(Domingo XVIII - TO - Ciclo C- 2025)
“¿Para quién será lo que has acumulado?” (cfr. Lc 12,
13-21). En el Evangelio de hoy se plantean dos temas: el pecado de la avaricia,
que es la acumulación egoísta y desmedida de bienes materiales y el tema de la
muerte, no tanto el de la muerte en sí misma, sino en el vivir esta vida
terrena como si no existiera una vida eterna, un Juez al cual dar cuenta de
nuestros actos y un destino eterno, cielo e infierno, al cual habremos de ser
destinados según nuestras acciones libremente realizadas en esta vida. El
pecado de la avaricia se ve retratado en la construcción y acumulación
innecesaria, por parte del hombre de la parábola, de graneros y más graneros
-lo que equivaldría, en términos actuales, a vehículos, propiedades, bienes
raíces, campos, cuentas bancarias, etc.-, que van más allá de lo necesario para
el sustento cotidiano; después de acumular hasta el hartazgo, el hombre de la
parábola se felicita a sí mismo, dice el Evangelio, porque -y aquí está el
segundo error- supone que tiene “para bastantes años”; por el contrario, Dios,
lejos de felicitarlo por haber acumulado en vano tantas riquezas, lo llama
“insensato”: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo
que has acumulado?”[1].
Dios llama al hombre “insensato”, y según la Real Academia Española, un
sinónimo de “insensato” es “tonto”, “aquel que actúa de manera imprudente e
irreflexiva”, aquel que actúa sin usar lo que diferencia al hombre del animal,
la inteligencia. Es decir, lejos de felicitar al hombre por su conducta avara,
Dios lo reprocha en sus dos aspectos: por haber acumulado en forma avara y por
no haber pensado que podía morir esa misma noche, con lo cual todos esos bienes
acumulados no le servían para nada. Entonces, el reproche de Dios no va
dirigido a la sucesión de los bienes, aunque eso pudiera parecer en un primer
momento, porque Dios le dice: “Insensato, ¿para quién será lo que has
acumulado?”, pero no es la herencia de los bienes lo que le importa a Dios,
sino que lo que Dios le quiere hacer ver al alma es la inutilidad de acumular
bienes, porque los bienes materiales de esta vida, no se llevan a la otra. En
el ataúd no hay espacio más que para el cuerpo, y para la ropa que se lleva
puesta. Y si esa ropa luego será alimento para los gusanos, entonces no hay
nada, absolutamente nada que sea llevado de esta vida a la otra. Éste es el
sentido de la pregunta: “¿Para quién será lo que has acumulado?”: “¿Para qué
acumulas en esta vida, sino habrás de llevarte nada a la otra?”.
El otro aspecto del reproche
divino hacia el hombre de la parábola es el de no pensar en la muerte, en el
sentido de que esta vida terrena no es para siempre y que, tarde o temprano, en
el momento fijado por Dios desde la eternidad, cada uno de nosotros debemos de
atravesar el umbral de la muerte para ingresar en la eternidad. Tan cierta es
esta realidad, que esta vida terrena es solo una preparación para la muerte,
esta vida terrena, dicen los santos de la Iglesia Católica, es en realidad una
preparación para ingresar a la vida eterna, en el Reino de los cielos. Pero
sucede que si no nos preparamos para el Reino de los cielos, en el momento de
morir, al no estar preparados, indefectiblemente seremos arrojados al Reino de
las tinieblas, al Infierno eterno, que es la Segunda Muerte o Muerte Eterna o
Verdadera Muerte.
Como fruto envenenado de la
religión del Anticristo, la secta de la Nueva Era, la New Age o Conspiración de
Acuario, se han difundido, especialmente en el seno de la Iglesia Católica,
teorías falsas y anticristianas sobre la muerte y es por eso que no solo en las
falsas religiones, sino en el seno mismo de la Iglesia Católica, se difunden
toda clase de falsedades acerca de las postrimerías, es decir, acerca de la
muerte y del más allá. Se han introducido teorías sincretistas, budistas,
hinduistas, ocultistas, que mezclan al catolicismo con la reencarnación, la
migración de almas, la transmutación, la disolución en un cosmos impersonal,
etc., todas teorías absolutamente incompatibles con la Revelación de Jesucristo
y con el Dogma Católico. Por ejemplo, se cree, con absoluta liviandad, que la
muerte es una aventura de la cual se puede regresar, como en el caso de las
películas demoníacas de Harry Potter[2]. Dicho
sea de paso, en estos días se está llevando a cabo una producción de una serie
de Harry Potter por parte HBO y las críticas se basan en aspectos
superficiales, como por ejemplo, el aspecto de los actores, el uso de CGI o el
uso de tomas reales, el rechazo de la autora J. K. Rowling a la ideología LGBT
(lo cual está bien, dicho sea de paso) etc., cuando la verdadera crítica
debería ser que la serie no debería hacerse por ser satanismo explícito y por
inducir a la iniciación al ocultismo a generaciones enteras de niños y
adolescentes. Regresando al tema de las teorías anticristianas sobre la muerte,
todas estas son teorías falsas y engañosas, que buscan dar la idea de que no
hay un Dios que castigue las obras malas y premie a las buenas, y buscan así
tranquilizar las conciencias, porque si en la otra vida no hay ni premio ni
castigo, entonces en esta hay que hacer lo que se nos venga en gana, total,
nadie nos pedirá cuenta de nada.
Esto es
un gran engaño: hay un Dios que está esperando inmediatamente después de
traspasado el umbral de la muerte para juzgar al alma en lo que se cono como
“Juicio Particular”, en donde el alma recibe la justa sentencia merecida según
sus obras libremente realizadas en la vida terrena: si obró el bien, merecerá
el Cielo; si obró el mal, merecerá el Infierno y esto porque Dios es Justo
Juez, no puede dejar de premiar al bueno y de castigar al malo.
El alma no se disuelve en la
nada, ni es aniquilada, ni comienza a migrar en búsqueda de nuevos cuerpos para
comenzar a vivir una nueva vida en la tierra, como equivocadamente dice la
teoría de la reencarnación: el alma comparece inmediatamente ante Dios, apenas
se separa del cuerpo en el momento de la muerte y su destino es, o el Cielo, o
el Infierno, siendo el Purgatorio un destino temporal, por así decirlo, antes
de entrar en el Cielo.
Que el
infierno sea un lugar real y posible, nos lo dice Santa Teresa de Ávila, quien,
en vida, fue transportada por Dios al infierno, al lugar que estaba reservado
para ella. Dice así la Santa: “Después de haber pasado bastante tiempo en que
Dios me favorecía con grandes regalos, estando un día en oración me encontré,
sin saber cómo, metida dentro del infierno. Entendí que el Señor quería que
viese el lugar que se me tenía preparado por mis pecados. Todo ocurrió en un
instante pero, aunque viviere muchos años, nunca lo olvidaré. La entrada se
parecía a un callejón largo y estrecho como la entrada de un horno, baja,
oscura y angosta. El suelo era como de lodo que apestaba y repleto de alimañas.
La entrada terminaba en una concavidad en una pared, como un nicho. Allí fui
colocada a presión. Todo lo que vi era una delicia en comparación a lo que
sentí en aquel lugar. Sentí un fuego en el alma que no sé explicar cómo es.
Unos dolores corporales tan horrendos que no se pueden comparar con los que aquí
tenemos, a pesar de haber soportado yo muy dolorosas enfermedades. Al mismo
tiempo, vi que había de ser sin fin y sin ninguna interrupción. Pero todo eso
es nada, absolutamente nada, en comparación a la agonía del alma; una angustia,
una asfixia, una tristeza tan penetrante y atroz que no hay palabras para
expresarla. Decir que es como si siempre nos estuvieran arrancando el corazón,
es poco. Es como si el mismo corazón se deshiciera en pedazos, sin término ni
fin. Yo no veía quién me producía los dolores, pero sí sentía los tormentos. En
ese nauseabundo lugar no hay modo de sentarse ni de recostarse. En el agujero
en que estaba metida hasta la pared no había alivio alguno, pues hasta las
mismas paredes, que son horrendas, aprietan y todo ahoga. No hay luz sino
oscuras tinieblas. Yo no entiendo cómo puede ser esto que, sin haber luz, todo
lo que nos puede acongojar por la vista se ve. El Señor me hizo un gran favor
al mostrarme el lugar del cual me había librado por su misericordia. Pues una
cosa es imaginarlo y otra cosa verlo. La diferencia que existe entre los
dolores de esta tierra y los tormentos del infierno es la misma diferencia que
hay entre un dibujo y la realidad. Quedé tan espantada que, aunque ya pasaron
seis años desde eso aún ahora, al escribirlo, me tiembla todo el cuerpo. Desde
entonces todos los trabajos y dolores no me parecen nada. (…) Ruego a Dios que
no me deje de su mano pues ya he visto a dónde iré a parar. Que no lo permita
el Señor por ser Él quien es. Amén”[3].
Pero en la otra vida no sólo espera el fuego del
infierno: también espera el fuego del Amor de Dios, que envuelve al alma no
sólo sin provocarle dolor, sino llenándola de un gozo y de una alegría
indescriptibles. Nuestro Señor se le apareció a Santa Brígida, y Él permitió
que un santo, alguien que murió confesado, le dijera qué era lo que
experimentaba en el cielo. Dice así Santa Brígida: “Aparecióse a santa Brígida
un santo, y le dijo: Si por cada hora que en este mundo viví, hubiera yo
sufrido una muerte, y siempre hubiese vuelto a vivir nuevamente, jamás con todo
esto podría yo dar gracias a Dios por el amor con que me ha glorificado; porque
su alabanza nunca se aparta de mis labios, su gozo jamás se separa de mi alma,
nunca carece de gloria y de honra la vista, y el júbilo jamás cesa en mis
oídos”.
“Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién
será lo que has acumulado?”. Ninguno de los bienes materiales que acumulemos en
esta vida habremos de llevarnos a la otra vida, por lo tanto es inútil
acumularlos, pero sí debemos acumular tesoros espirituales, porque esos sí nos
serán de mucha utilidad, según las palabras de Jesús: “No os amontonéis tesoros
en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan
y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté
tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 19-21). Los tesoros
espirituales son las obras de misericordia, sean espirituales o corporales; los
tesoros espirituales son obras de caridad, de compasión, de piedad, de amor a
Dios y al prójimo; son horas de adoración al Santísimo y de oración del
Rosario; son rezos a los santos y a las almas del Purgatorio; los tesoros
espirituales son comuniones eucarísticas hechas con fervor, con piedad, con
amor y en estado de gracia y con sincero y profundo deseo de unión íntima en el
Amor del Espíritu Santo con el Sagrado Corazón de Jesús. Esos son los tesoros
que debemos acumular, y no las riquezas materiales, que de nada sirven para la
vida eterna.
“Donde
esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Que ahora, y en la hora de
nuestra muerte, nuestro tesoro sea la Santa Eucaristía, para que nuestro
corazón repose en ella; que nuestro tesoro sea la Divina Eucaristía, para que
cuando muramos, nuestro corazón sea abrasado en el horno ardiente del Amor del
Sagrado Corazón de Jesús.
[1] https://www.rae.es/diccionario-estudiante/insensato. insensato, ta
1. adj. Dicho
de persona: Que piensa o actúa de manera imprudente e irreflexiva. Un
conductor insensato se ha saltado el semáforo. Tb. m. y f. Es
una insensata, ¿a quién se le ocurre bañarse en un lago helado?
[2] Harry Potter satánico: http://www.nlbchapel.org/potter.htm
[3] Autobiografía.
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