jueves, 13 de junio de 2024

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 

(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)


(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza. Para poder entender esta parábola de Jesús, lo que debemos hacer es reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos naturales y sensibles son: una semilla de mostaza, la cual, en sus inicios, es pequeña; luego, al final de su desarrollo, se convierte en un árbol grande y frondoso; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza ya convertida en árbol. Una vez que tenemos los elementos naturales y sensibles, nos preguntamos qué es lo que representan cada uno de estos elementos, desde el punto de vista invisible y sobrenatural. Entonces, ¿qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, representa al alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, pero ya sin el pecado, y además tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, simboliza al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos decir que estos pájaros son tres -aunque no lo dice el Evangelio- y, por lo tanto, si son tres, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

Esto nos lleva entonces a hacer una breve consideración acerca de la inhabitación trinitaria, un concepto -y más que un concepto, una realidad, de la cual se extrae el concepto- que es único y exclusivo de la Iglesia Católica, según el cual Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, inhabita -in-habita, habita en, habita dentro de- en el corazón del alma que está en estado de gracia santificante[1], es decir, la inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios, gracia que nos comunican los sacramentos, lo cual a su vez nos lleva a comprender el porqué los santos y mártires preferían la muerte terrenal antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, antes que perder la gracia, porque comprendían que no hay nada más grandioso, majestuoso, maravilloso, hermoso, infinitamente incomprensible, que la inhabitación trinitaria, ya que es mucho más que vivir anticipadamente en la tierra como si se estuviera en el Cielo: muchísimo más que eso, porque Dios Trinidad, a Quien los cielos no pueden contener, debido a su infinita majestad, baja desde el Cielo, por así decirlo, en sus Tres Divinas Personas, para venir a inhabitar en el corazón del alma que las reciba en estado de gracia, con amor, con fe, con piedad, con devoción y con humildad, reconociendo ante todo su nada y su bajeza y su indignidad y la nada que ha hecho para merecer semejante regalo de su majestad divina, la Santísima Trinidad, que por medio de la Comunión del Cuerpo y Sangre del Hijo, en la Eucaristía, viene con Él el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, para unirnos, con el Hijo, en el Amor Divino, al Padre. Para el alma en gracia, la Santísima Trinidad se abandona, por así decirlo, para que el alma se goce en el conocimiento y en el amor de las Tres Divinas Personas que inhabitan en ella. Hay, entonces, por parte de la Trinidad, como un abandono de sí y una invitación al alma a gozar amigablemente de la presencia del amigo, es decir, de la Presencia de Dios Trinidad, que ha considerado al alma como a su amigo por la gracia. Es lo que enseña Santo Tomás, quien dice así: “no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente podemos usar y disfrutar”. Este efecto, el “usar y disfrutar” -de la amistad de las Tres Divinas Personas, se entiende-, que existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador, que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que ha dejado en el alma el acto creador, porque reproduce rasgos más particulares de las Personas Divinas, por la ley de la apropiación, por ejemplo: el don de sabiduría, que nos hace conocer a Dios, como Dios se conoce a Sí mismo, es propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar a Dios, como Dios se ama a Sí mismo, es propiamente representativo del Espíritu Santo. Es decir, por el don de la Sabiduría, conocemos a Dios como Dios se conoce a Sí mismo; por el don de caridad, el alma ama a Dios como Dios se ama a Sí mismo. Y por la Sabiduría y la Caridad conocemos al Padre, que es la Persona Primera de la Trinidad, Principio sin Principio de la Sabiduría y de la Caridad, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la inhabitación de la Trinidad entonces, conocemos al Padre en el Hijo y lo amamos en el Amor del Espíritu Santo.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, gracia santificante que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 



[1] Cfr. https://www.mercaba.org/FICHAS/iveargentina/INHABITACION.htm#:~:text=La%20inhabitaci%C3%B3n%20trinitaria%20es%20la,de%20fe%20divina%20y%20cat%C3%B3lica.&text=Guarda%20el%20buen%20dep%C3%B3sito%20por,(2Tim%201%2C14).   El valor teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica. El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes, por ejemplo: Si alguno me ama... mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos mansión (Jn 14,23); Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Co 3,16-17); ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? (1Co 6,19); Vosotros sois templo de Dios vivo (2Co 6,16);  Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim 1,14). Cfr. también Rom 8,9-11. En el Magisterio encontramos entre otros testimonios: Pío XII, en la Mystici Corporis: “Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural” (D-H, 3814). El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas: la inhabitación es un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.

 

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