(Domingo XVII - TO - Ciclo B –
2024)
“Jesús multiplicó panes y peces” (cfr. Jn 6, 1-15). Luego de una larga jornada
de predicación por parte de Jesús, Él mismo se percata de la situación en la que
se encuentra la multitud: han pasado horas escuchándolo atentamente y luego de
hacerlo, experimentan, como le sucede a todo ser humano, hambre, es decir,
necesidad fisiológica de alimentar el cuerpo. Ya se habían alimentado en el
espíritu con la Palabra de Dios pronunciada por Jesús, pero como el ser humano
está compuesto por cuerpo y alma, además de alimentar el alma con la Sabiduría
Divina, el hombre necesita alimentar el cuerpo. Viendo esta situación, Jesús se
compadece de la muchedumbre hambrienta y procede a realizar uno de sus más
grandes milagros públicos, la multiplicación de panes y peces.
Esta multiplicación milagrosa de panes
y peces es el anticipo, la prefiguración, el preanuncio, de otro milagro, en el
que el mismo Señor Jesucristo no hará una multiplicación de alimentos
corporales, como carne de pescado y pan de trigo, que es en sí mismo un
alimento inerte y este milagro es la multiplicación sacramental de la Carne del
Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo y del Pan de Vida eterna,
un alimento vivo, que tiene vida en Sí mismo, porque es la Vida Eterna en Sí
misma y es con este alimento celestial con el cual Nuestro Señor Jesucristo alimenta
las almas.
En el milagro de la multiplicación de panes y peces,
Jesús crea de la nada la materia, es decir, los átomos y las moléculas, que
forman la estructura material orgánica de la carne de pescado y del pan de
trigo; en el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su
Sangre, esas mismas moléculas materiales del pan y del vino se convierten en su
substancia divina y en la materialidad glorificada de su Cuerpo resucitado y
glorificado, quedando al mismo tiempo los átomos y las moléculas de la
materialidad que constituyen los accidentes del pan y del vino, como el sabor,
el color, el aroma, el peso, etc.
Entonces, si en la multiplicación de panes y peces
Jesús dona su poder divino para saciar el hambre corporal de una multitud, esto
solo es el anticipo y la pre-figuración del Milagro de los milagros, la
donación de Sí Mismo, de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Santísimo
Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía, para alimentar el alma de miles de
millones de almas a lo largo del tiempo y del espacio, por medio de la Iglesia
y del sacerdocio ministerial.
Si nos asombra el milagro de la multiplicación de panes
y peces y además nos conmueve la compasión de Jesús para con la muchedumbre,
porque es para saciar su hambre corporal que realiza este prodigio, mucho más
debe asombrarnos y conmovernos la infinita Divina Misericordia demostrada para
con nosotros en cada Santa Misa, porque en el Altar Eucarístico Jesús no
multiplica alimento sin vida como carne de pescado y pan de trigo, sino el
Alimento de Vida Eterna, que comunica la Vida de la Trinidad, la Carne del
Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo y el Pan Vivo bajado del
Cielo, la Sagrada Eucaristía, para alimentar nuestras almas. Es por eso que
Jesús demuestra para con nosotros, cristianos del siglo XXI, al asistir a esta
Santa Misa, al multiplicar su Presencia Sacramental en la Eucaristía, un Amor
infinitamente más grande que el demostrado para con la multitud del Evangelio
en el momento de realizar aquel milagro de la multiplicación de panes y peces.
“Jesús multiplicó panes y peces (…) la multitud quedó
saciada (…) y decían: “Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al
mundo” y querían hacerlo rey”. Luego de recibir el milagro de la multiplicación
de panes y peces y de saciar su hambre corporal, la multitud percibe el
prodigio y aunque no considera aun a Jesús como al Hombre-Dios, le da el título
de “Profeta que debía venir al mundo” y por el solo hecho de haber saciado su
hambre corporal con un milagro asombroso, quiere proclamarlo rey. Pero como
Jesús no ha venido para saciar el hambre corporal, se retira y no permite esta
coronación mundana.
Ahora bien, tomando en cuenta la actitud de la
muchedumbre, nosotros debemos reflexionar cómo es nuestra actitud para con
Jesús: Jesús, como vimos, realiza para con nosotros un milagro infinitamente
más grande que el multiplicar un alimento sin vida como la carne de pescado y
el pan de trigo y es el de multiplicar la Carne del Cordero de Dios y el Pan Vivo
bajado del cielo, no para alimentar nuestros cuerpos -aunque ha habido santos que
se han alimentado exclusivamente de la Eucaristía durante años, sin probar
ningún alimento material- sino nuestras almas y muestra para con nosotros un
Amor infinitamente más grande que el demostrado para con la muchedumbre del
Evangelio y si esto es así: ¿obramos como la muchedumbre del Evangelio,
proclamando a Jesús como Rey de nuestros corazones, de nuestras familias, de
nuestra Patria? ¿O acaso el Don de su Sagrado Corazón Eucarístico, en el que
Jesús se dona a Sí mismo con todo el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo,
es para nosotros casi igual a nada, porque nuestras comuniones son comuniones
mecánicas, frías, indiferentes, equivalentes a consumir un pedacito de pan
bendecido y nada más?
Debemos reflexionar profundamente, no solo en el
milagro de la multiplicación de panes y peces y en la posterior reacción de la
multitud que pretender proclamar rey a Jesús, sino principalmente en el Milagro
de los milagros, la conversión del pan y del vino en la Carne del Cordero y en
el Pan Vivo bajado del cielo y en nuestra reacción: ¿proclamamos a Jesús como a
Nuestro Único Rey y Señor de nuestros corazones, de nuestras familias y de
nuestra Patria, por este Milagro asombroso de la Sagrada Eucaristía, el Milagro
de los milagros, un milagro infinitamente más grandioso que multiplicar un pan
sin vida y una carne inerte de pescado, porque multiplica su Presencia
Sacramental en la Eucaristía, para concedernos la Vida divina de su Sagrado
Corazón Eucarístico? ¿Proclamamos a Jesús Eucaristía como el Rey de nuestros
corazones, porque Jesús se nos dona a Sí mismo en el Santísimo Sacramento del
altar?
Meditemos, reflexionemos, puesto que nos encontramos,
en cada Santa Misa, ante un milagro infinitamente más grande, no solo que el
milagro de la multiplicación de panes y peces, sino que el milagro de la
creación del universo visible e invisible, el Milagro de la conversión del pan
y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No podemos permanecer
escépticos, incrédulos, fríos e indiferentes, frente a esta manifestación de la
omnipotencia y de la Misericordia Divina para con nosotros, por parte del Rey
del universo, Cristo Jesús.
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