(Domingo
VI - TO - Ciclo C - 2025)
“Bienaventurados
vosotros… ¡Ay de vosotros…!” (cfr. Lc 6, 17. 20-26). Jesús
pronuncia lo que podríamos denominar el “Sermón de las Bienaventuranzas y los
Ayes”: las bienaventuranzas son para algunos; los ayes o lamentaciones para
otros. Tenemos que preguntarnos entonces cuáles son estas bienaventuranzas y
cuáles son los ayes, para saber en qué grupo estamos. Algo que hay que tener en
cuenta al considerar tanto las bienaventuranzas como los ayes, es que estos se
comienzan a vivir en esta vida, es decir, son temporales, pero también pueden
constituir el estado eterno del alma, dependiendo del momento en el que alma se
encuentra en el momento de morir; esto quiere decir que si bien en esta vida
podemos pasar de un estado -bienaventuranza- al otro -ayes-, en la otra vida,
en la vida eterna, tanto las bienaventuranzas, como los ayes, son para siempre.
Comenzando
por las bienaventuranzas, para Jesús son bienaventurados los que participan de
su Cruz, de la Santa Cruz del Calvario. Así es como deben entenderse todas las
bienaventuranzas, a la luz de la Santa Cruz de Jesús. Por oposición, los ayes
se dan en quienes rechazan la cruz de Jesús.
Un
ejemplo es el de la pobreza de la bienaventuranza, que no es la misma pobreza
de la tierra, sino algo totalmente distinto, porque es la Pobreza de la Cruz. En
la primera bienaventuranza, Jesús dice: “Dichosos los pobres, porque vuestro es
el reino de Dios”: la pobreza de la que habla Jesús es ante todo la pobreza de
la Cruz. ¿Cuál es esa pobreza? En la Cruz, Jesús no posee nada material que sea
suyo: los clavos de hierro, el leño de la Cruz, el letrero que dice: “Jesús
Nazareno, Rey de los judíos”, son todos bienes prestados por Dios Padre para
que Jesús lleve a cabo la redención humana. También existe la Pobreza
espiritual de la Cruz y es la de sentirse necesitado de Dios, como lo hace
Jesús: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. La Pobreza de la Cruz es
material, como la de la tierra, pero ante todo es espiritual, porque es la
condición del espíritu humano que se siente necesitado de una sola cosa, de un
solo Ser y ese Ser es Dios Uno y Trino y a Él le confía su espíritu, no solo en
el momento de la muerte, sino en cada segundo de su existencia terrena.
Cada
bienaventuranza, entonces, debe leerse a la luz de la Cruz de Jesús: es
bienaventurado el cristiano que, con amor, piedad y devoción, participa de la
Santa Cruz de Jesús, porque la Cruz de Jesús es el Único Camino para llegar al
Cielo.
Pero
también los ayes deben interpretarse de acuerdo a la Cruz de Jesús, porque el “ay”
le corresponde al alma que, voluntariamente, rechaza la Cruz.
En
el primer “ay”, Jesús se refiere a los ricos, pero no se trata solamente de los
ricos materialmente hablando, sino de aquellos que, suficientes de sí mismos,
consideran que no tienen necesidad de Jesucristo, de su Cruz, de sus Sacramentos,
de su Iglesia.
Por
ejemplo, en el primer “ay”, Jesús dice: “Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!,
porque ya tenéis vuestro consuelo”. Jesús sí se refiere a la riqueza material,
pero solo a la riqueza material vivida de manera egoísta, porque no está mal el
ser rico materialmente hablando, si estas riquezas son adquiridas honradamente:
según Jesús, el rico puede salvarse siendo rico, con la condición de que
comparta su riqueza con los demás. Quien sea rico, pero al mismo tiempo avaro, egoísta,
no se llevará nada de su riqueza a la otra vida, en la vida eterna se verá con
las manos vacías y como su corazón estaba apegado a las riquezas, no tendrá
consuelo. Es a esta riqueza a la cual hace referencia en primer lugar Jesús,
aunque también habla de otra riqueza, la riqueza espiritual, la riqueza del que
lo tiene todo, aun sin tener nada materialmente hablando, porque tiene consigo la
riqueza que concede la gracia santificante y esa riqueza es incalculable, porque
por la gracia el alma participa de la vida y de la luz de la Trinidad y esto
significa que el alma en gracia es la más rica y valiosa del universo, porque está
iluminada por la luz de la Trinidad y porque las Personas de la Trinidad
inhabitan en ella. Y así vemos cómo el Nuevo Pueblo Elegido, los católicos,
repiten la misma historia del Pueblo Elegido, el de sustituir al Cordero de
Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía, Fuente Increada de la gracia santificante
y la Gracia Increada en Sí misma, por ídolos de barro, o de oro, porque
comparados con la Eucaristía, cualquier ídolo de oro puro vale menos que el barro.
La gracia y sobre todo la Fuente de la Gracia, Jesús Eucaristía, es la mayor
riqueza y quien deja pasar la gracia, quien deja pasar Eucaristía tras
Eucaristía, deja pasar la riqueza infinita del Amor de Dios y si así persiste
hasta la muerte, vivirá eternamente en el desconsuelo, por haber dilapidado el
tesoro de la gracia.
Al
reflexionar en el Sermón de las Bienaventuranzas y de los Ayes, debemos
considerar en cuál de ambos grupos estamos y, sobre todo, en cuál grupo
queremos estar por la eternidad, teniendo en cuenta que el grupo que elijamos,
bienaventuranzas o ayes, se comienza a vivir aquí en la tierra.
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