sábado, 27 de julio de 2024

“Jesús multiplicó panes y peces”

 



(Domingo XVII - TO - Ciclo B – 2024)

         “Jesús multiplicó panes y peces” (cfr. Jn 6, 1-15). Luego de una larga jornada de predicación por parte de Jesús, Él mismo se percata de la situación en la que se encuentra la multitud: han pasado horas escuchándolo atentamente y luego de hacerlo, experimentan, como le sucede a todo ser humano, hambre, es decir, necesidad fisiológica de alimentar el cuerpo. Ya se habían alimentado en el espíritu con la Palabra de Dios pronunciada por Jesús, pero como el ser humano está compuesto por cuerpo y alma, además de alimentar el alma con la Sabiduría Divina, el hombre necesita alimentar el cuerpo. Viendo esta situación, Jesús se compadece de la muchedumbre hambrienta y procede a realizar uno de sus más grandes milagros públicos, la multiplicación de panes y peces.

         Esta multiplicación milagrosa de panes y peces es el anticipo, la prefiguración, el preanuncio, de otro milagro, en el que el mismo Señor Jesucristo no hará una multiplicación de alimentos corporales, como carne de pescado y pan de trigo, que es en sí mismo un alimento inerte y este milagro es la multiplicación sacramental de la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo y del Pan de Vida eterna, un alimento vivo, que tiene vida en Sí mismo, porque es la Vida Eterna en Sí misma y es con este alimento celestial con el cual Nuestro Señor Jesucristo alimenta las almas.

En el milagro de la multiplicación de panes y peces, Jesús crea de la nada la materia, es decir, los átomos y las moléculas, que forman la estructura material orgánica de la carne de pescado y del pan de trigo; en el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, esas mismas moléculas materiales del pan y del vino se convierten en su substancia divina y en la materialidad glorificada de su Cuerpo resucitado y glorificado, quedando al mismo tiempo los átomos y las moléculas de la materialidad que constituyen los accidentes del pan y del vino, como el sabor, el color, el aroma, el peso, etc.

Entonces, si en la multiplicación de panes y peces Jesús dona su poder divino para saciar el hambre corporal de una multitud, esto solo es el anticipo y la pre-figuración del Milagro de los milagros, la donación de Sí Mismo, de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Santísimo Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía, para alimentar el alma de miles de millones de almas a lo largo del tiempo y del espacio, por medio de la Iglesia y del sacerdocio ministerial.

Si nos asombra el milagro de la multiplicación de panes y peces y además nos conmueve la compasión de Jesús para con la muchedumbre, porque es para saciar su hambre corporal que realiza este prodigio, mucho más debe asombrarnos y conmovernos la infinita Divina Misericordia demostrada para con nosotros en cada Santa Misa, porque en el Altar Eucarístico Jesús no multiplica alimento sin vida como carne de pescado y pan de trigo, sino el Alimento de Vida Eterna, que comunica la Vida de la Trinidad, la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo y el Pan Vivo bajado del Cielo, la Sagrada Eucaristía, para alimentar nuestras almas. Es por eso que Jesús demuestra para con nosotros, cristianos del siglo XXI, al asistir a esta Santa Misa, al multiplicar su Presencia Sacramental en la Eucaristía, un Amor infinitamente más grande que el demostrado para con la multitud del Evangelio en el momento de realizar aquel milagro de la multiplicación de panes y peces.

“Jesús multiplicó panes y peces (…) la multitud quedó saciada (…) y decían: “Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo” y querían hacerlo rey”. Luego de recibir el milagro de la multiplicación de panes y peces y de saciar su hambre corporal, la multitud percibe el prodigio y aunque no considera aun a Jesús como al Hombre-Dios, le da el título de “Profeta que debía venir al mundo” y por el solo hecho de haber saciado su hambre corporal con un milagro asombroso, quiere proclamarlo rey. Pero como Jesús no ha venido para saciar el hambre corporal, se retira y no permite esta coronación mundana.

Ahora bien, tomando en cuenta la actitud de la muchedumbre, nosotros debemos reflexionar cómo es nuestra actitud para con Jesús: Jesús, como vimos, realiza para con nosotros un milagro infinitamente más grande que el multiplicar un alimento sin vida como la carne de pescado y el pan de trigo y es el de multiplicar la Carne del Cordero de Dios y el Pan Vivo bajado del cielo, no para alimentar nuestros cuerpos -aunque ha habido santos que se han alimentado exclusivamente de la Eucaristía durante años, sin probar ningún alimento material- sino nuestras almas y muestra para con nosotros un Amor infinitamente más grande que el demostrado para con la muchedumbre del Evangelio y si esto es así: ¿obramos como la muchedumbre del Evangelio, proclamando a Jesús como Rey de nuestros corazones, de nuestras familias, de nuestra Patria? ¿O acaso el Don de su Sagrado Corazón Eucarístico, en el que Jesús se dona a Sí mismo con todo el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, es para nosotros casi igual a nada, porque nuestras comuniones son comuniones mecánicas, frías, indiferentes, equivalentes a consumir un pedacito de pan bendecido y nada más?

Debemos reflexionar profundamente, no solo en el milagro de la multiplicación de panes y peces y en la posterior reacción de la multitud que pretender proclamar rey a Jesús, sino principalmente en el Milagro de los milagros, la conversión del pan y del vino en la Carne del Cordero y en el Pan Vivo bajado del cielo y en nuestra reacción: ¿proclamamos a Jesús como a Nuestro Único Rey y Señor de nuestros corazones, de nuestras familias y de nuestra Patria, por este Milagro asombroso de la Sagrada Eucaristía, el Milagro de los milagros, un milagro infinitamente más grandioso que multiplicar un pan sin vida y una carne inerte de pescado, porque multiplica su Presencia Sacramental en la Eucaristía, para concedernos la Vida divina de su Sagrado Corazón Eucarístico? ¿Proclamamos a Jesús Eucaristía como el Rey de nuestros corazones, porque Jesús se nos dona a Sí mismo en el Santísimo Sacramento del altar?

Meditemos, reflexionemos, puesto que nos encontramos, en cada Santa Misa, ante un milagro infinitamente más grande, no solo que el milagro de la multiplicación de panes y peces, sino que el milagro de la creación del universo visible e invisible, el Milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No podemos permanecer escépticos, incrédulos, fríos e indiferentes, frente a esta manifestación de la omnipotencia y de la Misericordia Divina para con nosotros, por parte del Rey del universo, Cristo Jesús.

 

 


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