martes, 29 de julio de 2025

“¿Para quién será lo que has acumulado?”



(Domingo XVIII - TO - Ciclo C- 2025)

            “¿Para quién será lo que has acumulado?” (cfr. Lc 12, 13-21). En el Evangelio de hoy se plantean dos temas: el pecado de la avaricia, que es la acumulación egoísta y desmedida de bienes materiales y el tema de la muerte, no tanto el de la muerte en sí misma, sino en el vivir esta vida terrena como si no existiera una vida eterna, un Juez al cual dar cuenta de nuestros actos y un destino eterno, cielo e infierno, al cual habremos de ser destinados según nuestras acciones libremente realizadas en esta vida. El pecado de la avaricia se ve retratado en la construcción y acumulación innecesaria, por parte del hombre de la parábola, de graneros y más graneros -lo que equivaldría, en términos actuales, a vehículos, propiedades, bienes raíces, campos, cuentas bancarias, etc.-, que van más allá de lo necesario para el sustento cotidiano; después de acumular hasta el hartazgo, el hombre de la parábola se felicita a sí mismo, dice el Evangelio, porque -y aquí está el segundo error- supone que tiene “para bastantes años”; por el contrario, Dios, lejos de felicitarlo por haber acumulado en vano tantas riquezas, lo llama “insensato”: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has acumulado?”[1]. Dios llama al hombre “insensato”, y según la Real Academia Española, un sinónimo de “insensato” es “tonto”, “aquel que actúa de manera imprudente e irreflexiva”, aquel que actúa sin usar lo que diferencia al hombre del animal, la inteligencia. Es decir, lejos de felicitar al hombre por su conducta avara, Dios lo reprocha en sus dos aspectos: por haber acumulado en forma avara y por no haber pensado que podía morir esa misma noche, con lo cual todos esos bienes acumulados no le servían para nada. Entonces, el reproche de Dios no va dirigido a la sucesión de los bienes, aunque eso pudiera parecer en un primer momento, porque Dios le dice: “Insensato, ¿para quién será lo que has acumulado?”, pero no es la herencia de los bienes lo que le importa a Dios, sino que lo que Dios le quiere hacer ver al alma es la inutilidad de acumular bienes, porque los bienes materiales de esta vida, no se llevan a la otra. En el ataúd no hay espacio más que para el cuerpo, y para la ropa que se lleva puesta. Y si esa ropa luego será alimento para los gusanos, entonces no hay nada, absolutamente nada que sea llevado de esta vida a la otra. Éste es el sentido de la pregunta: “¿Para quién será lo que has acumulado?”: “¿Para qué acumulas en esta vida, sino habrás de llevarte nada a la otra?”.

          El otro aspecto del reproche divino hacia el hombre de la parábola es el de no pensar en la muerte, en el sentido de que esta vida terrena no es para siempre y que, tarde o temprano, en el momento fijado por Dios desde la eternidad, cada uno de nosotros debemos de atravesar el umbral de la muerte para ingresar en la eternidad. Tan cierta es esta realidad, que esta vida terrena es solo una preparación para la muerte, esta vida terrena, dicen los santos de la Iglesia Católica, es en realidad una preparación para ingresar a la vida eterna, en el Reino de los cielos. Pero sucede que si no nos preparamos para el Reino de los cielos, en el momento de morir, al no estar preparados, indefectiblemente seremos arrojados al Reino de las tinieblas, al Infierno eterno, que es la Segunda Muerte o Muerte Eterna o Verdadera Muerte.

          Como fruto envenenado de la religión del Anticristo, la secta de la Nueva Era, la New Age o Conspiración de Acuario, se han difundido, especialmente en el seno de la Iglesia Católica, teorías falsas y anticristianas sobre la muerte y es por eso que no solo en las falsas religiones, sino en el seno mismo de la Iglesia Católica, se difunden toda clase de falsedades acerca de las postrimerías, es decir, acerca de la muerte y del más allá. Se han introducido teorías sincretistas, budistas, hinduistas, ocultistas, que mezclan al catolicismo con la reencarnación, la migración de almas, la transmutación, la disolución en un cosmos impersonal, etc., todas teorías absolutamente incompatibles con la Revelación de Jesucristo y con el Dogma Católico. Por ejemplo, se cree, con absoluta liviandad, que la muerte es una aventura de la cual se puede regresar, como en el caso de las películas demoníacas de Harry Potter[2]. Dicho sea de paso, en estos días se está llevando a cabo una producción de una serie de Harry Potter por parte HBO y las críticas se basan en aspectos superficiales, como por ejemplo, el aspecto de los actores, el uso de CGI o el uso de tomas reales, el rechazo de la autora J. K. Rowling a la ideología LGBT (lo cual está bien, dicho sea de paso) etc., cuando la verdadera crítica debería ser que la serie no debería hacerse por ser satanismo explícito y por inducir a la iniciación al ocultismo a generaciones enteras de niños y adolescentes. Regresando al tema de las teorías anticristianas sobre la muerte, todas estas son teorías falsas y engañosas, que buscan dar la idea de que no hay un Dios que castigue las obras malas y premie a las buenas, y buscan así tranquilizar las conciencias, porque si en la otra vida no hay ni premio ni castigo, entonces en esta hay que hacer lo que se nos venga en gana, total, nadie nos pedirá cuenta de nada.

            Esto es un gran engaño: hay un Dios que está esperando inmediatamente después de traspasado el umbral de la muerte para juzgar al alma en lo que se cono como “Juicio Particular”, en donde el alma recibe la justa sentencia merecida según sus obras libremente realizadas en la vida terrena: si obró el bien, merecerá el Cielo; si obró el mal, merecerá el Infierno y esto porque Dios es Justo Juez, no puede dejar de premiar al bueno y de castigar al malo.

          El alma no se disuelve en la nada, ni es aniquilada, ni comienza a migrar en búsqueda de nuevos cuerpos para comenzar a vivir una nueva vida en la tierra, como equivocadamente dice la teoría de la reencarnación: el alma comparece inmediatamente ante Dios, apenas se separa del cuerpo en el momento de la muerte y su destino es, o el Cielo, o el Infierno, siendo el Purgatorio un destino temporal, por así decirlo, antes de entrar en el Cielo.

            Que el infierno sea un lugar real y posible, nos lo dice Santa Teresa de Ávila, quien, en vida, fue transportada por Dios al infierno, al lugar que estaba reservado para ella. Dice así la Santa: “Después de haber pasado bastante tiempo en que Dios me favorecía con grandes regalos, estando un día en oración me encontré, sin saber cómo, metida dentro del infierno. Entendí que el Señor quería que viese el lugar que se me tenía preparado por mis pecados. Todo ocurrió en un instante pero, aunque viviere muchos años, nunca lo olvidaré. La entrada se parecía a un callejón largo y estrecho como la entrada de un horno, baja, oscura y angosta. El suelo era como de lodo que apestaba y repleto de alimañas. La entrada terminaba en una concavidad en una pared, como un nicho. Allí fui colocada a presión. Todo lo que vi era una delicia en comparación a lo que sentí en aquel lugar. Sentí un fuego en el alma que no sé explicar cómo es. Unos dolores corporales tan horrendos que no se pueden comparar con los que aquí tenemos, a pesar de haber soportado yo muy dolorosas enfermedades. Al mismo tiempo, vi que había de ser sin fin y sin ninguna interrupción. Pero todo eso es nada, absolutamente nada, en comparación a la agonía del alma; una angustia, una asfixia, una tristeza tan penetrante y atroz que no hay palabras para expresarla. Decir que es como si siempre nos estuvieran arrancando el corazón, es poco. Es como si el mismo corazón se deshiciera en pedazos, sin término ni fin. Yo no veía quién me producía los dolores, pero sí sentía los tormentos. En ese nauseabundo lugar no hay modo de sentarse ni de recostarse. En el agujero en que estaba metida hasta la pared no había alivio alguno, pues hasta las mismas paredes, que son horrendas, aprietan y todo ahoga. No hay luz sino oscuras tinieblas. Yo no entiendo cómo puede ser esto que, sin haber luz, todo lo que nos puede acongojar por la vista se ve. El Señor me hizo un gran favor al mostrarme el lugar del cual me había librado por su misericordia. Pues una cosa es imaginarlo y otra cosa verlo. La diferencia que existe entre los dolores de esta tierra y los tormentos del infierno es la misma diferencia que hay entre un dibujo y la realidad. Quedé tan espantada que, aunque ya pasaron seis años desde eso aún ahora, al escribirlo, me tiembla todo el cuerpo. Desde entonces todos los trabajos y dolores no me parecen nada. (…) Ruego a Dios que no me deje de su mano pues ya he visto a dónde iré a parar. Que no lo permita el Señor por ser Él quien es. Amén”[3].

Pero en la otra vida no sólo espera el fuego del infierno: también espera el fuego del Amor de Dios, que envuelve al alma no sólo sin provocarle dolor, sino llenándola de un gozo y de una alegría indescriptibles. Nuestro Señor se le apareció a Santa Brígida, y Él permitió que un santo, alguien que murió confesado, le dijera qué era lo que experimentaba en el cielo. Dice así Santa Brígida: “Aparecióse a santa Brígida un santo, y le dijo: Si por cada hora que en este mundo viví, hubiera yo sufrido una muerte, y siempre hubiese vuelto a vivir nuevamente, jamás con todo esto podría yo dar gracias a Dios por el amor con que me ha glorificado; porque su alabanza nunca se aparta de mis labios, su gozo jamás se separa de mi alma, nunca carece de gloria y de honra la vista, y el júbilo jamás cesa en mis oídos”.

“Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has acumulado?”. Ninguno de los bienes materiales que acumulemos en esta vida habremos de llevarnos a la otra vida, por lo tanto es inútil acumularlos, pero sí debemos acumular tesoros espirituales, porque esos sí nos serán de mucha utilidad, según las palabras de Jesús: “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 19-21). Los tesoros espirituales son las obras de misericordia, sean espirituales o corporales; los tesoros espirituales son obras de caridad, de compasión, de piedad, de amor a Dios y al prójimo; son horas de adoración al Santísimo y de oración del Rosario; son rezos a los santos y a las almas del Purgatorio; los tesoros espirituales son comuniones eucarísticas hechas con fervor, con piedad, con amor y en estado de gracia y con sincero y profundo deseo de unión íntima en el Amor del Espíritu Santo con el Sagrado Corazón de Jesús. Esos son los tesoros que debemos acumular, y no las riquezas materiales, que de nada sirven para la vida eterna.     

            “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Que ahora, y en la hora de nuestra muerte, nuestro tesoro sea la Santa Eucaristía, para que nuestro corazón repose en ella; que nuestro tesoro sea la Divina Eucaristía, para que cuando muramos, nuestro corazón sea abrasado en el horno ardiente del Amor del Sagrado Corazón de Jesús.

 





[1] https://www.rae.es/diccionario-estudiante/insensato. insensato, ta

1. adj. Dicho de persona: Que piensa o actúa de manera imprudente e irreflexiva. Un conductor insensato se ha saltado el semáforo. Tb. m. y f. Es una insensata, ¿a quién se le ocurre bañarse en un lago helado?

[2] Harry Potter satánico: http://www.nlbchapel.org/potter.htm

[3] Autobiografía.


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