(Domingo XVIII - TO - Ciclo B -
2024)
“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el
que permanece hasta la Vida eterna” (Jn
6, 24-35). Jesús realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces y la
multitud, habiendo saciado su apetito corporal y habiéndose dado cuenta del prodigio
obrado por Jesús, comienza a buscarlo para proclamarlo como rey. Pero Jesús,
que no ha venido desde el seno del Padre al seno de la Virgen Madre para
encarnarse y cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, solamente
para saciar el hambre corporal de la humanidad y mucho menos para ser coronado
como rey de la tierra, no permite ser coronado por la multitud. El objetivo de
la Encarnación del Verbo de Dios, de su ingreso desde la eternidad en el tiempo
y en el espacio de la humanidad, es otro muy distinto: no es el de dar pan
material ni carne de pescado, sino Pan de Vida Eterna y Carne de Cordero asada
en el Fuego del Espíritu Santo, la Sagrada Eucaristía, que es Él mismo, el
Alimento celestial Vivo que contiene en Sí mismo la Vida divina de la Trinidad
y comunica la Vida Eterna a quien lo consume en estado de gracia, con fe, con piedad
y con amor. Mucho menos ha venido Jesús para ser coronado como rey terrenal,
porque Él no necesita ser coronado rey por nadie, ya que Él es Rey de cielos y
tierra desde toda la eternidad tanto por derecho propio, como por naturaleza y
por conquista.
Jesús sabe que la muchedumbre no ha entendido que el
signo de la multiplicación de panes y peces es únicamente el ser un anticipo y una
pre-figuración de un prodigio infinitamente más grandioso, el de la
multiplicación sacramental del Pan de Vida Eterna y de la Carde del Cordero de
Dios, que es su Cuerpo y su Carne glorificados y ocultos en las especies
eucarísticas. Jesús se da cuenta que la multitud quiere proclamarlo rey solo
porque han satisfecho su apetito corporal, pero no por el signo en sí mismo,
que es anticipo del Banquete celestial, el Banquete del Reino de los cielos, la
Sagrada Eucaristía. Eso explica sus palabras, en las que corrige la intención
de la muchedumbre: “Ustedes me buscan, pero no porque vieron signos, sino
porque han comido pan hasta saciarse”. Les dice claramente que quieren
nombrarlo rey porque quieren asegurar sus provisiones, porque quieren asegurar
sus estómagos, quieren asegurar que no van a pasar hambre corporal de ahora en
adelante, pero no lo buscan porque llegaron a entrever la prefiguración del
signo del Pan de Vida eterna, que alimenta esencialmente el alma con la
substancia divina, con la substancia de la Trinidad. Lo buscan porque les sació
el hambre del cuerpo, pero no porque hayan entendido que era un signo que
anunciaba la Eucaristía.
Es verdad que el Hombre-Dios Jesucristo tiene la
capacidad más que suficiente para terminar con el hambre de toda la humanidad
de todos los tiempos en menos de un segundo, porque es Dios, pero ese no es su
objetivo; eso lo deja Él como tarea para el hombre, para que el hombre
demuestre su amor por su hermano, para que sea el hombre quien, en vez de
dedicarse a oprimir con dictaduras comunistas a sus hermanos, se dedique a
saciar el hambre de su hermano y así demuestre su solidaridad; Jesús quiere
saciar un hambre que el hombre no puede saciar y es el hambre de Dios y ese
hambre el hombre no lo puede saciar porque es un hambre infinita, es el hambre
del espíritu, es hambre de Amor Divino, de paz, de justicia, de misericordia,
de alegría verdadera, de gloria, de felicidad sin fin, es el hambre de Dios. Es
un hambre que todo hombre que viene a este mundo la trae consigo, aunque crea o
no crea en Dios y Dios la sacia con sobreabundancia con el Don de Sí mismo por
medio del Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná
celestial, donado por el Padre en el peregrinar del Nuevo Pueblo de Dios hacia
la Jerusalén celestial en el desierto de la vida; Dios sacia el hambre de Dios
que posee el hombre mediante el Don de la Carne del Cordero de Dios, asada en
el Fuego del Espíritu Santo, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto
en las llamas del Divino Amor. Es esta la razón por la que Jesús le dice a la
muchedumbre -y nos dice a nosotros, por lo tanto, ya que sus palabras eternas
atraviesan el tiempo y el espacio y llegan a todos los hombres-, que “trabajen,
no por el alimento que perece, sino por el alimento eterno”: “Trabajen, no por
el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que
les dará el Hijo del hombre”. Y ese “alimento que permanece hasta la vida
eterna” no es otro que la Sagrada Eucaristía, el Verdadero Maná celestial, el
Pan Vivo bajado del cielo y es por esto que el llamado de Jesús es a trabajar en
su Iglesia, la Única Iglesia de Jesús, la Iglesia Católica, por la Eucaristía y
para la Eucaristía. De esta manera, Nuestro Señor Jesucristo eleva el alma del
hombre, despegándola de su mirada puramente terrena, material, mundana,
pasional, horizontal, en la que solo piensa en satisfacer su apetito corporal y
a cambio le propone trabajar por el pan, sí, pero por un Pan que no es de la
tierra sino del cielo, un Pan que da Vida, una Vida nueva, desconocida, porque
es la Vida de la Trinidad, la Vida Divina de Dios Uno y Trino, la Vida del
Cordero de Dios, un Pan que les dará Él, un Pan que es su Carne, un Pan que es
Carne de Cordero, la Sagrada Eucaristía.
Y ahora sí, al final del diálogo, la multitud comienza
a entender qué es lo que Jesús quiere decirles; entienden que deben trabajar no
solo para ganar el pan el terreno, como dice el Génesis –“Ganarás el pan con el
sudor de tu frente”, por eso la pereza es pecado mortal-, sino que ahora entienden
que deben trabajar para obrar según la voluntad de Dios: “Ellos le preguntaron:
“¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La
obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado”. Sin embargo, aunque
están cerca de la verdad, todavía creen que el verdadero maná es el que
comieron sus padres en el desierto; no están convencidos del Pan de Vida eterna
que Jesús quiere darles y por eso le exigen obras a Jesús: “¿Qué signos haces
para que veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. Los
judíos creían erróneamente que el maná del desierto era el verdadero maná; esto
le da ocasión a Jesús para revelarse y auto-proclamarse como Pan Vivo bajado
del cielo, como el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre:
“Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del
cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el
que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Jesús les dice que el signo que
ellos piden es Él mismo; Él es el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por
el Padre y que todo el que coma de ese Pan tendrá la Vida eterna”. Y es aquí
cuando la multitud, iluminada por la gracia, entiende que hay un Pan, que no es
el terreno, sino celestial, que da una vida nueva, que es la Vida eterna y ese
Pan el que le pide a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les responde
asegurándoles que siempre tendrán ese Pan, que es un Pan que da la Vida eterna y
que ese Pan es Él en la Eucaristía y que el coma de ese Pan saciará por
completo su hambre de Dios y la sed de Amor divino que hay en el alma de todo
hombre: “Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás
tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Así como la muchedumbre del Evangelio entendió que lo
importante en esta vida no es el pan que sacia el hambre del cuerpo, sino el Pan
que sacia el hambre de Dios, el Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo que baja del
cielo, la Sagrada Eucaristía, le digamos nosotros a Jesús: “Jesús, Pan de Vida
Eterna, danos siempre el Pan Vivo bajado del cielo, tu Cuerpo y tu Sangre en la
Eucaristía; que nunca nos falte el Pan del altar, la Sagrada Eucaristía, que satisface
nuestra hambre de Dios y sacia nuestra sed del Divino Amor”.
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