(Domingo XIX - TO - Ciclo C - 2025)
“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12, 32-48). “Estén preparados, porque
el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12,
32-48). Jesús nos pide que “estemos preparados” y esto por un doble
motivo: porque no sabemos cuándo hemos de morir y porque Él ha de regresar en
la gloria, en su Segunda Venida, en el Día del Juicio Final, y tanto lo uno
como lo otro, serán acontecimientos sorpresivos, sin que nadie sepa cuándo será
la hora. Por otra parte, la advertencia no solo va dirigida a los integrantes
de la Iglesia Católica, sino a toda la humanidad.
Para que nos demos una idea de cómo será esta doble venida –tanto el día de
nuestra muerte personal, como el Día del Juicio Universal, en el que vendrá
como Justo Juez para juzgar a toda la humanidad-, Jesús utiliza la imagen de un
dueño de casa que viaja para asistir a unas bodas, y que regresa luego ya
entrada la noche y es esperado por sus sirvientes con las velas encendidas. La
imagen se entiende cuando se la interpreta según su significado sobrenatural,
ya que cada elemento de la imagen representa una realidad celestial,
sobrenatural: así, el dueño de casa es Dios Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor,
que asiste a unas bodas como el Esposo, ya que por su Encarnación en el seno de
la Virgen se ha convertido en el Esposo de la humanidad; la noche, la ausencia
de la luz del sol, indica el fin de los tiempos, indica el Día del Juicio
Final, el día que marcará el inicio del fin de la historia terrena de la
humanidad; el día en el que ya no habrá más luz creada, ni artificial, ni
natural, porque será un día de prueba, en donde el sol dejará de brillar,
porque comenzará a brillar -para algunos- la Luz Eterna, Cristo Jesús, mientras
que para otros será el inicio de la Noche Eterna; la noche también indica el
momento de la muerte personal de cada ser humano: en la muerte, los ojos del
cuerpo se cierran y a partir de ese momento el alma no es iluminada ni por la
luz eléctrica, ni por la luz del sol: el alma está en tinieblas hasta que es
juzgada, en el juicio particular, por Cristo Dios; el dueño de casa es esperado
por unos sirvientes y estos sirvientes son una representación nuestra, de cada
uno de los bautizados en la Iglesia Católica: notemos que hay dos tipos de
sirvientes, el que espera a su Señor y el que no lo espera: el que lo espera,
es el bautizado que se prepara, para el día de su muerte y de su juicio
particular, con obras de misericordia corporales y espirituales, mientras que
el sirviente malo y perezoso, que se dedica a embriagarse y a golpear a los
demás y a no hacer nada, es el fiel católico que hace apostasía de su religión,
que abandona la Religión Católica, que abandona los sacramentos, que va en pos
de falsos ídolos, de sectas, de falsas creencias, abandonando por completo la
Verdadera Religión, encontrándose en completo estado de falta de preparación
para el encuentro con Jesús en el juicio particular; esto nos hace ver que,
para cuando llegue Nuestro Señor Jesucristo, el Dueño de las almas, debemos
estar despiertos, esperando su Venida, para recibirlo con un corazón purificado
por la gracia santificante y con las manos llenas de obras de misericordia; el
atuendo de los sirvientes también tiene un profundo significado sobrenatural:
las velas encendidas representan tanto la gracia que ilumina al alma como
la misericordia para con el prójimo, que brilla en las buenas obras. Esto
quiere decir que, al igual que los sirvientes atentos y vigilantes, debemos
tener las velas encendidas, es decir, vivir en gracia y obrar la misericordia
para que el Señor, al regresar en su Segunda Venida, encuentre en nosotros la
luz de la gracia y de la misericordia. Si el dueño de una estancia, al regresar
de una fiesta de bodas, encuentra a sus sirvientes embriagados, peleados entre
sí, dormidos, sin esperar su regreso, sin las velas encendidas, lejos de
premiarlos, los reprendería severamente. Mucho más Nuestro Señor Jesucristo,
precipitará en el Infierno a las almas que vivan en la violencia, fuera del
estado de gracia, y que a su regreso no posean obras de misericordia y esto lo
hará, tanto en el Día del Juicio Final, como en el día de nuestra propia muerte
particular, de ahí la necesidad de estar preparados cada día, todos los días,
en la fe y en las obras. Si Dios, ya sea al fin del tiempo, en el Día del
Juicio, o en el día de nuestra muerte, nos encuentra con el alma en pecado
mortal, y sin amor al prójimo, es decir, a oscuras, sin las velas encendidas,
ya sabemos qué es lo que nos dirá, por eso es que debemos estar despiertos,
alertas, con las velas encendidas, es decir, con el alma en gracia, y con obras
de misericordia hechas, para presentarnos ante el Juez de los hombres.
“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.
No sabemos cuándo será el Día del Juicio Final y tampoco sabemos cuándo será el
día de nuestra muerte; no sabemos cuándo vendrá Cristo Dios a pedirnos cuenta
de nuestra alma y cuándo vendrá a juzgar a toda la humanidad. Pero lo que sí
sabemos es que debemos estar alertas, con las velas encendidas, para que nos
iluminen la luz de la gracia y de la fe, porque esta Venida de Nuestro Señor
Jesucristo puede ser en cualquier momento: “Estén preparados, porque el Hijo
del hombre llegará a la hora menos pensada”.
Entonces, no sabemos cuándo vendrá el Señor, pero sí sabemos que antes de su
Venida en la gloria, una señal de que esta Segunda Venida está cerca, es que el
Anticristo hará su aparición en la tierra y de esto hay señales de advertencia.
Así nos lo advierten las profecías de los santos, profecías de las cuales decía
el Papa Benedicto XIV que hay que dar Fe Humana a estas revelaciones privadas
aprobadas por la Iglesia, como son las de Santos canonizados, o los escritos
publicados con imprimatur, con licencia eclesiástica, y que sería temerario
despreciarlas. Con respecto a estas profecías, dice San Pedro Canisio: “Hay
menor peligro en creer y recibir lo que con alguna probabilidad nos refieren
personas de bien, (cosa que no está reprobada por los doctos), antes que
rechazar todo con espíritu temerario y de desprecio”.
Teniendo en cuenta esto, ¿qué es
lo que nos dicen los santos? El P. Pío recibió una aparición del Señor que
decía así: “La hora del castigo está próxima, pero Yo manifestaré mi
Misericordia. (…) Temporales, tempestades, truenos, lluvias ininterrumpidas, terremotos,
cubrirán la tierra. Por espacio de tres días y tres noches, una lluvia
ininterrumpida de fuego seguirá entonces, para demostrar que Dios es el dueño
de la Creación. (…) Los que creen y esperan en mi Palabra no tendrán nada que
temer, porque Yo no los abandonaré, lo mismo que os que escuchen mis mensajes.
Ningún mal herirá a los que están en estado de Gracia y buscan la protección de
mi Madre. (…) Rezad piadosamente el Rosario, en lo posible en común o solos.
Durante estos tres días y tres noches de tinieblas, podrán ser encendidas sólo
las velas bendecidas el día de la Candelaria (2 de febrero) y darán luz sin
consumirse”[1].
San Gaspar de
Búfalo nos advierte: “Aquél que sobreviva a los tres días de tinieblas y
de espanto, se verá a sí mismo como solo en la tierra, (...) No se ha visto
nada semejante desde el diluvio”.
¿Cuándo
sucederá esto? Dice Ana Catalina Emmerich: “Vi la Iglesia de San Pedro y una
cantidad enorme de gente que trabajaba para derribarla, pero a la vez vi otros
que la reparaban. Los demoledores se llevaban grandes pedazos; eran sobre todo
sectarios y apóstatas en gran número. Vi con horror que entre ellos había
también sacerdotes católicos..., vi al Papa en oración, rodeado de falsos
amigos, que a menudo hacían lo contrario de lo que él ordenaba. (...) Daba
lástima. Cincuenta o sesenta años antes del año 2000 será
desencadenado Satanás por algún tiempo. En violentos combates, con escuadrones
de espíritus celestiales, San Miguel defenderá a la Iglesia contra los asaltos
del mundo. (...) Sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente,
María, que extendía su manto radiante de oro. En la Iglesia se observaron actos
de reconciliación, acompañados de muestras de humildad; las sectas reconocían a
la Iglesia en su admirable victoria, y en las luces de la revelación que por sí
mismas habían visto refulgir sobre ella. Sentí un resplandor y una vida
superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una santa alegría como
cuando estaba próximo el nacimiento del Señor”.
También
coincide, con respecto al tiempo, Santa Brígida de Suecia: “Cuarenta años
antes del año 2000, el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar
a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá
fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán
dejado el hábito santo, y se vestirán como la gente común, las mujeres como los
hombres y los hombres como las mujeres”.
San Anselmo
nos dice: “¡Ay de ti, villa de las siete colinas (Roma) cuando la letra K sea
aclamada dentro de tus murallas! Entonces tu caída estará próxima, tus
gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y
blasfemias, perecerás en la derrota y la sangre”.
San Vicente
Ferrer también coincide en que los días de tinieblas llegarán cuando los
hombres se vistan como mujeres, y las mujeres como hombres: “Advertid que
vendrá un tiempo de relajación religiosa, y catástrofes como no lo ha habido ni
habrá. En aquel tiempo las mujeres se vestirán como hombres y se comportarán a
su gusto licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres.
Pero Dios lo purificará todo y regenerará todo, y la tristeza se convertirá en
gozo”.
En el Diario
de la Divina Misericordia, se lee: “Antes de venir como
juez, vendré primero como rey de misericordia. Precediendo el día de la
justicia, hará una señal en el cielo dada a los hombres. Toda luz será apagada
en el firmamento y en la tierra. Entonces aparecerá venida del cielo la señal
de la cruz, de cada una de mis llagas de las manos y de los pies saldrán luces
que iluminarán la tierra por un momento”. Luego, más adelante: “Quiero a
Polonia de una manera especial. Si es fiel y dócil a mi voluntad, la elevaré en
poder y santidad, y de ella saltará la chispa que preparará al mundo a mi
última venida”. Con toda probabilidad, parece estar refiriéndose al Papa Juan
Pablo II, cuyo papado habría preparado al mundo para la Segunda Venida de
Jesucristo.
En 1936, el
día 25 de marzo, Fiesta de la Anunciación, se le apareció la santísima virgen y
le dijo lo siguiente: “Yo di al mundo al redentor y tú tienes que hablarle al
mundo acerca de su misericordia y prepararlo para su segunda venida”. (…) “Este
día terrible vendrá, será el día de la justicia, el día de la ira de Dios . . .
Los ángeles tiemblan al pensar en ese día (...) Habla a las almas de la gran
misericordia de dios, mientras haya tiempo. Si te quedas en silencio ahora,
serás responsable de la pérdida de un gran número de almas en aquel día
terrible. No tengas miedo y sé fiel hasta el fin”.
“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.
No seamos temerarios ni necios, no despreciemos la voz del cielo, la voz de los
santos, quienes nos llaman a estar atentos, vigiles, preparados, en estado de
gracia, esperando el regreso de Nuestro Señor Jesucristo. Seamos como los
servidores que esperan a su señor con las velas encendidas, despiertos en medio
de la noche: vivamos en gracia, acudamos a la Confesión, a la Santa Misa,
hagamos adoración eucarística, recemos el Rosario, obremos el bien, no hagamos
el mal a nadie, y así Cristo Dios, cuando venga en medio de la noche, nos
llevará al cielo.
Un aspecto muy importante a tener en cuenta es que, si bien no sabemos cuándo
habrá de venir el Señor - puede ser hoy a la noche, mañana, o en cien años- sí
sabemos en cambio que ahora, por la Santa Misa, por la comunión, ese mismo
Señor Jesús que vendrá el día de nuestra muerte y el Día del Juicio Final viene
al alma por medio de la Eucaristía; es decir, por medio de la Comunión
Eucarística, Jesús ingresa en nuestras almas, cumpliéndose así las palabras del
Apocalipsis –“Mira que estoy a las puertas y llamo; al que me abra, entraré y
cenaré con él”- y en ese momento de la comunión, es como si fuera un anticipo
del Juicio Particular y del Juicio Final, porque es un encuentro personal con
Jesús en la Eucaristía. entonces, tenemos que preguntarnos: ¿qué tenemos para
ofrecerle a Jesús, cuando viene a nuestro corazón por la comunión? ¿Lo
esperamos con las velas encendidas y vigilantes, es decir, en estado de gracia,
y con el corazón en paz con Dios y con el prójimo? ¿Tenemos para ofrecerle
obras buenas? ¿O Jesús encontrará, por el contrario, un corazón oscurecido por
el rencor, por el enojo, por la ausencia de caridad?
Cada comunión es como un pequeño Juicio Final, para cada uno; cada comunión es
como un anticipo también del Día del Juicio Final, en el sentido de que es un
encuentro personal con el Hombre-Dios Jesucristo. De nuestra libertad depende
qué sea lo que tengamos para ofrecer a Jesús: o luz, u oscuridad; de nuestra
libertad depende que seamos servidores que lo esperan con la luz de la fe, de
la gracia y de las obras de misericordia, o servidores malos, sin obras, con el
corazón oscurecido por el pecado y por el mal. Que la Madre de Dios interceda
para que nuestro corazón sea un corazón luminoso.
[1] [1] Mensaje de 1959, tomado de su testamento y
hecho distribuir por los Sacerdotes Franciscanos a todos los grupos de Oración
católicos en el mundo, ya desde
[1] 1786-1836, Fundador de los Misioneros de
[1] 1303-1373.
[1] siglo XIII.
[1] Nota: K = KAROL, nombre del Papa Juan Pablo II.
[1] 1350-1419.
[1] Cfr. Sor Faustina Kowalska, 1905-1938.
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