sábado, 8 de junio de 2024

“Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”

 


(Domingo X - TO - Ciclo B – 2024)

En este Evangelio, en un primer momento, Jesús hace una severa advertencia acerca de lo peligroso que resulta para el alma el pecado contra el Espíritu Santo: es de una gravedad tal, que “no será perdonado ni en esta vida ni en la otra”. ¿En qué consiste este pecado? En atribuir malicia a Dios, o bondad, propia de Dios, al demonio. Por ejemplo, cuando se produce un verdadero milagro, atribuir ese milagro a Satanás, o a sus representantes, como San La Muerte, el Gauchito Gil, la Difunta Correa, eso es un pecado contra el Espíritu Santo, porque es atribuir bondad a quien solo puede brindar odio y maldad; también en el caso opuesto, cuando sucede una desgracia, como por ejemplo, la muerte de un ser querido, atribuirla a Dios, como si Dios quisiera vengarse de nosotros por algún motivo, eso también es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es incapaz de hacer el mal -aunque sí pueda tolerarlo, en vistas a un bien mayor-, según el Libro de la Sabiduría: “Dios no creó la muerte (…) la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y el pecado del hombre”. Entonces, atribuir a Dios una desgracia, un mal, una acción malvada o perversa, eso también es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Dios es incapaz de hacer el mal. El cristiano debe estar muy atento a no cometer este grave pecado, que tiene severas consecuencias, en esta vida y en la otra.

El otro aspecto a considerar en este Evangelio es la llamativa frase con la que Jesús responde cuando le avisan que la Virgen, su Madre, y sus primos, lo hacen llamar, ya que quieren verlo. En efecto, Jesús dice así: “El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50). Entonces Jesús, rodeado de discípulos, está predicando la Palabra de Dios y en medio de su prédica, le avisan que “su madre y sus parientes”, están afuera, esperándolo y quieren verlo y hablar con Él: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús, en vez de decir que los irá a ver, responde sin embargo de manera enigmática, como dando a entender que su familia biológica pasa a un segundo plano, dando a entender que su familia biológica ha sido reemplazada por otra cosa: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (…) Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Es decir, con esta respuesta, Jesús pareciera dar a entender que su familia biológica –su Madre, la Virgen, y sus “hermanos”, que son sus primos en realidad-, pasa a un segundo plano, puesto que antepone a ellos a “todo el que hace la voluntad de su Padre”. Según esta respuesta, la familia de Jesús ya no es su familia biológica, sino cualquiera que haga la voluntad de su Padre. Sin embargo, esto no es así, no es verdad que Jesús deje de lado a su familia biológica –muchísimo menos a su Madre, la Virgen-: lo que sucede es que Jesús está revelando la creación, de parte suya, de una nueva familia, de una nueva forma de ser de familia, distinta a la familia hasta ahora conocida por los hombres y es la familia de los hijos de Dios, congregados en la Iglesia, y esta familia nueva, a diferencia de la familia biológica, que está unida por lazos de sangre, la nueva familia de Jesús está unida por un lazo infinitamente más fuerte que los lazos biológicos, y es el lazo del Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Él y el Padre, que uniendo a los hombres en Cristo, los plenifica con el Amor de Dios y es el Amor de Dios, el que lleva a cumplir la voluntad de Dios, que siempre es santa, benigna y amabilísima. Esta familia está formada por todos los que hemos recibido el Bautismo Sacramental; al ser bautizados, todos pasamos a ser hijos adoptivos de Dios Padre; todos pasamos a ser hijos adoptivos de la Virgen Madre; todos pasamos a ser Hermanos de Jesús, el Hijo de Dios y todos comenzamos a ser hermanos en Cristo Jesús, hermanados por un lazo de unión infinitamente más fuerte que el lazo biológico o de sangre y es el lazo de la gracia santificante. Todos los católicos somos hermanos en Cristo, hijos del Eterno Padre, hijos de la Virgen Madre y formamos la Nueva Familia de los hijos de Dios, adoptados por la gracia santificante, y esta familia se caracteriza por cumplir la Divina Voluntad, no por obligación, ni por miedo, sino por amor, porque es el Amor de Dios, el Divino Amor, el Espíritu Santo, el que nos hace hermanos en Cristo Jesús. Ésa es la razón por la cual Jesús dice que “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Ahora bien, esto no significa que Jesús deje de lado, o haga pasar a un segundo plano a su familia biológica, y mucho menos a su Madre amantísima, la Virgen, por cuanto Ella es modelo perfectísimo de cumplimiento de la voluntad de Dios, y por partida doble: por ser Madre biológica de Jesús, y por ser la Madre celestial de los hijos adoptivos de Dios, es decir, de la Nueva Familia de Jesús, sus hermanos, adoptados por María Santísima al pie de la cruz.

La Virgen es la primera en cumplir la voluntad de su Padre, con su “Fiat” a la Encarnación y con su amoroso y perfectísimo cumplimiento de su rol materno, encargado por Dios Padre. La Virgen es así doble ejemplo de familia de Jesucristo unida en el amor al cumplimiento del Padre: por ser su Madre biológica, y por ser la Primera que cumple, de modo admirabilísimo y perfectísimo, la voluntad de Dios Padre, que es el ofrecimiento de todo el ser, para ser partícipes de su plan de salvación del género humano. “Hacer la voluntad del Padre” es lo que hace la Virgen al pie de la cruz en el Calvario: es ofrecerse, en Cristo, por Cristo, con Cristo, al Padre, en el Amor del Espíritu Santo, como víctimas en la Víctima, para la salvación de nuestros hermanos; es ser corredentores con el Redentor de los hombres y esto lo podemos hacer en cada Santa Misa, porque cada Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz.

“El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por haber recibido la gracia santificante en el bautismo, formamos parte de la Familia de Jesús: somos hijos adoptivos de Dios Padre y hermanos de Jesús, y si queremos cumplir la voluntad de Dios, contemplemos a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, Aquella que, movida por el Amor del Espíritu Santo, que inhabita en su Inmaculado Corazón, dice “Fiat” a la voluntad amabilísima de Dios.


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