sábado, 8 de febrero de 2025

“¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!”


 

(Domingo V - TO - Ciclo C - 2025)

“¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” (Lc 5,1-11). En las lecturas y también en el Evangelio, hay un hilo conductor y es el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que comienza en los cielos, para finalizar también en los cielos, misterio que pasa por la tierra y se concreta en el misterio eucarístico. Toda la Liturgia de la Palabra se centra en la Eucaristía. En la primera lectura, el profeta Isaías es llevado a los cielos, en donde le sucede algo que representa a la Eucaristía; luego de lo cual, el profeta es enviado a predicar el misterio del Mesías que ha de venir a salvar al mundo, Mesías que es Jesucristo; en la segunda lectura, el Apóstol predica acerca del misterio pascual de muerte y resurrección, el mismo misterio que vio el profeta Isaías en los cielos y que él, como Apóstol de la Iglesia Católica, ahora predica por todo el mundo; finalmente, en el Evangelio, el milagro de la pesca, está prefigurado también el misterio de la Eucaristía.

En la primera lectura, el profeta Isaías describe una experiencia mística, en la cual es llevado a los cielos: allí ve a Dios “sentado en un trono excelso (…) con las orlas de su manto llenando el Templo”. El profeta describe también a uno de los coros angélicos, los serafines, los cuales entonan el cántico de triple adoración -como un anticipo de la revelación de la Trinidad de Personas en Dios-, el trisagio de alabanzas o triple cántico de santidad: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” Toda la tierra está llena de su gloria”. El profeta narra cómo el Templo “se llena de humo”, indicando con eso el incienso que se quema en honor a la Trinidad Santísima, sea en los cielos como en la tierra. Después de expresar su temor por haber visto con sus propios ojos al Dios de majestad infinita y porque lo ha visto él, que es un hombre de labios impuros que habita en medio de un pueblo de labios impuros -indicando con esto el pecado original que afecta a toda la humanidad-, el profeta describe una acción llevada a cabo por uno de los serafines, que prefigura la acción de la gracia sacramental por un lado y la recepción de la Eucaristía por otro. Isaías narra cómo un serafín vuela hacia él, tomando con una tenaza una brasa ardiente que había levantado previamente del altar del cielo; con esa brasa ardiente toca la boca del profeta y el serafín le dice: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Los labios impuros del profeta representan al pecado original y actual, como ya lo dijimos; la brasa ardiente que purifica los labios del profeta, representan a la gracia santificante que se comunica al alma por medio del Sacramento de la Confesión, que purifican al alma, así como el fuego purifica al oro de sus impurezas, aunque la brasa ardiente también representa a la misma Sagrada Eucaristía, por cuanto la Eucaristía se forja en el Horno Ardiente de caridad infinita que es el Sagrado Corazón de Jesús; por último, en el Templo del cielo hay un altar y aunque aquí no se lo diga, ese altar es el Altar del Cordero de Dios, porque en la Jerusalén celestial hay un único Templo, un único Altar y un único Cordero, Cristo Jesús, por lo que lo que se indica implícitamente en la lectura del Antiguo Testamento es que el serafín purifica los labios del profeta para que este pueda alimentarse del Cordero del Sacrificio, Cristo Jesús. Y esto es lo que sucede en los templos de la tierra, en los templos de la Iglesia Católica: la gracia santificante del Sacramento de la Confesión es la brasa ardiente que purifica al alma y la deja en condiciones de acercarse al Altar del Sacrificio para alimentarse de la Carne y la Sangre glorificadas del Cordero de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía. Por último, la experiencia mística del profeta en el cielo finaliza con el mismo Señor Dios preguntándose a Sí mismo, quién seria aquel que, en Nombre Suyo, iría por la tierra para dar a conocer estos sublimes misterios celestiales: “Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” -la pregunta es en plural, porque son las Tres Divinas Personas de la Trinidad, un solo Dios-. A cuya pregunta el profeta responde, ofreciéndose él mismo para ir como evangelizador de las naciones paganas: “¡Aquí estoy, envíame!”. Como vemos, entonces, la lectura del Antiguo Testamento, si bien en un sentido velado y prefigurado, se describe el misterio pascual de Jesucristo, que tiene a la Eucaristía como a su Fuente y a su Culmen, como a su punto de partida y a su punto de llegada y también tiene un sentido netamente misionero, evangelizador.

La segunda lectura también tiene un sentido eucarístico y misionero, porque el Apóstol describe la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y relata cómo “su gracia no fue estéril en él” y esta gracia le vino a él por medio de la Sagrada Eucaristía que se celebraba sin interrupción desde la Primera Misa, la Última Cena; el sentido misionero es explícito cuando dice que tanto él como los discípulos “predican lo mismo”, esto es, el misterio pascual de Jesucristo, centrado en el misterio eucarístico.

Por último, el Evangelio tiene también un claro sentido eucarístico y misionero, por cuanto el milagro de la pesca abundante es una prefiguración de la Eucaristía, porque la multiplicación de la carne de peces bajo el mandato de la voz de Jesús, prefigura y anticipa la multiplicación de otra carne, esta vez no de peces, sino de la Carne glorificada del Cordero de Dios, Cristo Jesús, no en el ámbito de las aguas del mar, sino en el Altar del Sacrificio, el Sagrado Altar Eucarístico, también por medio de la voz omnipotente del Sumo Sacerdote Jesucristo, Quien es el que convierte el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, la Sagrada Eucaristía. Y este milagro también tiene un claro sentido misionero y evangelizador, porque luego del milagro, tanto Pedro como los discípulos, luego de reconocer la divinidad de Jesús y de adorarlo, postrándose a sus pies, reciben el encargo de transmitir y comunicar a las naciones paganas y a los mismos judíos la Buena Noticia: “De ahora en adelante serás pescador de hombres”.

La Palabra de Dios nos revela entonces cómo el misterio eucarístico se origina en el Altar del Cielo y se prolonga en el Altar Eucarístico de la tierra y cómo el mismo Dios Trino en Persona busca de entre su Nuevo Pueblo Elegido quiénes quieran proclamar, con fervor misionero, a los cuatro vientos y desde las terrazas el misterio más grande jamás imaginado, la Sagrada Eucaristía.