo
Jesús. Ésa es la razón por la cual Jesús dice que “Todo el que hace la voluntad
de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Ahora
bien, esto no significa que Jesús deje de lado, o haga pasar a un segundo plano
a su familia biológica, y mucho menos a su Madre amantísima, la Virgen, por
cuanto Ella es modelo perfectísimo de cumplimiento de la voluntad de Dios, y
por partida doble: por ser Madre biológica de Jesús, y por ser la Madre
celestial de los hijos adoptivos de Dios, es decir, de la Nueva Familia de
Jesús, sus hermanos, adoptados por María Santísima al pie de la cruz.
La
Virgen es la primera en cumplir la voluntad de su Padre, con su “Fiat” a la
Encarnación y con su amoroso y perfectísimo cumplimiento de su rol materno,
encargado por Dios Padre. La Virgen es así doble ejemplo de familia de
Jesucristo unida en el amor al cumplimiento del Padre: por ser su Madre
biológica, y por ser la Primera que cumple, de modo admirabilísimo y
perfectísimo, la voluntad de Dios Padre, que es el ofrecimiento de todo el ser,
para ser partícipes de su plan de salvación del género humano. “Hacer la
voluntad del Padre” es lo que hace la Virgen al pie de la cruz en el Calvario:
es ofrecerse, en Cristo, por Cristo, con Cristo, al Padre, en el Amor del Espíritu
Santo, como víctimas en la Víctima, para la salvación de nuestros hermanos; es
ser corredentores con el Redentor de los hombres y esto lo podemos hacer en
cada Santa Misa, porque cada Santa Misa es la renovación incruenta y
sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz.
“El
que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por
haber recibido la gracia santificante en el bautismo, formamos parte de la
Familia de Jesús: somos hijos adoptivos de Dios Padre y hermanos de Jesús, y si
queremos cumplir la voluntad de Dios, contemplemos a Nuestra Madre del cielo,
la Virgen, Aquella que, movida por el Amor del Espíritu Santo, que inhabita en
su Inmaculado Corazón, dice “Fiat” a la voluntad amabilísima de Dios.
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