miércoles, 31 de julio de 2024

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna”


 

(Domingo XVIII - TO - Ciclo B - 2024)

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (Jn 6, 24-35). Jesús realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces y la multitud, habiendo saciado su apetito corporal y habiéndose dado cuenta del prodigio obrado por Jesús, comienza a buscarlo para proclamarlo como rey. Pero Jesús, que no ha venido desde el seno del Padre al seno de la Virgen Madre para encarnarse y cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, solamente para saciar el hambre corporal de la humanidad y mucho menos para ser coronado como rey de la tierra, no permite ser coronado por la multitud. El objetivo de la Encarnación del Verbo de Dios, de su ingreso desde la eternidad en el tiempo y en el espacio de la humanidad, es otro muy distinto: no es el de dar pan material ni carne de pescado, sino Pan de Vida Eterna y Carne de Cordero asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Sagrada Eucaristía, que es Él mismo, el Alimento celestial Vivo que contiene en Sí mismo la Vida divina de la Trinidad y comunica la Vida Eterna a quien lo consume en estado de gracia, con fe, con piedad y con amor. Mucho menos ha venido Jesús para ser coronado como rey terrenal, porque Él no necesita ser coronado rey por nadie, ya que Él es Rey de cielos y tierra desde toda la eternidad tanto por derecho propio, como por naturaleza y por conquista.

Jesús sabe que la muchedumbre no ha entendido que el signo de la multiplicación de panes y peces es únicamente el ser un anticipo y una pre-figuración de un prodigio infinitamente más grandioso, el de la multiplicación sacramental del Pan de Vida Eterna y de la Carde del Cordero de Dios, que es su Cuerpo y su Carne glorificados y ocultos en las especies eucarísticas. Jesús se da cuenta que la multitud quiere proclamarlo rey solo porque han satisfecho su apetito corporal, pero no por el signo en sí mismo, que es anticipo del Banquete celestial, el Banquete del Reino de los cielos, la Sagrada Eucaristía. Eso explica sus palabras, en las que corrige la intención de la muchedumbre: “Ustedes me buscan, pero no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”. Les dice claramente que quieren nombrarlo rey porque quieren asegurar sus provisiones, porque quieren asegurar sus estómagos, quieren asegurar que no van a pasar hambre corporal de ahora en adelante, pero no lo buscan porque llegaron a entrever la prefiguración del signo del Pan de Vida eterna, que alimenta esencialmente el alma con la substancia divina, con la substancia de la Trinidad. Lo buscan porque les sació el hambre del cuerpo, pero no porque hayan entendido que era un signo que anunciaba la Eucaristía.

Es verdad que el Hombre-Dios Jesucristo tiene la capacidad más que suficiente para terminar con el hambre de toda la humanidad de todos los tiempos en menos de un segundo, porque es Dios, pero ese no es su objetivo; eso lo deja Él como tarea para el hombre, para que el hombre demuestre su amor por su hermano, para que sea el hombre quien, en vez de dedicarse a oprimir con dictaduras comunistas a sus hermanos, se dedique a saciar el hambre de su hermano y así demuestre su solidaridad; Jesús quiere saciar un hambre que el hombre no puede saciar y es el hambre de Dios y ese hambre el hombre no lo puede saciar porque es un hambre infinita, es el hambre del espíritu, es hambre de Amor Divino, de paz, de justicia, de misericordia, de alegría verdadera, de gloria, de felicidad sin fin, es el hambre de Dios. Es un hambre que todo hombre que viene a este mundo la trae consigo, aunque crea o no crea en Dios y Dios la sacia con sobreabundancia con el Don de Sí mismo por medio del Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial, donado por el Padre en el peregrinar del Nuevo Pueblo de Dios hacia la Jerusalén celestial en el desierto de la vida; Dios sacia el hambre de Dios que posee el hombre mediante el Don de la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor. Es esta la razón por la que Jesús le dice a la muchedumbre -y nos dice a nosotros, por lo tanto, ya que sus palabras eternas atraviesan el tiempo y el espacio y llegan a todos los hombres-, que “trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento eterno”: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre”. Y ese “alimento que permanece hasta la vida eterna” no es otro que la Sagrada Eucaristía, el Verdadero Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo y es por esto que el llamado de Jesús es a trabajar en su Iglesia, la Única Iglesia de Jesús, la Iglesia Católica, por la Eucaristía y para la Eucaristía. De esta manera, Nuestro Señor Jesucristo eleva el alma del hombre, despegándola de su mirada puramente terrena, material, mundana, pasional, horizontal, en la que solo piensa en satisfacer su apetito corporal y a cambio le propone trabajar por el pan, sí, pero por un Pan que no es de la tierra sino del cielo, un Pan que da Vida, una Vida nueva, desconocida, porque es la Vida de la Trinidad, la Vida Divina de Dios Uno y Trino, la Vida del Cordero de Dios, un Pan que les dará Él, un Pan que es su Carne, un Pan que es Carne de Cordero, la Sagrada Eucaristía.

Y ahora sí, al final del diálogo, la multitud comienza a entender qué es lo que Jesús quiere decirles; entienden que deben trabajar no solo para ganar el pan el terreno, como dice el Génesis –“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, por eso la pereza es pecado mortal-, sino que ahora entienden que deben trabajar para obrar según la voluntad de Dios: “Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado”. Sin embargo, aunque están cerca de la verdad, todavía creen que el verdadero maná es el que comieron sus padres en el desierto; no están convencidos del Pan de Vida eterna que Jesús quiere darles y por eso le exigen obras a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. Los judíos creían erróneamente que el maná del desierto era el verdadero maná; esto le da ocasión a Jesús para revelarse y auto-proclamarse como Pan Vivo bajado del cielo, como el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre: “Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Jesús les dice que el signo que ellos piden es Él mismo; Él es el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre y que todo el que coma de ese Pan tendrá la Vida eterna”. Y es aquí cuando la multitud, iluminada por la gracia, entiende que hay un Pan, que no es el terreno, sino celestial, que da una vida nueva, que es la Vida eterna y ese Pan el que le pide a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les responde asegurándoles que siempre tendrán ese Pan, que es un Pan que da la Vida eterna y que ese Pan es Él en la Eucaristía y que el coma de ese Pan saciará por completo su hambre de Dios y la sed de Amor divino que hay en el alma de todo hombre: “Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.         Así como la muchedumbre del Evangelio entendió que lo importante en esta vida no es el pan que sacia el hambre del cuerpo, sino el Pan que sacia el hambre de Dios, el Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo que baja del cielo, la Sagrada Eucaristía, le digamos nosotros a Jesús: “Jesús, Pan de Vida Eterna, danos siempre el Pan Vivo bajado del cielo, tu Cuerpo y tu Sangre en la Eucaristía; que nunca nos falte el Pan del altar, la Sagrada Eucaristía, que satisface nuestra hambre de Dios y sacia nuestra sed del Divino Amor”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario