(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)
(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)
“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al
Reino de Dios con una semilla de mostaza. Para poder entender esta parábola de
Jesús, lo que debemos hacer es reemplazar los elementos naturales y sensibles
de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos naturales
y sensibles son: una semilla de mostaza, la cual, en sus inicios, es pequeña;
luego, al final de su desarrollo, se convierte en un árbol grande y frondoso;
luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de
mostaza ya convertida en árbol. Una vez que tenemos los elementos naturales y sensibles,
nos preguntamos qué es lo que representan cada uno de estos elementos, desde el
punto de vista invisible y sobrenatural. Entonces, ¿qué representa cada imagen?
La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, representa al alma humana,
la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas
angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más
pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado;
la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, pero ya sin el
pecado, y además tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el
agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la
semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en
santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo,
porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, simboliza al alma que, por
la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del
cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros?
Podemos decir que estos pájaros son tres -aunque no lo dice el Evangelio- y, por lo
tanto, si son tres, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las
Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman
tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar,
a habitar, en el alma en gracia.
Esto nos lleva entonces a hacer una breve consideración
acerca de la inhabitación trinitaria, un concepto -y más que un concepto, una
realidad, de la cual se extrae el concepto- que es único y exclusivo de la
Iglesia Católica, según el cual Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en
Personas, inhabita -in-habita, habita en, habita dentro de- en el corazón del
alma que está en estado de gracia santificante[1], es
decir, la
inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del
que está en gracia de Dios, gracia que nos comunican los sacramentos,
lo cual a su vez nos lleva a comprender el porqué los santos y mártires
preferían la muerte terrenal antes de cometer un pecado mortal o venial
deliberado, antes que perder la gracia, porque comprendían que no hay nada más
grandioso, majestuoso, maravilloso, hermoso, infinitamente incomprensible, que
la inhabitación trinitaria, ya que es mucho más que vivir anticipadamente en la
tierra como si se estuviera en el Cielo: muchísimo más que eso, porque Dios
Trinidad, a Quien los cielos no pueden contener, debido a su infinita majestad,
baja desde el Cielo, por así decirlo, en sus Tres Divinas Personas, para venir
a inhabitar en el corazón del alma que las reciba en estado de gracia, con
amor, con fe, con piedad, con devoción y con humildad, reconociendo ante todo
su nada y su bajeza y su indignidad y la nada que ha hecho para merecer
semejante regalo de su majestad divina, la Santísima Trinidad, que por medio de
la Comunión del Cuerpo y Sangre del Hijo, en la Eucaristía, viene con Él el
Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, para unirnos, con el Hijo, en el Amor
Divino, al Padre. Para el alma en gracia, la Santísima Trinidad se abandona,
por así decirlo, para que el alma se goce en el conocimiento y en el amor de
las Tres Divinas Personas que inhabitan en ella. Hay, entonces, por parte de la
Trinidad, como un abandono de sí y una invitación al alma a gozar amigablemente
de la presencia del amigo, es decir, de la Presencia de Dios Trinidad, que ha considerado
al alma como a su amigo por la gracia. Es lo que enseña Santo Tomás, quien dice
así: “no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente
podemos usar y disfrutar”. Este efecto, el “usar y
disfrutar” -de la amistad de las Tres Divinas Personas, se entiende-, que
existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador,
que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que
ha dejado en el alma el acto creador, porque reproduce rasgos más particulares
de las Personas Divinas, por la ley de la apropiación, por ejemplo: el don de
sabiduría, que nos hace conocer a Dios, como Dios se conoce a Sí mismo, es
propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar
a Dios, como Dios se ama a Sí mismo, es propiamente representativo del Espíritu
Santo. Es decir, por el don de la Sabiduría, conocemos a Dios como Dios se
conoce a Sí mismo; por el don de caridad, el alma ama a Dios como Dios se ama a
Sí mismo. Y por la Sabiduría y la Caridad conocemos al Padre, que es la Persona
Primera de la Trinidad, Principio sin Principio de la Sabiduría y de la
Caridad, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la inhabitación de la Trinidad
entonces, conocemos al Padre en el Hijo y lo amamos en el Amor del Espíritu
Santo.
“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”.
Apreciemos entonces la gracia santificante, que nos comunican los sacramentos,
sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, gracia
santificante que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que
convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.
[1] Cfr. https://www.mercaba.org/FICHAS/iveargentina/INHABITACION.htm#:~:text=La%20inhabitaci%C3%B3n%20trinitaria%20es%20la,de%20fe%20divina%20y%20cat%C3%B3lica.&text=Guarda%20el%20buen%20dep%C3%B3sito%20por,(2Tim%201%2C14).
El valor
teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica. El
testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las
promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes,
por ejemplo: Si alguno me ama... mi Padre le amará y vendremos
a él y en él haremos mansión (Jn 14,23); Dios es caridad,
y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1
Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois
vosotros (1Co 3,16-17); ¿O no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis
recibido de Dios? (1Co 6,19); Vosotros sois templo de
Dios vivo (2Co 6,16); Guarda el buen depósito por la
virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim
1,14). Cfr. también Rom 8,9-11. En el Magisterio encontramos entre otros
testimonios: Pío XII, en la Mystici Corporis:
“Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual,
mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar
con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas
Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en
las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el
conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente
sobrenatural” (D-H, 3814). El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo
Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas: la inhabitación es
un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.
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