jueves, 7 de agosto de 2025

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”

 


(Domingo XIX - TO - Ciclo C - 2025)

         “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12, 32-48). “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12, 32-48). Jesús nos pide que “estemos preparados” y esto por un doble motivo: porque no sabemos cuándo hemos de morir y porque Él ha de regresar en la gloria, en su Segunda Venida, en el Día del Juicio Final, y tanto lo uno como lo otro, serán acontecimientos sorpresivos, sin que nadie sepa cuándo será la hora. Por otra parte, la advertencia no solo va dirigida a los integrantes de la Iglesia Católica, sino a toda la humanidad.

            Para que nos demos una idea de cómo será esta doble venida –tanto el día de nuestra muerte personal, como el Día del Juicio Universal, en el que vendrá como Justo Juez para juzgar a toda la humanidad-, Jesús utiliza la imagen de un dueño de casa que viaja para asistir a unas bodas, y que regresa luego ya entrada la noche y es esperado por sus sirvientes con las velas encendidas. La imagen se entiende cuando se la interpreta según su significado sobrenatural, ya que cada elemento de la imagen representa una realidad celestial, sobrenatural: así, el dueño de casa es Dios Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, que asiste a unas bodas como el Esposo, ya que por su Encarnación en el seno de la Virgen se ha convertido en el Esposo de la humanidad; la noche, la ausencia de la luz del sol, indica el fin de los tiempos, indica el Día del Juicio Final, el día que marcará el inicio del fin de la historia terrena de la humanidad; el día en el que ya no habrá más luz creada, ni artificial, ni natural, porque será un día de prueba, en donde el sol dejará de brillar, porque comenzará a brillar -para algunos- la Luz Eterna, Cristo Jesús, mientras que para otros será el inicio de la Noche Eterna; la noche también indica el momento de la muerte personal de cada ser humano: en la muerte, los ojos del cuerpo se cierran y a partir de ese momento el alma no es iluminada ni por la luz eléctrica, ni por la luz del sol: el alma está en tinieblas hasta que es juzgada, en el juicio particular, por Cristo Dios; el dueño de casa es esperado por unos sirvientes y estos sirvientes son una representación nuestra, de cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica: notemos que hay dos tipos de sirvientes, el que espera a su Señor y el que no lo espera: el que lo espera, es el bautizado que se prepara, para el día de su muerte y de su juicio particular, con obras de misericordia corporales y espirituales, mientras que el sirviente malo y perezoso, que se dedica a embriagarse y a golpear a los demás y a no hacer nada, es el fiel católico que hace apostasía de su religión, que abandona la Religión Católica, que abandona los sacramentos, que va en pos de falsos ídolos, de sectas, de falsas creencias, abandonando por completo la Verdadera Religión, encontrándose en completo estado de falta de preparación para el encuentro con Jesús en el juicio particular; esto nos hace ver que, para cuando llegue Nuestro Señor Jesucristo, el Dueño de las almas, debemos estar despiertos, esperando su Venida, para recibirlo con un corazón purificado por la gracia santificante y con las manos llenas de obras de misericordia; el atuendo de los sirvientes también tiene un profundo significado sobrenatural:  las velas encendidas representan tanto la gracia que ilumina al alma como la misericordia para con el prójimo, que brilla en las buenas obras. Esto quiere decir que, al igual que los sirvientes atentos y vigilantes, debemos tener las velas encendidas, es decir, vivir en gracia y obrar la misericordia para que el Señor, al regresar en su Segunda Venida, encuentre en nosotros la luz de la gracia y de la misericordia. Si el dueño de una estancia, al regresar de una fiesta de bodas, encuentra a sus sirvientes embriagados, peleados entre sí, dormidos, sin esperar su regreso, sin las velas encendidas, lejos de premiarlos, los reprendería severamente. Mucho más Nuestro Señor Jesucristo, precipitará en el Infierno a las almas que vivan en la violencia, fuera del estado de gracia, y que a su regreso no posean obras de misericordia y esto lo hará, tanto en el Día del Juicio Final, como en el día de nuestra propia muerte particular, de ahí la necesidad de estar preparados cada día, todos los días, en la fe y en las obras. Si Dios, ya sea al fin del tiempo, en el Día del Juicio, o en el día de nuestra muerte, nos encuentra con el alma en pecado mortal, y sin amor al prójimo, es decir, a oscuras, sin las velas encendidas, ya sabemos qué es lo que nos dirá, por eso es que debemos estar despiertos, alertas, con las velas encendidas, es decir, con el alma en gracia, y con obras de misericordia hechas, para presentarnos ante el Juez de los hombres.

            “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. No sabemos cuándo será el Día del Juicio Final y tampoco sabemos cuándo será el día de nuestra muerte; no sabemos cuándo vendrá Cristo Dios a pedirnos cuenta de nuestra alma y cuándo vendrá a juzgar a toda la humanidad. Pero lo que sí sabemos es que debemos estar alertas, con las velas encendidas, para que nos iluminen la luz de la gracia y de la fe, porque esta Venida de Nuestro Señor Jesucristo puede ser en cualquier momento: “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.

            Entonces, no sabemos cuándo vendrá el Señor, pero sí sabemos que antes de su Venida en la gloria, una señal de que esta Segunda Venida está cerca, es que el Anticristo hará su aparición en la tierra y de esto hay señales de advertencia. Así nos lo advierten las profecías de los santos, profecías de las cuales decía el Papa Benedicto XIV que hay que dar Fe Humana a estas revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia, como son las de Santos canonizados, o los escritos publicados con imprimatur, con licencia eclesiástica, y que sería temerario despreciarlas. Con respecto a estas profecías, dice San Pedro Canisio: “Hay menor peligro en creer y recibir lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, (cosa que no está reprobada por los doctos), antes que rechazar todo con espíritu temerario y de desprecio”.

Teniendo en cuenta esto, ¿qué es lo que nos dicen los santos? El P. Pío recibió una aparición del Señor que decía así: “La hora del castigo está próxima, pero Yo manifestaré mi Misericordia. (…) Temporales, tempestades, truenos, lluvias ininterrumpidas, terremotos, cubrirán la tierra. Por espacio de tres días y tres noches, una lluvia ininterrumpida de fuego seguirá entonces, para demostrar que Dios es el dueño de la Creación. (…) Los que creen y esperan en mi Palabra no tendrán nada que temer, porque Yo no los abandonaré, lo mismo que os que escuchen mis mensajes. Ningún mal herirá a los que están en estado de Gracia y buscan la protección de mi Madre. (…) Rezad piadosamente el Rosario, en lo posible en común o solos. Durante estos tres días y tres noches de tinieblas, podrán ser encendidas sólo las velas bendecidas el día de la Candelaria (2 de febrero) y darán luz sin consumirse”[1].

San Gaspar de Búfalo nos advierte: “Aquél que sobreviva a los tres días de tinieblas y de espanto, se verá a sí mismo como solo en la tierra, (...) No se ha visto nada semejante desde el diluvio”.

¿Cuándo sucederá esto? Dice Ana Catalina Emmerich: “Vi la Iglesia de San Pedro y una cantidad enorme de gente que trabajaba para derribarla, pero a la vez vi otros que la reparaban. Los demoledores se llevaban grandes pedazos; eran sobre todo sectarios y apóstatas en gran número. Vi con horror que entre ellos había también sacerdotes católicos..., vi al Papa en oración, rodeado de falsos amigos, que a menudo hacían lo contrario de lo que él ordenaba. (...) Daba lástima. Cincuenta o sesenta años antes del año 2000 será desencadenado Satanás por algún tiempo. En violentos combates, con escuadrones de espíritus celestiales, San Miguel defenderá a la Iglesia contra los asaltos del mundo. (...) Sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente, María, que extendía su manto radiante de oro. En la Iglesia se observaron actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad; las sectas reconocían a la Iglesia en su admirable victoria, y en las luces de la revelación que por sí mismas habían visto refulgir sobre ella. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del Señor”.

También coincide, con respecto al tiempo, Santa Brígida de Suecia: “Cuarenta años antes del año 2000, el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo, y se vestirán como la gente común, las mujeres como los hombres y los hombres como las mujeres”.

San Anselmo nos dice: “¡Ay de ti, villa de las siete colinas (Roma) cuando la letra K sea aclamada dentro de tus murallas! Entonces tu caída estará próxima, tus gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y blasfemias, perecerás en la derrota y la sangre”.

San Vicente Ferrer también coincide en que los días de tinieblas llegarán cuando los hombres se vistan como mujeres, y las mujeres como hombres: “Advertid que vendrá un tiempo de relajación religiosa, y catástrofes como no lo ha habido ni habrá. En aquel tiempo las mujeres se vestirán como hombres y se comportarán a su gusto licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres. Pero Dios lo purificará todo y regenerará todo, y la tristeza se convertirá en gozo”.

En el Diario de la Divina Misericordia, se lee: “Antes de venir como juez, vendré primero como rey de misericordia. Precediendo el día de la justicia, hará una señal en el cielo dada a los hombres. Toda luz será apagada en el firmamento y en la tierra. Entonces aparecerá venida del cielo la señal de la cruz, de cada una de mis llagas de las manos y de los pies saldrán luces que iluminarán la tierra por un momento”. Luego, más adelante: “Quiero a Polonia de una manera especial. Si es fiel y dócil a mi voluntad, la elevaré en poder y santidad, y de ella saltará la chispa que preparará al mundo a mi última venida”. Con toda probabilidad, parece estar refiriéndose al Papa Juan Pablo II, cuyo papado habría preparado al mundo para la Segunda Venida de Jesucristo.

En 1936, el día 25 de marzo, Fiesta de la Anunciación, se le apareció la santísima virgen y le dijo lo siguiente: “Yo di al mundo al redentor y tú tienes que hablarle al mundo acerca de su misericordia y prepararlo para su segunda venida”. (…) “Este día terrible vendrá, será el día de la justicia, el día de la ira de Dios . . . Los ángeles tiemblan al pensar en ese día (...) Habla a las almas de la gran misericordia de dios, mientras haya tiempo. Si te quedas en silencio ahora, serás responsable de la pérdida de un gran número de almas en aquel día terrible. No tengas miedo y sé fiel hasta el fin”.

            “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. No seamos temerarios ni necios, no despreciemos la voz del cielo, la voz de los santos, quienes nos llaman a estar atentos, vigiles, preparados, en estado de gracia, esperando el regreso de Nuestro Señor Jesucristo. Seamos como los servidores que esperan a su señor con las velas encendidas, despiertos en medio de la noche: vivamos en gracia, acudamos a la Confesión, a la Santa Misa, hagamos adoración eucarística, recemos el Rosario, obremos el bien, no hagamos el mal a nadie, y así Cristo Dios, cuando venga en medio de la noche, nos llevará al cielo.

            Un aspecto muy importante a tener en cuenta es que, si bien no sabemos cuándo habrá de venir el Señor - puede ser hoy a la noche, mañana, o en cien años- sí sabemos en cambio que ahora, por la Santa Misa, por la comunión, ese mismo Señor Jesús que vendrá el día de nuestra muerte y el Día del Juicio Final viene al alma por medio de la Eucaristía; es decir, por medio de la Comunión Eucarística, Jesús ingresa en nuestras almas, cumpliéndose así las palabras del Apocalipsis –“Mira que estoy a las puertas y llamo; al que me abra, entraré y cenaré con él”- y en ese momento de la comunión, es como si fuera un anticipo del Juicio Particular y del Juicio Final, porque es un encuentro personal con Jesús en la Eucaristía. entonces, tenemos que preguntarnos: ¿qué tenemos para ofrecerle a Jesús, cuando viene a nuestro corazón por la comunión? ¿Lo esperamos con las velas encendidas y vigilantes, es decir, en estado de gracia, y con el corazón en paz con Dios y con el prójimo? ¿Tenemos para ofrecerle obras buenas? ¿O Jesús encontrará, por el contrario, un corazón oscurecido por el rencor, por el enojo, por la ausencia de caridad?

            Cada comunión es como un pequeño Juicio Final, para cada uno; cada comunión es como un anticipo también del Día del Juicio Final, en el sentido de que es un encuentro personal con el Hombre-Dios Jesucristo. De nuestra libertad depende qué sea lo que tengamos para ofrecer a Jesús: o luz, u oscuridad; de nuestra libertad depende que seamos servidores que lo esperan con la luz de la fe, de la gracia y de las obras de misericordia, o servidores malos, sin obras, con el corazón oscurecido por el pecado y por el mal. Que la Madre de Dios interceda para que nuestro corazón sea un corazón luminoso.

 

 

 

 

 



[1] [1] Mensaje de 1959, tomado de su testamento y hecho distribuir por los Sacerdotes Franciscanos a todos los grupos de Oración católicos en el mundo, ya desde la Navidad de 1990.

[1] 1786-1836, Fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre.

[1] 1303-1373.

[1] siglo XIII.

[1] Nota: K = KAROL, nombre del Papa Juan Pablo II.

[1] 1350-1419.

[1] Cfr. Sor Faustina Kowalska, 1905-1938.


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