(Domingo
XV - TO - Ciclo B – 2018)
“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos,
dándoles poder sobre los espíritus impuros” (cfr. Mc 6, 7-13). Nuestro Señor Jesucristo envía a sus discípulos a una
misión, pero no es una misión terrena, sino que se trata de una misión de
carácter divina, sobrenatural, celestial, porque los manda para que iluminen,
con la Palabra de Dios, las tinieblas preternaturales que cubren la faz de la tierra
desde la caída de Adán y Eva, según lo que comenta San Cirilo de Alejandría[1]. Dice así este santo, al
comentar este pasaje del Evangelio: “Nuestro Señor Jesucristo instituyó guías e
instructores para el mundo entero, y también “administradores de los misterios
de Dios” (1 Co 4, 1). Les mandó a brillar
y a iluminar como antorchas no solamente en el país de los judíos…, sino
también en todo lugar bajo el sol, para los hombres que viven sobre la faz de
la tierra (Mt 5, 14)”. Según San
Cirilo de Alejandría, Nuestro Señor Jesucristo envió a los Apóstoles tanto a
los judíos como sino a los paganos, lo cual quiere decir a todos los hombres de
la tierra, para que “brillaran como antorchas” y este “brillar como antorchas”
no es en un sentido metafórico, sino real de un modo espiritual, porque tanto en
la vida como en la realidad espiritual, allí donde no reina Jesucristo, reinan
las triples tinieblas espirituales: las tinieblas vivientes, los demonios -aquí
caben recordar las palabras del Padre Pío de Pietralcina, quien decía que si pudiéramos
ver con los ojos del cuerpo a los demonios que actualmente andan libres por
nuestro mundo, no seríamos capaces de ver la luz del sol, ya que es tanta la
cantidad de demonios, que cubrirían por completo los rayos del sol, produciendo
un eclipse solar que cubriría toda la faz de la tierra-; las tinieblas del
error, las tinieblas del pecado, y las tinieblas de la ignorancia y del
paganismo. Por esta razón, para que disipen con la luz de la Sabiduría divina, Nuestro
Señor envía a los Apóstoles, para que iluminen, con la luminosa y celestial doctrina
del Evangelio, a este mundo que yace “en tinieblas y en sombras de muerte”, las
tinieblas del pecado, del error y del Infierno. Porque no es otra cosa que
tinieblas y sombras de muerte la locura infernal deicida y suicida del hombre
de hoy, el pretender vivir sin Dios y contra Dios. No es otra cosa que
tinieblas y sombras de muerte pregonar como derechos humanos a la
contra-natura, al genocidio de niños por nacer -como penosamente sucede en
nuestro país, desde que se promulgó la ley del aborto decretando como “derecho
humano” asesinar al niño en el vientre de la madre, desde el infame gobierno
anterior-, a la ideología de género y a la doctrina de la guerra injusta -no a
las guerras justas, como la Guerra de Malvinas y la Guerra contra la subversión
marxista- como sacrificio ofrecido a Satanás.
También
hoy, como ayer, la Iglesia es enviada al mundo, pero no para paganizarse con
las ideas paganas del mundo, no para mundanizarse con la mundanidad
materialista y atea del mundo, sino para santificar y cristificar el mundo con
los Mandamientos de la Ley de Dios, con los Preceptos de la Iglesia santa y con
los Mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo dados en el Evangelio. Si ayer el
mundo yacía en las tinieblas del paganismo y los fueron Apóstoles los
encargados de derrotar esas tinieblas con la luz del Evangelio de Cristo, hoy
en día las tinieblas del neo-paganismo son más oscuras, más densas, más
siniestras que en los primeros tiempos de la Iglesia, porque antes no se
conocía a Cristo, Luz del mundo, en cambio hoy se lo conoce, se lo niega -como
hizo Europa públicamente, negando sus raíces cristianas-, se lo combate y se
pretende expulsarlo de la vida, la mente y los corazones de los hombres. Por
eso es que, si los Apóstoles fueron enviados a iluminar las tinieblas paganas,
hoy como Iglesia estamos llamados a continuar su tarea y, con la luz del Evangelio
de Jesús, luchar, combatir, derrotar y vencer para siempre a las tinieblas
vivientes, los ángeles caídos; estamos llamados a disipar a las tinieblas del
error, del neo-paganismo de la Nueva Era, del pecado, que todo lo invade, de la
ignorancia, del cisma y de la herejía; estamos llamados a dar el buen combate y
a dejar la vida terrena en el combate, si fuera necesario.
A propósito de la misión de los Doce, Continúa San Cirilo de
Alejandría: “(Los Apóstoles enviados por Jesús) deben llamar a los pecadores a
convertirse, sanar a los enfermos corporalmente y espiritualmente, en sus
funciones de administradores no buscar de ninguna manera a hacer su voluntad,
sino la voluntad de aquél que los había enviado, y finalmente, salvar al mundo
en la medida en que éste reciba las enseñanzas del Señor”. Aquí está entonces la
función para todo católico del siglo XXI: llamar a los pecadores a la
conversión –sin olvidar que nosotros mismos somos pecadores y que nosotros
mismos, en primer lugar, estamos llamados a la penitencia y a la conversión-;
sanar corporal y espiritualmente –obviamente, esto sucede cuando alguna persona
tiene el don, dado por Dios, de la sanación corporal y/o espiritual- y no hacer
de ninguna manera la propia voluntad, sino la voluntad de Dios en todo y ante
todo, voluntad que está expresada en los Diez Mandamientos, en los Preceptos de
la Iglesia y en los Mandamientos de Jesús en el Evangelio. Sólo así –llamando a
la conversión a los pecadores, comenzando por nosotros mismos; sanando de
cuerpo y alma a los prójimos si ése es el carisma dado y cumpliendo la santa
voluntad de Dios, podrá el mundo salvarse de la Ira de Dios. De otra manera, si
el mundo continúa como hasta hoy, haciendo oídos sordos y combatiendo a Dios y
a su Ley, el mundo no solo no se salvará, sino que perecerá en un holocausto de
fuego y azufre, preludios del lago de fuego que espera en la eternidad a
quienes no quieren cumplir en la tierra y en el tiempo la amorosa voluntad de
Dios Uno y Trino expresada en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
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